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Nociones como “hechos alternativos” (alternative facts), “noticias falsificadas” o “fraudulenta” (fake news) y política de la post-verdad (post-truth politics) pertenecen a una misma familia de términos. Estos alcanzan amplia difusión a partir de la campaña presidencial y posterior triunfo de Donald Trump. Apuntan todos, según el diccionario de Oxford, a “circunstancias en las cuales los hechos objetivos inciden menos en la formación de la opinión pública que apelaciones a las emociones o creencias personales”.

Cabe decir, además, que tales circunstancias son parte de situaciones o momentos de aguda desconfianza hacia las instituciones, en particular las del sistema político. Y que el peso y la legitimidad de las opiniones expertas y de la deliberación pública reflexiva aparecen en franco retroceso frente a la poderosa marea de la opinión pública encuestada.

Estamos, pues, frente a un fenómeno emergente en sociedades democráticas de masas altamente mediatizadas, en las cuales se origina una profunda alteración del régimen de producción de verdades en el campo de la política y las políticas públicas.

En tales circunstancias, “todo vale” en dicho campo. No hay verdades, se sostiene, que puedan reclamar asentimiento universal. Cada partido, grupo o fracción expresa su propia verdad y busca llegar con ella tan lejos como se los permitan los recursos de poder a su disposición. Las verdades ceden el lugar a las perspectivas y los puntos de vista. Entre éstos dominan aquellos que pasajeramente logran imponerse dentro de un precario equilibrio de fuerzas.

En cualquier caso, las verdades pueden identificarse por su popularidad y medirse según los resultados de un proceso continuo de encuestas.

Efectivamente, vox populi, vox Dei. Las elecciones democráticas, en tanto, se convierten progresivamente en auténticos plebiscitos sobre los deseos, sentimientos, aspiraciones y verdades en torno a los cuales se congregan las mayorías. De esta manera va instaurándose un nuevo régimen de producción de verdades en nuestras sociedades posmodernas.

En adelante, las verdades de la política no nacen de la razón ni surgen de una deliberación pública, sino de sondeos de opinión, de las creencias compartidas por la gente. Poseen un valor más emocional que intelectual. No son producto de evidencias, ni de tradiciones disciplinadas de investigación y diálogo, ni tampoco de razonamientos metódicamente conducidos. Más bien, se postula, provienen del sentido común de las masas, del fervor comunitario o de la identificación con líderes carismáticos que poseen una vinculación profundamente emocional con el pueblo, la nación, la raza o la clase.

Amenazados y debilitados se encuentran, en cambio, el espíritu crítico, las voces que disienten de las verdades oficiales y de los líderes carismáticos, los engorrosos procedimientos reflexivos y la búsqueda sistemática, razonada, del significado de los fenómenos y los mejores argumentos.

En estas condiciones tienden a predominar climas fundamentalistas, dogmáticos, de ensoñaciones utópicas y fáciles soluciones, de promesas demagógicas y descalificación de quienes piensan distinto.

Los primeros 30 días de gobierno de Trump, igual que su campaña (primaria y presidencial), están marcados por estos climas turbulentos y poco propicios para el cultivo de las virtudes y la racionalidad democrática.

 

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Mas los asuntos aquí reseñados no son únicos y exclusivos del trumpismo, como comienza a denominarse a estos climas de la política posmoderna.

Pueden presentarse en todas partes donde las instituciones han perdido la confianza de la gente, donde el centro de gravedad de la política se ha desplazado hacia los medios de comunicación de masas y las redes sociales, y donde la opinión pública encuestada es la fuerza decisiva que orienta y conduce a la sociedad.

Adicionalmente, coadyuvan otros factores, como una pérdida de legitimidad de las élites, una débil estructura deliberativa, baja participación política, fuertes disensos en la esfera ideológica y amplias brechas de poder y bienestar en la sociedad civil.

Chile posee una colección de varios de estos elementos, pero está lejos de hallarse envuelto en el clima que generó el triunfo de Trump y que ahora se alimenta del trumpismo. Tampoco ha llegado al punto en que el Gobierno presente “hechos alternativos” frente a los duros hechos de la realidad, ni ha decaído la deliberación pública al grado que pudiera temerse el ingreso a un ciclo político de “post-verdad”. Sin embargo  hay señales que obligan a reaccionar.

La opinión pública encuestada está moviéndose rápidamente hacia el centro del régimen de producción de verdades políticas. Basta observar las condiciones en que se desenvuelve la precampaña presidencial, con partidos al borde de desaparecer y sondeos omnipresentes y, al parecer, todopoderosos. 

A su vez, la política se debate entre el descreimiento y la insubstancialidad. Las instancias representativas han deteriorado su legitimidad. Hay desconfianza en los medios y las instituciones. Y todo el mundo parece aguardar algún acontecimiento salvador; esto es, un líder, un programa, una coalición, una novedad. Terreno fértil, pues, para profecías y personajes carismáticos.

Asimismo, se echan de menos diagnósticos bien fundados, compartidos como verdaderos por amplios círculos de opinión pública deliberativamente producida, con intervención de conocimiento tanto experto como popular, con  base en evidencias y sustento emocional.

La Nueva Mayoría (NM) podría contribuir a formular diagnósticos de esta naturaleza si sigue la línea propuesta en días pasados por la presidenta del PDC, senadora Carolina Goic. Según acaba de declarar: “La alianza entre la izquierda y la centroizquierda ha sido buena para nuestro país, nos permitió recuperar la democracia, fortalecerla y hoy asumir otros desafíos, pero eso tiene que ser una coalición que no es la Nueva Mayoría (…) Yo soy partidaria de primarias, pero primarias en esas condiciones. No, como uno diría, con la misma coalición, con el mismo comportamiento sin hacer una autocrítica profunda y una reestructuración”. 

La voluntad de hacer esta profunda autocrítica y de poner en marcha un proceso de reestructuración de la actual NM podría, efectivamente, llevar a establecer un diagnóstico compartido del país. Esto permitiría luego iniciar un nuevo ciclo político que nos aleje de los riesgos de vernos envueltos en “hechos alternativos” y “noticias falsas” dentro de un clima tóxico de “post-verdad”.

Veremos si la precandidata sostiene su predicamento durante las próximas semanas, si la DC apoya su voluntad rectificadora y si acaso el resto de la NM está dispuesta a reestructurarse en función de un ejercicio de autoanálisis y de evaluación del contexto nacional.

 

José Joaquín Brunner, #ForoLíbero

 

 

REUTERS/David Becker

 

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