Mañana, 10 de agosto, se celebra un nuevo aniversario de la fundación del Instituto Nacional, que en 1813 los padres de la patria concibieron como una institución al servicio de la formación intelectual y ética de las futuras generaciones.

El carácter formativo amplio del Instituto Nacional se manifiesta de manera clara en las famosas palabras de Fray Camilo Henríquez, fundador del diario La Aurora de Chile, quien señaló que “el gran fin del Instituto es dar a la patria ciudadanos que la defiendan, la dirijan, la hagan florecer y le den honor”.

En efecto, como sabemos, entre sus numerosos ex alumnos destaca un buen número de ex Presidentes de la República, parlamentarios, ministros de Estado y jueces. También intelectuales, artistas, empresarios y líderes de la sociedad civil. Así como miles de ciudadanos que, de manera menos pública, han contribuido a lo largo de 204 años de historia al desarrollo y progreso de Chile.

Sin embargo, para nadie es un secreto que el Instituto Nacional atraviesa momentos que son, a lo menos, complejos. El fuerte deterioro en su excelencia académica, en su clima de convivencia escolar y en su infraestructura son muestras palpables de esta triste situación. Por lo mismo, algunos creen que su papel hacia el futuro está en riesgo. En realidad, en cierta manera lo que pasa con el Instituto es una representación gráfica de lo que experimenta la educación estatal en nuestro país.

Frente a esto, urge recuperar el sentido profundo de la enseñanza con una dimensión de servicio a la sociedad, con una adecuada valoración del mérito y el esfuerzo, así como una cultura de solidaridad. Como bien sabemos, en Chile el sistema educacional siempre ha sido de carácter mixto, esto es, con una convivencia entre establecimientos del Estado y otros que son fruto de las iniciativas de la sociedad civil. Se trata de una actividad que no es de suma cero, porque el éxito de un tipo de establecimiento no depende del fracaso de otro.

En el siglo XXI existe una pluralidad de creencias y visiones sobre el hombre y la sociedad, por lo cual un sistema diverso es la mejor herramienta para que las familias lleven adelante la educación de sus hijos. En este contexto, para poder elegir libremente no sólo requerirán de recursos económicos, sino también de alternativas de calidad —estatales o particulares— con diferentes proyectos educativos de acuerdo a los intereses de cada comunidad.

En segundo lugar, debemos huir de los intentos por “nivelar hacia abajo” que, escondidos tras una concepción igualitarista, terminan por opacar la justicia y la libertad, que valoran el mérito y el esfuerzo de los jóvenes y sus familias. No por nada el lema del Instituto Nacional es Labor Omnia Vincit: el trabajo todo lo vence.

Por último, debemos buscar la calidad de todo el sistema educacional, tanto de los liceos emblemáticos y Bicentenario, como de los que no lo son. Esto es una verdadera cultura solidaria, que se preocupa de los miles de estudiantes de escuelas y liceos que hoy aparecen abandonados por el Gobierno y sus reformas. Necesitamos educación de calidad para todos y no políticas públicas engañosas.

Los jóvenes que hemos podido acceder a una buena educación como la que recibimos en las salas del Instituto Nacional, debiéramos recordar permanentemente los versos de Juan Carlos Baglietto, que cantaba: “Para ganar, ¿de qué sirve ganar? Si no ganan conmigo los que vienen detrás”.

 

Julio Isamit, coordinador político de Republicanos

 

 

FOTO: FRANCISCO FLORES SEGUEL/AGENCIAUNO

 

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