A los chilenos no nos bastan los terremotos, los tsunamis, las sequías, las erupciones volcánicas, los virus, las pandemias ni todo tipo de manifestaciones de la naturaleza que ponen nuestro espíritu a prueba. Los chilenos queremos más, queremos ser capaces de construir una nueva Constitución en medio de la recesión más grande que ha sufrido el mundo desde la gran depresión de los años 30 y de Chile después de la crisis de la banca en 1982.

Pero como en todos los grandes desastres que hemos sufrido, los desafíos serán duros, las soluciones estarán lejos de ser perfectas, habrá mucha gente desilusionada de los resultados y, como siempre, los más perjudicados será la población más desposeída.

Hoy es día de enfrentar realidades. A partir del día domingo comenzamos un nuevo proceso de redacción de la Constitución y para ello necesitamos tratar de obtener el mejor resultado sujeto a las restricciones que nos presenta la situación actual. Y ese proceso no será nada de fácil.

El domingo, la efervescencia de las votaciones y sus resultados parecieran habernos hecho olvidar que nos encontramos en medio de una pandemia, que está muy lejos de terminar. Los países de Europa y Estados Unidos han comenzado a sufrir fuertes rebrotes, los que los han llevado a estudiar y aplicar nuevas medidas de confinamiento y cuarentenas para enfrentar la situación sanitaria. Mientras, las esperadas vacunas parecen no avanzar a la velocidad necesaria para evitar que los países del hemisferio sur comencemos un nuevo invierno.

Enfrentaremos el 2021 con una agenda llena de elecciones políticas de diversa índole -además de la elección de los constituyentes-, en medio de una pandemia que probablemente nos tenga el próximo marzo nuevamente bajo la decisión de abrir o no los colegios, con confinamiento y cuarentenas móviles, trabajo a distancia y las consecuencias económicas del incremento en el riesgo provocado por una crisis sanitaria que mantiene el sistema productivo en jaque; esto, unido al incremento en la incertidumbre provocada por los cambios en las reglas del juego que se pueden generar a partir de la discusión y redacción de la nueva Constitución. Esto mantendrá las grandes decisiones de inversión y contratación congelados, retardando la recuperación económica y con ello la recuperación del empleo, y manteniendo a la población más golpeada por la crisis sanitaria en condiciones económicas deprimidas.

La pandemia eliminó cerca de dos millones de empleos que han dejado con menos o cero ingresos a muchas familias. Esta situación podrá mejorar en algo, pero no estará resuelta al inicio de la discusión constitucional. A ello se sumarán las demandas de derechos sociales de todos aquellos que votaron con la esperanza y la falsa promesa que una nueva Constitución sería capaz de solucionar todos sus problemas, en un mundo de necesidades infinitas y recursos escasos. La falta de soluciones enardecerá aún más los ánimos y la violencia, mientras las fuerzas de orden seguirán inhabilitadas para actuar.

Contradiciendo todas las recomendaciones de expertos, nos hemos expuesto voluntariamente a la ardua tarea de definir y redactar la Constitución que regirá el futuro de nuestra nación en un momento de crisis sanitaria, económica y social. En este presionado entorno económico y social, los constituyentes que creen en la propiedad privada y la libertad deberán tratar de tomar las mejores decisiones, sujeto a muy probables amenazas de incrementos en la violencia general y a ellos mismos.

Los dados ya están echados. No podemos controlar la pandemia, y a estas alturas la incertidumbre que abre el proceso constitucional no se puede evitar. La única variable que aún podemos manejar para ayudar a que este proceso no sea la lápida de nuestro país es reestablecer el orden y erradicar la violencia. Pero para ello necesitamos que los políticos -gobierno y parlamentarios- actúen unidos por Chile, respaldando el actuar de las fuerzas de orden y seguridad. La tarea, lamentablemente, parece imposible de lograr.

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