Chile es un país bipolar, qué duda cabe. Durante la irregular campaña de la Roja para Rusia 2018 tuvimos buenos y malos partidos. Tras los buenos nos creíamos la mejor Selección del mundo; tras los malos, exigíamos raudamente la salida del técnico y cambios profundos en el diseño. A los chilenos nos cuesta el análisis global, de largo plazo, y lo que los gringos llaman la big picture. Y en política pasa lo mismo: los fervientes adherentes y electores de Sebastián Piñera pasaron del éxtasis máximo a la depresión más profunda. De un optimismo sin precedentes, al peor de los pesimismos.

Tanto los optimismos exagerados como los pesimismos aciagos son malos vehículos sociales, pero los segundos son probablemente peores, porque desconcentran a la opinión pública y la apartan de una causa común. Por eso, quizás, Ricardo Lagos eligió la frase “En vez del pesimismo” para titular su último libro, y yo deliberadamente la he robado para esta columna: es hora de poner paños fríos a los adherentes de Chile Vamos, pues hay varios indicadores objetivos que demuestran que, si bien la segunda vuelta no será fácil, está muy lejos de ser una causa perdida.

Uno: la brecha entre Piñera y Guillier es tremenda, casi insuperable. De hecho, Piñera está más cerca del cincuenta más uno que de Guillier. Y un dato freak adicional: con su 22,7%, Guillier se ha convertido en el peor candidato en el segundo lugar desde 1932 (cuando Alessandri ganó con el 54,8%, contra un Marmaduke Grove que sacó apenas el 17,7% y otros tres candidatos).

Dos: Guillier apenas superó al Frente Amplio. Y ellos lo saben. Con 20 diputados y una Beatriz Sánchez con sólo 100 mil votos menos que el candidato de la Nueva Mayoría, entienden su actual peso específico. Y saben que no pueden perderlo con una mala negociación o un apoyo fácil. Al contrario: muchos opinan que les conviene ser oposición a Piñera. Si sale Guillier —sobre todo con el necesario apoyo del Frente Amplio— estarán condenados a una posición ambigua entre gobierno y oposición. Una posición desgastante y poco épica; por algo Revolución Democrática terminó saliendo en masa del gobierno en 2016… sabían que la única forma de armar sólidamente su proyecto era configurándose como antagonistas al establishment.

Tres: Guillier está entre dos mundos irreconciliables. La vieja Concertación desconfía del Frente Amplio (los han llamado “los MAPU con iPhone”) y muchos no están disponibles para ceder antes sus caprichos. Sin ir más lejos, luego de que el FA pusiera como condición para un posible apoyo el compromiso del candidato con la consigna “No + AFP”, el mismo Osvaldo Rosales, jefe programático de Guillier, señaló que las AFP no se acabarían. ¿En qué quedamos? Pocas veces había tenido tanto sentido aquel cliché que señala que “en política no se puede servir a dos señores”.

Cuatro: mientras el comando de Guillier hace malabares para virar a la izquierda sin volcarse y no perder —al mismo tiempo— votos moderados, Piñera ha aprovechado muy bien los primeros días post primera vuelta: sin exigencias, José Antonio Kast le otorgó su apoyo; luego, se sumó Ossandón, lo que sin lugar a dudas ayudará a llegar a ese electorado desideologizado, pero con hambre por cambios sociales (en Puente Alto, Beatriz Sánchez consiguió el primer lugar, con el 31,4% de los votos); renovó gran parte de su equipo, con parlamentarios sub 40 y Felipe Kast como frontman, dando paso con ello a una centroderecha moderna y renovada; y, además, ha dado señales potentes hacia la DC con la incorporación de dirigentes de Ciudadanos, un movimiento que tiene mucho más que ver con ese partido que con la Nueva Mayoría.

Cinco: por último, hay que reflexionar sobre el electorado. Éste es hoy mucho más líquido y volátil que antes. Incluso más que hace ocho años, cuando al menos un 20% de los electores de MEO (según datos de LAPOP) se inclinó por Piñera en segunda vuelta. No podemos descartar que un porcentaje incluso mayor de los votos de Sánchez, Goic o el mismo MEO termine en manos del candidato de Chile Vamos. Se trata de electores que esperan mayor progreso y que saben que un gobierno continuador del actual está sacrificando crecimiento económico sin conseguir desarrollo social. Y a esto, hay que sumar la dinámica del voto voluntario. A muchos de los electores que quedaron en el camino no les gusta ninguno de los dos candidatos —lo que es, por supuesto, absolutamente legítimo— y es muy probable que, en tal escenario, decidan no participar del balotaje, perjudicando así la opción del senador Guillier.

Es verdad que nada está escrito, y que el escenario de la segunda vuelta está lejos de tener el optimismo de la primera. Pero tampoco se trata de caer en la desmoralización. Si Piñera no la tiene fácil, Guillier la tiene inmensamente más difícil. Por eso, lo que deben hacer los adherentes y simpatizantes del ex Presidente es, lisa y llanamente, ponerse a trabajar. En vez del pesimismo, claro.

 

Roberto Munita, abogado, magister en Sociología y en Gestión Política, George Washington University

 

 

FOTO: MARIO DAVILA/AGENCIAUNO

 

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