Ha sido transversal el comentario respecto a que la conmemoración de los 50 años del 11 de septiembre de 1973 fue una oportunidad perdida. Resulta ya evidente que el gobierno tensionó el ambiente debido a las desprolijidades y también producto del planteamiento mismo de la fecha, emplazando constantemente a la oposición y pretendiendo hacer política contingente a partir del pasado.

Sin embargo, una vez ocurrida la fecha, quizás podemos plantear algunas preguntas que quedaron abiertas después de esta efeméride y que, en parte, el gobierno se encargó de reafirmarlas.

Tanto el Presidente de la República como otros personeros políticos han señalado que “los problemas de la democracia se resuelven con más democracia” frase que sin contexto se puede transformar en un mero lugar común. ¿Era esa la disyuntiva que enfrentó nuestro país hace 50 años? ¿Tuvimos la opción de elegir entre una democracia con pleno respeto a los derechos de las personas y aun así la mayoría de las fuerzas políticas optó por el quiebre institucional?

Parece que no.

Y por eso mismo, ha sido útil el ejercicio realizado en los últimos años y que marcaron los 50 años. El rol y la responsabilidad de Salvador Allende y la Unidad Popular en el quiebre de la democracia.

Algunos, como el propio Presidente de la República han sido incapaces de analizar esa arista, de hecho consultado el Presidente por errores de Allende o de la Unidad Popular simplemente no pudo reconocer ninguno públicamente.

El ensalzamiento de la figura de Salvador Allende y su gobierno no contribuye a la unidad del país, frases que señalan que hay una obra inconclusa de la Unidad Popular y que el objetivo de algunas fuerzas políticas serían concluirla, tampoco ayudan. La aproximación irreflexiva hacia el grave problema institucional que vivió nuestro país simplemente no contribuye.

Evadir la discusión sobre el rol de Salvador Allende llega a ser una visión acomodaticia de la historia, que no la analiza en su complejidad y finalmente termina simplificándola en exceso, donde el esquema entre “buenos y malos” es un paso sencillo y a la mano.

¿Fue Allende un verdadero demócrata? ¿Puede un Presidente que llegó a su cargo por medio de las elecciones dejar de ser un demócrata? ¿Cuántas veces debe vulnerar la Constitución un Presidente para que lo dejemos de considerar un demócrata? ¿1, 5, 20, 50? ¿Deja de ser demócrata un gobierno si instituciones como la Contraloría, la Corte Suprema y la Cámara de Diputados dicen que se incumplen gravemente la Constitución y las leyes? ¿Es demócrata un gobierno y un Presidente que quieren alcanzar el poder total, instrumentalizando las instituciones democráticas?

Si el estándar para ser un ejemplo de demócrata es meramente llegar al poder por medio de una elección, pareciera ser un estándar bastante insuficiente. ¿Consideramos un demócrata a Hugo Chávez, entonces? ¿Diríamos hoy que Hitler es un demócrata? Evidentemente no, porque llegar al poder mediante una elección no es una condición suficiente para ser considerado para siempre un “demócrata”.

Hubiera sido un buen ejercicio que el gobierno y su sector, contribuyeran a dar esas respuestas.

Director ejecutivo del Instituto Res Publica

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