Tal vez lo peor de las inversiones del Partido Socialista en grandes empresas (que desde el Gobierno debían regular) y de la venta de 300 propiedades por parte del Partido Comunista, es que dichas prácticas atentan contra los restos de credibilidad ciudadana en las tiendas políticas. Al revelarse que ambas colectividades han venido ejecutando bajo cuerda acciones que condenan en público, uno se pregunta en qué han de creer ahora sus militantes y simpatizantes, y hasta dónde llegará la desaprobación institucional generalizada.

¿Abandonarán estos partidos el doble estándar en lo relativo al manejo de sus patrimonios, la visión del lucro o la actividad bursátil, inmobiliaria y empresarial? Es un doble estándar que comprende también la actitud ante dictaduras de derecha (condenables) e izquierda (justificables). Estas prácticas debilitan, además, la textura de nuestra democracia. Para el chileno medio son difíciles de digerir viniendo de partidos de posturas anti capitalistas. El escándalo estalla porque ellos no revelaron sus manejos financieros.

Era complejo hacerlo, desde luego, mas no imposible, y el costo político habría sido menor al que pagarán ahora. Pudieron haber admitido que plantean una cosa en términos programáticos, pero que se ven obligados a incurrir en prácticas reñidas con sus valores porque están obligados a preservar y acrecentar el patrimonio partidario. Reaccionar, como lo hace Alvaro Elizalde, anunciando que en el futuro mostrarán un nivel de transparencia inigualable no elimina la cuestión esencial: explicar cómo el PS participa en el engranaje financiero del modelo que dice querer sustituir. Si no hubieran demonizado al extremo el modelo (que durante casi dos decenios al menos toleraron), podrían haberlo hecho.

Y tal vez muchos lo hubiesen entendido. Después de las revelaciones, plantearon algo por el estilo algunos políticos de izquierda, lo que sólo dejó en evidencia que no practican lo que predican, y que cuidan más el patrimonio de sus tiendas que las arcas fiscales, que saben de economía y que hay una enorme diferencia entre repartir con manga ancha los recursos del Estado  —que son públicos y de todos los chilenos— y repartir los recursos “propios”, privados, que rinden frutos en la Bolsa. También sabían que el lucro -al que condenan- no es condenable por principio. Y también sabían cómo reducir al mínimo el pago de impuestos, algo complejo de justificar para un partido que anhela ampliar el Estado y sus funciones.

La contradicción entre la teoría (retórica anticapitalista, antilucro y anti empresarial) y la práctica concreta (el manejo bursátil, tributario e inmobiliario) genera el doble estándar. La doble moral que quedó al descubierto. Esta se vincula a su vez con una cuestión ideológica esencial de las izquierdas, heredada de Carlos Marx: su rechazo a aceptar la condición humana y a proyectar el futuro a partir del ser humano de carne y hueso, que tiene lados de luz y sombra, grandezas y pequeñeces, y un legítimo afán de prosperar y de acumular riqueza material y espiritual; que busca diferenciarse y a la vez pertenecer a una comunidad, que trata de destacarse y que desea ser bien retribuido por ello.

A la izquierda le cuesta aceptar a ese ser humano real y por ello ha tendido en su historia a plantear la necesidad de cambiarlo, reeducarlo, adiestrarlo y convertirlo en un “hombre nuevo”. La izquierda tiende a representarse a sí misma, a sus iconos, líderes y militantes de forma idealizada: seres puros, libres de apetitos e intereses materiales, que se esfuerzan y sacrifican por el colectivo, que buscan la redención social, rechazan el lucro y la iniciativa privada, y se desviven por construir un paraíso sobre la tierra. Sus detractores, en cambio, son sujetos egoístas, codiciosos, materialistas, explotadores, “vendidos al sistema” o pobres incautos. Sólo razones altruistas animan al militante de izquierda; sólo mezquindad e individualismo al que milita en la derecha. Este relato que ensalza a la izquierda y demoniza a sus contrincantes tiene un objetivo central: construir y consolidar una falsa superioridad moral sobre los demás miembros de la sociedad.

Pero predicar desde el púlpito político de forma aleccionadora tiene sus costos. Exige, por lo menos, vivir de acuerdo con lo que se predica, algo difícil en esta era de celulares y transparencia. Y aquí parten pagando los mismos dirigentes: más empoderada y suspicaz que nunca, la ciudadanía condena al ver en redes sociales a defensores del igualitarismo en la primera clase de los aviones o al volante de automóviles de lujo, comiendo en restaurantes VIP o viviendo en barrios exclusivos, enviando a sus hijos a colegios privados o vacacionando en sitios de ensueño.

Como liberal, estimo que cada uno debería poder vivir como prefiera, aunque eso siempre se ve acotado por el dinero del que se disponga (en Chile, las condiciones de vida deberían ser siempre al menos dignas). Me temo, sin embargo, que el político de retórica “proletaria” e “igualitaria” se encuentra hoy no sólo con los límites que le impone el dinero, sino principalmente su propio discurso y la utopía que predica. Es una expectativa de conducta social establecida por su propia retórica, un enjuiciamiento social que él mismo conjura. Por eso, para la gran mayoría es inaceptable imaginar a líderes del Partido Socialista examinando los resultados de la Bolsa o a los del Partido Comunista dirimiendo quién presenta la oferta más lucrativa para adquirir centenares de sus propiedades.

Mientras intentaban acorralar a la candidatura del presidenciable favorito de los chilenos, el PS y el PC se encontraron con revelaciones que los colocan en una situación de enrevesada salida. Fueron por lana y salieron trasquilados. Es probable que con este escándalo la Nueva Mayoría siga perdiendo votos: hacia Chile Vamos, por la derecha; y hacia el Frente Amplio, por la izquierda. Auto erigirse en ejemplo de moral y conducta política irreprochable tiene peligros. A todos los que lo han intentado les ha ido últimamente mal en Chile. A estas alturas, la escéptica ciudadanía quiere hechos, no palabras, y menos palabras que ocultan los hechos.

Las noticias que llegan de los partidos históricos de la izquierda chilena deben tener revolcándose en su tumba a Karl Marx, Luis Emilio Recabarren y Salvador Allende.

 

Roberto Ampuero, #ForoLíbero

 

 

FOTO: PABLO VERA LISPERGUER/AGENCIAUNO

 

Escritor, excanciller, ex ministro de Cultura y ex embajador de Chile en España y México. Profesor Visitante de la Universidad Finis Terrae

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