“Por favor, no empiecen una fundación. Tenemos de sobra”. Con ese consejo comienza el curso de Finanzas para Organizaciones Sin Fines de Lucro de una reconocida universidad norteamericana. La profesora, creadora de siete start-ups, está convencida de que la receta para salvar el mundo ya no está en las fundaciones, por la gran velocidad con que han proliferado y porque dependen principalmente de donaciones. En Estados Unidos, superan el millón y medio y, en Chile, son casi 500. Entonces, uno se preguntará, ¿quién resolverá los problemas que ni el Estado ni el mercado pueden arreglar? Ahí es donde aparecen las empresas B, esas organizaciones que -pese a tener fines de lucro- tienen como objetivo principal impactar positivamente en la sociedad y el medioambiente.

Que no se malentienda: hay que seguir donando. De otra forma, sería desvestir un santo para vestir otro. El Estado también tiene mucho por hacer. Pero cuando todavía existe un 14% de chilenos viviendo en situación de pobreza y seguimos siendo uno de los países más desiguales del mundo, hay que apalancarse del poder de los emprendedores para crear beneficios para todos. Ojalá todas las compañías se convirtieran en empresas B y no tengamos que diferenciar entre las que se preocupan de corazón por la sociedad y el medioambiente y las que no.

¿Qué hace distinta a una empresa B de una tradicional? Las Corporaciones de Beneficio Público o Empresas B son un tipo de empresa que se rige por un marco legal distinto. Ya son 30 estados norteamericanos los que han cambiado sus leyes para permitir la existencia de estas corporaciones. Con esto, los emprendedores y directores de las empresas B cuentan con una estructura legal que protege los intereses de la sociedad y el medioambiente, y no sólo los de los accionistas. Nadie duda de que las empresas tradicionales también puedan adherir a estos objetivos pero, en tiempos de crisis, estos valores pueden verse afectados por la mayor importancia que se le da a las ganancias económicas, en desmedro de los intereses colectivos. Ahí es donde la empresa B ofrece una garantía, a todo evento, de que los fines sociales y medioambientales de la compañía no serán atropellados.

Otra cosa es la certificación de empresa B, que entrega la organización norteamericana sin fines de lucro B Lab. Las compañías que se certifican deben cumplir con rigurosos estándares en su desempeño social y medioambiental. Las certificaciones duran dos años y evalúan el compromiso con los trabajadores, la huella en el ambiente, la participación de la comunidad y la estructura de gobierno de la empresa. Esta imagen más global permite distinguir entre las buenas compañías y las que sólo tienen buen marketing.

En el mundo, existen más de 1.300 empresas B certificadas en 120 industrias distintas. Algunos gigantes empresariales ya han mutado al sistema B, como la cosmética brasilera Natura o los conocidos helados Ben & Jerry’s. Quizás el ejemplo de empresa B por antonomasia es la marca Patagonia. La empresa sentó un precedente al producir ropa outdoor con un 75% de material orgánico y reciclado. Además, cerca del 25% de sus trabajadores se toma tiempo libre para hacer servicio a la comunidad. Incluso se les da tiempo libre para ir a surfear. Tal cual.

En Chile, un gran ejemplo es Algramo. Esta empresa B busca terminar con el castigo por formato de compra que afecta a los sectores más vulnerables de la sociedad. Son ellos quienes -comparativamente- pagan más únicamente porque están obligados a comprar en envases pequeños. Por eso, Algramo desarrolló una máquina dispensadora de legumbres, arroz y detergente para que las familias más pobres no se vean perjudicadas y puedan comprar al gramaje. Las máquinas, ubicadas en almacenes de distintos barrios de Santiago, también permiten que los almaceneros compitan con mejores precios contra las grandes cadenas de supermercados.

Esta nueva forma de hacer empresa se está convirtiendo en un desafío colectivo y transversal a todas las industrias. Aun cuando en Chile hay 73 empresas B certificadas, todavía faltan muchas para que podamos revertir nuestros índices de pobreza y desigualdad. Ahora es cuando.

 

Gracia Dalgalarrando, Máster en Políticas Públicas, Universidad de Columbia.

 

 

FOTO: AGENCIAUNO.

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