Durante primer año de gobierno de Bachelet (desde marzo a diciembre de 2014), su aprobación baja de 52% a 39% (38% según CEP). Para el gobierno y cierta elite política, el año terminaba de forma más optimista luego de que la Presidenta firmara proyecto de financiamiento de la política que establecía aportes reservados de hasta 50 UF; la Reforma Tributaria ya estaba promulgada y en marcha; y Presidenta firma proyecto de reforma laboral. De forma cada vez más patente la actividad económica aparece estancada (acumulaba a la fecha cinco meses de crecimiento por debajo del 2%). A pesar de esto, la presidenta señala que «enfriamiento económico no es un argumento para detener reformas», o al menos para reevaluarlas en su contenido e incentivos pro-pymes, pro-empleo y pro-reactivación económica y productividad en el largo plazo.

Luego, durante 2015 aprobación presidencial ha ido cayendo persistentemente de un 38% en enero a un 24% en agosto (22% según CEP), a la par de una economía en franca desaceleración. Durante julio, el Gobierno recorta de 3,6% a 2,5% la proyección de crecimiento en 2015 y la Presidenta Bachelet admite que no contará con todos los recursos para llevar adelante su programa.

Esta cuota de realismo tardía parece atender otros datos y factores coyunturales reveladores. Si se toma las últimas cinco mediciones de CADEM durante los meses de abril, mayo, junio, julio y agosto, las áreas de gestión del gobierno valoradas por la ciudadanía que más se relacionan con la aprobación presidencial son precisamente la economía y la creación de empleo. La diferencia promedio mensual durante estos 5 meses entre la aprobación de la gestión económica y la aprobación de la Presidenta es de sólo -0.6%. En tanto, la diferencia entre la aprobación de la gestión pro-empleo y la aprobación de la Presidenta es de +3.6%. Coherente con esta relación aparecen los datos de la CEP que señalan que el aspecto de sus vidas donde los chilenos se muestran menos satisfechos es respecto de su situación financiera. Más aún, entre la CEP de julio de 2014 y agosto de 2015, aumentan de un 24% a un 42% las personas que evalúan la situación económica como mala o muy mala. Dicho pesimismo es sólo comparable en los últimos 10 años, a medición de junio de 2008, en pleno primer gobierno de Bachelet, cuando se comenzaban a sentir coletazos de crisis subprime y un 45% de encuestados manifestaba que situación económica era mala o muy mala.

Esa valoración coincide además con mayor desaprobación de Bachelet durante ese período (43%). Disminuye gasto fiscal, aumenta la inflación, desempleo superaba el 7% y se implementan bonos de 20.000 como paliativos para 40% de familias más vulnerables. Pero las medidas económicas adoptadas en ese entonces sólo comienzan a rendir frutos hacia fines de 2008. Las malas cifras de aprobación presidencial también se mantienen hasta diciembre de ese año. Un escenario económico adverso parece traer aparejado un alza en los índices de delitos y percepción de delincuencia. En 2008 reportes de Paz Ciudadana y la División de Seguridad Pública del Ministerio del Interior indicaban incrementos importantes en delitos de robo por sorpresa, robos con intimidación y robos con violencia. Esa realidad coincide con sucesivas mediciones CEP en 2008 que señalan a la delincuencia como principal problema de política pública a enfrentar por el gobierno, incluso muy por encima de educación o salud.

Hoy dicha realidad se repite. De acuerdo a informes de la Plataforma de Análisis Criminal Integrado de Carabineros (Pacic), a nivel nacional, el robo con intimidación aumentó en un 4,6%, en comparación con 2014, lo mismo que el robo en lugar habitado (+5,2%). Como correlato, en medición de agosto CEP, la delincuencia se dispara como principal preocupación de la ciudadanía.

