El mérito es la única forma justa de ascenso social y movilidad. Hasta la Biblia hace énfasis en la parábola de los talentos, que implica esforzarse para multiplicar los frutos de las habilidades y capacidades recibidas. Deja claro que es necesario el esfuerzo personal para la superación. Esa verdad tan cierta ha sido la tónica histórica siempre, hasta que una “nueva generación de iluminados” decidió que el mérito debía ser eliminado de la ecuación.

Desde hace algunos años en pro de la igualdad y la no discriminación, decidieron eliminar la selección en los colegios, con lo que anularon el mérito como forma de entrada basada en el esfuerzo personal y los resultados obtenidos en forma individual; para que cualquiera, con mérito o sin, es decir, merecedores o no, pudieran igualmente ingresar. Se comenzó a aplicar la “tómbola” de modo que quien se esfuerza y merece quedar pueda ser reemplazado por quien decidió no esforzarse o por quien simplemente tiene menores capacidades.

Esto que ha sido una de las causales de la destrucción de la educación pública, es también una de las causales de la destrucción de la democracia, como la entendemos. La democracia no sólo implica elecciones y establecer gobiernos por representación popular. Es también el triunfo de la igualdad ante la ley que terminó con los privilegios establecidos por el Estado. Que enfatizó en el mérito la real aparición de la justicia como tal, darle a cada uno lo que es de propio suyo. La democracia liberal permitió que quienes tenían reales capacidades pudiesen ascender más allá de su cuna. Es esto lo que facilitó un real ascenso social.

Eliminar el mérito es lo más lejano a la justicia que pueda existir. Ya no es darle a cada uno lo que le corresponde por su valor, sino buscar cómo saltarse la fila y buscar “amiguismos” al estilo de los viejos “privilegios” entregados por el Estado a quienes no necesariamente se lo merecen, es, sin duda, un retroceso civilizatorio. Esto es lo que hemos visto en estos últimos días en Chile. El  “amiguismo” y los “pitutos” son la tónica. Ya no es necesario tener la experiencia, ni los conocimientos para ejercer los cargos. Es cosa de ver los ministerios…. varios dejan bastante que desear. Los cargos públicos ya nos son ejercidos por los mejores, sino por quienes cumplen pertenencia y visión ideológica. El currículum y la experiencia en el sector público parecen no tener ningún valor. Basta son ser “amigo de” o militar en el “partido de confianza” para adjudicarse, cargos y dineros públicos.

El escándalo fundaciones ha demostrado que la experiencia anterior y las competencias para lo que se les pedía no eran el foco, bastaba ser “de confianza de”. Pero además, se saltaron la fila hasta con los procedimientos, ni siquiera pidieron boletas de garantía. A cualquier ciudadano común, con los méritos, la experiencia y el conocimiento específico, le piden hasta el “examen de ADN” para poder postular en el sistema de Mercado Público. Las boletas de garantía son más que obligatorias. Por tanto, esta generación no valida el mérito y deja que los peores se hagan de los cargos y que además se salten la fila. “Se cuelen” y dejen a los justos rezagados.

Sin mérito no hay surgimiento, no hay avance y no hay generación de riqueza, Es cierto que el gobierno se ha jactado de haber reducido la pobreza, pero no es real. Simplemente el análisis está mal hecho. Han medido la entrega de ayudas públicas, a modo de asistencialismo, a muchas personas. Lo que han generado es una dependencia siempre poco sana, un camino a la servidumbre. De este modo, un grupo humano se debe, depende de una “manga” de ”mediocres” ascendidos a pituto y no por justicia de lo que son. Nada más injusto y poco sustentable. Esto no se sostiene en el tiempo.

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