La libertad de expresión no existe. Hoy, en un mundo dominado por “posverdades”, ya no se puede decir lo que se piensa u opina, sin temer ser víctima de un abucheo generalizado de quienes dicen poseer la verdad. La corrección política controla lo que se puede hablar o comunicar, cualquier cosa fuera de aquello debe ser despreciado. Como dijera Hillary Clinton al referirse a los votantes de Trump, eran un grupo de personas “deplorables”, por el simple hecho de que no pensaban como el establishment.

La libertad de expresión implica poder manifestar nuestra opinión respecto de cualquier tema sin esperar un abrumador reproche social por una postura no alineada con “lo que todos piensan”.

Los principales culpables de este fenómeno son las élites, pues son ellas las que han estructurado un discurso oficial, una verdad objetiva, respecto de la que no se puede disentir sin pasar a ser un paria. Dicho discurso baja al resto de los ciudadanos, quienes simplemente lo reproducen en forma despreocupada, teniendo como argumento de defensa que ha sido dicho “por alguien más inteligente o capaz”, lo que evita cualquier posibilidad de cuestionamiento, ridiculizando al detractor. Así, por ejemplo, el discurso contra las AFP, que parece surgido desde un movimiento social, es ideológicamente dirigido e instaurado por una élite, que hoy impide hablar a favor de ellas sin recibir un apelativo.

La paradoja del siglo XXI es que, siendo el momento en que el ser humano dispone de una infinidad de medios para la difusión de ideas, gracias al aporte de internet, es el tiempo en que menos se puede decir sin ser vapuleado y despreciado por quienes piensan distinto. Tras apelativos barbáricos –como facho, homofóbico o racista– la carencia de argumentación es evidente. “Insulta, insulta, pues la verdad está de tu lado”, pareciera ser la lógica de las actuales relaciones sociales.

Lo preocupante de todo esto, más allá de la evidente falta de sentido democrático del comportamiento social actual, es que es el escenario perfecto para el surgimiento de populistas que, teniendo como punta de lanza el derrocamiento de la elite defensora de esta corrección, pueden ser capaces de aunar grandes mayorías que legítimamente sienten que sus opiniones son menospreciadas por quienes aseguran tener la verdad objetiva. Trump y Le Pen son ejemplos recientes de este fenómeno.

¿Tan cortas de mente son nuestras élites político-intelectuales que no son capaces de captar el sentir de quienes no pueden alzar libremente su voz? Me parece que no, por el contrario, es una actitud deliberada de manipulación política.

En la construcción de una sociedad moderna, libre y democrática debemos ser capaces de debatir en torno a ideas y argumentos, no quedarnos en la vacuidad del “no, porque no” tan presente hoy en día. Las élites deben comprender que lo que ellas piensan no es lo que piensan todos, deben aprender a escuchar y ser capaces de dialogar, sin insultos. Hay que acabar con la dictadura de lo políticamente correcto para evitar la debacle.

 

Esteban Montaner Rodríguez, investigador Fundación para el Progreso

 

 

Deja un comentario

Debes ser miembro Red Líbero para poder comentar. Inicia sesión o hazte miembro aquí.