Más allá de los datos

Lo que indicarían las cifras señaladas, es que en el corto plazo, la incertidumbre macroeconómica y económica familiar, llevaría a las personas no sólo a sobrevalorar la gestión de la economía y políticas pro-empleo. Pero también otras áreas más sensibles como el combate a la delincuencia, asociadas a condiciones coyunturales de inestabilidad material. MacKuen et al. (2008) señalan en su teoría de la inteligencia afectiva que las personas sometidas a situaciones de incertidumbre, stress y ansiedad (como aquellas traídas por una crisis económica), vuelcan sus decisiones y valoraciones hacia aquellos temas, atributos y liderazgos que mejor sinteticen y puedan lidiar con dicha incertidumbre. De ahí que problemas estructurales de larga data, que se han situado permanentemente en el top of mind de la ciudadanía, y que hoy son parte de una intensa discusión política, hayan visto un retroceso en última medición CEP. De abril a agosto de este año y en pleno debate de la gratuidad en educación superior, carrera docente, reforma a las Isapres, déficit de médicos e infraestructura hospitalaria e interpelación mediante a Ministra Castillo, la educación y salud bajan su valoración como principal preocupación. En tanto, la delincuencia puntea y los sueldos registran un alza. Incluso la corrupción como temática de amplia cobertura mediática catapultada por los escándalos que afectan a la clase política, resulta ser un tema secundario para los electores.

En esa línea, quienes más castigan hoy a Bachelet son los segmentos más vulnerables ante los vaivenes económicos, pero también ante el drama de la delincuencia que se gesta y prolifera en sus jóvenes y barrios. Precisamente es en esos sectores donde Bachelet ha sido históricamente fuerte. Y ahí es donde más cae su aprobación en los últimos meses. Entre mayo y julio de este año, si nos remitimos a cifras de Adimark, su aprobación en NSE bajo pasa de un 36 a un 26%. En mismo período su aprobación en NSE medio se mantiene y en NSE alto sube de 17 a 22%.

El rol de los atributos

Donde más se expresa la desaprobación de la gestión política-económica de la Presidenta y del gobierno, es a nivel de valoración de atributos. En un escenario de desafección política generalizada y acelerada hacia los partidos e instituciones (como lo muestra la CEP), cunde un proceso de personalización política donde los atributos constituyen un valor crítico para evaluar cualquier liderazgo y gestión.

Eso sí, cuando  las personas evalúan atributos como la competencia, confianza o liderazgo, lo están haciendo o asociando con una gestión más concreta de demandas y aspiraciones materiales personales (cuán capaz, confiable, creíble o líder se muestra la presidenta para resolver problemas económicos o educativos). Y el énfasis en ciertos atributos también dependerá de los grados de ansiedad reinantes (Miller et al, 1986; Caprara et al, 2007; Portales, 2013). En esa línea, aquello que constituía el capital político inicial de la antigua versión bacheletista y que la inmaculaba frente a resto de actores del sistema, esto es,  la honestidad,  confianza y credibilidad a la hora de cumplir con promesas reformistas y resolver demandas materiales, ahora la condenan.

Nuevamente, si se toma las últimas cinco mediciones de CADEM durante los meses de abril, mayo, junio, julio y agosto, la credibilidad de la presidenta a la hora de cumplir con agenda de cambios baja de un 57% a un 26%. El nivel de confianza en ella desciende de un 62% a un 31% (30% en CEP). Así también baja de un 68% a sólo un 31% las personas que consideran que Bachelet desempeña su cargo con autoridad y liderazgo (misma cifra que en CEP). Su carisma en tanto, es lo que menos pone en duda la ciudadanía (a la fecha un 63% dice que lo tiene). Pero ese atributo, en un escenario de incertidumbre económica creciente, parece ser el menos importante para gobernar. Más que simpatía se requiere respuestas creativas, claras pero dialogadas, confiables, y lideradas de forma creíble.

¿Quién podrá salvarnos?

Lo anterior quizás explique la búsqueda por parte de la ciudadanía de respuestas y liderazgos que sinteticen certeza-predictibilidad y cambio-creatividad. Y en ese terreno Marco Enríquez-Ominami parece llevar la delantera. Ofrece transformaciones pero bajo un marco de progresismo cada vez más sensato y pragmático. Por eso sobrevive de forma notable a embates de SQM. Jackson irrumpe como novedad voluntarista pero con margen de conocimiento aún bajo y sin mayores garantías para generar condiciones de estabilidad material e institucional de corto plazo. Lagos, Allende y Piñera en tanto asoman como viejos estandartes de una política de cocina y orden, coyunturalmente muy necesaria, pero algo agotada en sus argumentos de cara a una presidencial donde se habla de sueños y nuevos horizontes.

 

Juan Cristóbal Portales, Director Magister Comunicación Estratégica UAI

FOTO: AGENCIA UNO

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