Las piedras se desgastan de tanto tropiezo

En la campaña presidencial el hoy Presidente Gabriel Boric encaró muchas veces la actitud de quienes, frente al estallido social, habrían declarado que “no lo vimos venir”. Con ello quería afirmar que la derecha estaba desadaptada a un país en plena ebullición subterránea y que, para sorpresa del gobierno de la época, se movilizaba por una sociedad más justa.

Es interesante revisar la prensa de los días previos al estallido porque allí queda en evidencia en qué estaba cada sector político. De las palabras del actual Mandatario pareciera desprenderse que en 2019 Chile se dividía entre los que estaban conectados con los ciudadanos y sabían lo que venía y otros en extremo despistados. Lo cierto es que cada cual estaba en otra cosa y la sorpresa fue general.

La derecha estaba desmoralizada por el ejercicio del poder que hacía Piñera, pero sus ministros se mantenían ocupados buscando apoyo para una reforma tributaria de la que, a los pocos días, todos se olvidarían.

El centro político estaba igualmente perdido porque le estaba dando continuidad a la búsqueda de tratativas con el gobierno de Piñera, poniéndole condiciones a sus reformas a cambio de sus votos en el Parlamento. Los cuestionamientos se estaban acumulando porque no se sabía qué y cómo se estaba negociando.

¿Y la izquierda? ¿Estaban sus líderes anunciando el porvenir? ¿Existen intervenciones históricas advirtiendo lo que venía? ¿Estaba su vanguardia anunciando el remezón que estaba a las puertas? No. Miren la prensa. De lo que estaban ocupados en el Parlamento era de proteger a una diputada de nombre Maite Orsini.

En efecto, en los días previos la diputada había denunciado, en un matinal, que algunos parlamentarios estaban vinculados al narcotráfico por lo que fue denunciada a la fiscalía y a la Comisión de Ética de la Cámara arriesgando ser sancionada.

La diputada no pudo sostener sus dichos, desapareció por unos días, luego ofreció disculpas, afirmó que no se desdecía de lo declarado y siguió como si nada. Sus pares la saludaron para ayudarla a pasar el mal momento y buscaron retomar una agenda interrumpida por una abrupta intervención banal, improvisada, fuera de agenda y sin propósito alguno.

En ese momento pareció un anécdota, pero lo que reflejaba era la particular expresión en un sector de cómo se manifiesta una práctica política de baja calidad.

Si el defecto típico de la derecha es la arrogancia que en los malos momentos se expresa en una defensa de intereses que se confunde con conocimiento técnico, los otros no tienen menos defectos, pero son otros.

El centro se acostumbra tanto a negociar acuerdos que algunos se marean y convierten este medio en un fin, actuando como si la búsqueda de entendimientos pudiera dar patente para transar los objetivos más grandes en vista de los beneficios más pequeños.

El defecto de la izquierda es pensar que la defensa de causas justas exime de la obligación de ser rigurosos y excusa de un rápido acomodo a los privilegios y las prebendas de sus líderes, incluso de los más jóvenes.

Un buen samaritano acusado de tráfico de influencia

Ahora Orsini ataca de nuevo. Se le acusa de haber incurrido en una grave falta al telefonear a una general de Carabineros para reportar una supuesta vulneración contra Jorge Valdivia. Ella niega la falta, se declara inocente, no reniega de su gestión porque “lo volvería a hacer” y pide que pasemos a otra cosa.

Pero hay algo que no se puede dejar pasar. Quienes se dedican a las comunicaciones saben que cuando alguien se demora una semana en encontrar una explicación sencilla a su comportamiento es porque le costó mucho llegar a hilvanar esa “sencilla” explicación.

Conste que no se trata de afectar la vida privada de nadie. El derecho a la intimidad es sagrado. Se trata de saber cómo afecta el comportamiento de una autoridad en una actuación pública y haciendo uso de su investidura.

Acepto las declaraciones de la diputada como el consejo de su abogado para no cometer errores, pero no estoy dispuesto a aceptar los atentados contra la lógica.

En síntesis, Orsini dice que “una persona” le imputa vincularse con fiscales para interceder por individuos que conoce. Ella es inocente, desde luego y por eso no sabemos por qué lo menciona.

En todo caso, enseguida afirma que otra “persona de alto conocimiento público” la llamó para quejarse de una detención ilegal con apremios ilegítimos por parte de Carabineros. Orsini, como todo buen samaritano, se comunicó con una generala para ponerla en antecedentes, sin interceder ni solicitar ninguna diligencia. Y eso es todo. Lo volvería a hacer por el bien de Carabineros.

Bueno, el relato no tiene ni pies ni cabeza. Pasemos por alto que se refiera a Valdivia, alguien que trata de cerca, como una “persona de alto conocimiento público”. Es como si nosotros llamáramos a nuestras madres por su número de carnet.

No es eso lo central. Ocurre que Valdivia es apodado “el mago”, no “el manco” y, que sepamos, puede y sabe defenderse por sí solo. Si lo afirmado fuera coherente, a estas alturas el alto mando de Carabineros debería haber llamado a Orsini conmovidos por su celo por la imagen de la institución. No ha sido así.

No, creo que lo señalado es un típico episodio que denota un error en el que la izquierda debe evitar caer a todo evento: el llegar a aceptar que los cargos de representación popular habilita para el tráfico de influencia por motivos personales.

Nadie consigue transformar al país si por el camino se desvía como los cruzados que iban a Jerusalén por fe y llegaron a Constantinopla por interés. El peor enemigo de la generación de reemplazo es la banalidad, la autorreferencia, el percibirse a sí mismos como seres excepcionales a los que las normas de los mortales no les toca.

Es un mal que empieza por unos pocos, pero que hay que contener, sin excusas, apenas se manifiestan los primeros síntomas que provienen siempre de los más propensos a hacer declaraciones o llamadas antes de reflexionar lo que dirán.

El ejercicio del poder ha sido un rudo encuentro entre la izquierda y la dura realidad. Hasta ahora va ganando la realidad. Cuidado. El ejercicio del Gobierno puede cambiar a la izquierda mucho más de lo que la izquierda pueda cambiar la forma en que se ejerce el poder.

Que nadie en este sector político diga después “no lo vi venir”.

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