Llama la atención en la última encuesta CEP cómo en relación a la no concurrencia en las últimas elecciones, la respuesta que aparece con mayor notoriedad versa “porque no me interesa la política”. La respuesta da mucho para pensar, indagar causas, establecer diagnósticos, proponer salidas, etc. La cuestión es interminable. Sin embargo, al descontento subyace una pregunta que resulta del todo pertinente, a saber: ¿qué es la política? O, simplemente: ¿qué es eso que llamamos política y a la mayoría pareciera no interesarle? La respuesta, por supuesto, resulta del todo imposible de establecer inequívocamente. Parece importante, entonces, comenzar un diálogo que es complejo en nuestros días y que tiene por centro precisamente lo que entendemos por política.
Por un lado vendría la que es, quizá, la respuesta más rápida: la política tiene que ver con los políticos. En este sentido, sin mayores problematizaciones al respecto, nuestra comprensión de lo político está dada como una parte de nuestra organización social que está centrada en la administración de lo público. Así, no nos extraña que la única identificación que tenemos de la política sea la del aparato burocrático, la discusión legislativa, las estrategias de los partidos, el manejo del poder, en última instancia, el Estado. Nuestra concepción de la política sigue centrada en lo estatal, que por lo pronto se superpone a la complejidad de la realidad política de una sociedad.
En contraposición con esta visión reducida de la política, podríamos calificar de pesimista a la creencia de que la política actualmente no se desarrolla en los cauces que debería, que la política comprendida de una forma integral no es un hecho en nuestro país, que la lógica de la deliberación y el consenso se pierde, y que de a poco entramos en una polarización de la cual se hace más difícil salir y que puede tener devastadoras consecuencias.
Una rápida y válida objeción a esta visión sería recordar la reciente historia chilena, pues hoy nos encontramos lejos de un escenario como en otros tiempos en los que, efectivamente, la política podría haberse declarado muerta. Pero esto no significa que hoy estemos exentos de poder encontrarnos frente a conflictos sociales que terminen por destruir nuestros espacios políticos. Pero la matización, si bien es necesaria, no es tan simple.
La dimensión política del hombre, y luego de la sociedad, se juega en mucho más que los mecanismos institucionales del poder. La constitución de la política es una cuestión mucho más compleja, la superación de la violencia por el diálogo y de la imposición por el consenso es una construcción que requiere de tiempo y esfuerzo. El correcto desarrollo de la política es la base de una sociedad libre, en la que se respete el disenso, la propia individualidad de cada uno y en última instancia, su libertad.
Frente a eso, el escenario que se nos presenta es complejo. La discusión pública, si es que se le puede llamar así, está contaminada por los insultos, la descalificación, el repudio y el odio. Nos vemos cada vez entrampados en retóricas más violentas, de las cuales es complejo desentenderse en el futuro.
Estamos a tiempo de reconstruir los espacios de diálogo y deliberación con los que podamos forjar una política con la cual avanzar como sociedad, que debe ir más allá de la ilusión de decir palabras bonitas. El enfoque en el diálogo y el respeto por el otro es poner todos los esfuerzos en empoderar a las personas, en construir una sociedad de sujetos libres que no dependan del poder. La comprensión de la importancia del diálogo político es poner por encima a las personas, dejar de lado el mesianismo que viene a ofrecer soluciones perfectas o salidas fáciles y demagógicas.
Es momento de dejarse de ilusiones frente a quienes traen las mágicas recetas para cambiar el mundo. La realidad es más compleja que eso. Cuanto antes entendamos que la solución no vendrá de otra parte que del esfuerzo individual y la cooperación social, antes podremos dar vuelta la página y reconstruir la política de los ciudadanos y la sociedad, no la política del poder y la imposición.
Raimundo Cox D., alumni Fundación Para el Progreso
FOTO: PABLO OVALLE ISASMENDI/AGENCIAUNO