El paso por Santiago del bus de la ONG española CitizenGO ha puesto de relieve la distancia que hay entre las miradas de sectores conservadores que se oponen a lo que denominan “ideología de género” y las instituciones que trabajan a favor de la diversidad sexual. En las miradas confrontadas, airadas y a veces odiosas entre estos grupos hay —como suele ocurrir cuando se llega a este grado de encono— mitos, ignorancia, intolerancia y, sobre todo, miedos.

El llamado Bus de la Libertad, cuya circulación por Madrid y otras ciudades fue breve, ya que fue objeto de manifestaciones adversas que impidieron su plan original, tenía leyendas bastante más agresivas que la versión chilena. Podían leerse en grandes letras las frases: “Los niños tienen pene” y “Las niñas tienen vulva” impresas en su carrocería.

El bus que ha circulado estos días por Santiago, en cambio, tiene las siguientes  leyendas: “Con mis hijos no se metan”; “Nicolás tiene derecho a un papá y una mamá” y “-Estado + Familia”. Los organizadores chilenos de esta iniciativa no solamente han adaptado las frases para el hablante de nuestro país, sino que han escogido leyendas con las que la mayoría podría estar de acuerdo. En mi caso, suscribo plenamente la primera y la tercera; y la segunda la cambiaría, en medio del horror del Sename, más bien por “Nicolás tiene derecho a una familia”.

Sin embargo, el bus criollo igualmente ha sido objeto de manifestaciones y provocado la furia de las instituciones de la diversidad sexual. ¿Será porque estas últimas son más intolerantes que sus pares españolas? ¿O más bien lo que ocurre es que el nuevo maquillaje del bus no alcanza a esconder el verdadero rostro de la ONG CitizenGO?

La gran objeción que puede hacerse a esta ONG y la campaña española que llevó a cabo es el  brutal agravio que se hace a niños que han nacido con un pene, y sin embargo su verdadera identidad sexual es femenina, y a niñas que han nacido con vagina y se identifican, en cambio, con el género masculino. Esa es una realidad que existe, en un grupo minoritario de la población que sufre enormemente por ello. Las frases del bus español contienen, entonces, expresiones de extraordinaria crueldad para esos niños, y eso hace entendible el encono con que los enfrentan quienes abrazan la causa de la diversidad sexual, que incluyen a las personas transgénero.

La crueldad que puede llegar a expresarse en la sociedad contra estos grupos sólo se explica, a mi juicio, por el fuerte miedo a lo desconocido, a lo distinto, que suele estar presente en ciertos grupos humanos. Al enfrentarse al problema que puede significar la convivencia de estos niños con los propios, muchas personas reaccionan rechazándolos y estigmatizándolos, como si los pequeños cargaran con una culpa. Es lo que se manifiesta en situaciones prácticas como el uso de baños en los colegios, en donde es natural que los padres de los compañeros de curso de niños y niñas transgénero manifiesten una inquietud por el hecho de que un niño de sexo biológico masculino quiera, por ejemplo, acudir al baño de niñas. Pero la existencia del problema no puede significar que simplemente éste se resuelva perjudicando o ignorando al niño transgénero, sin realizar esfuerzos para buscar una solución que lo acoja (de seguro hay muchas y el colegio debe ser proactivo en encontrarlas).

El miedo a lo desconocido se alimenta, además, de la ignorancia. Es increíble que todavía en Chile haya un porcentaje tan importante de la población, particularmente en estratos socioeconómicos altos, que crea que condiciones como la homosexualidad u otras expresiones de género distintas a la héterosexual sean una suerte de enfermedades contagiosas. Que piensen que el contacto con personas homosexuales puede transformar a heterosexuales alterando su identidad de género. Si bien hay influencias culturales que contribuyen a ese error, como la de la misma Iglesia Católica, es demasiada la evidencia científica y empírica que señala que el contacto con personas homosexuales no altera en un ápice la condición sexual de un individuo.

Hay ignorancia en esa creencia, pero también hay desidia, comodidad e insensibilidad. Porque probablemente es más fácil simplemente ocultar el tema, no pensar, no enfrentar a los grupos de referencia con verdades incómodas quedándose mejor en el “qué dirán”; todo ello a costa del dolor de otros de la negación de su dignidad como personas y de la gradual aceptación de una propia condición no pensante, que tiene algo de primitivo y cerril, y que en definitiva degrada intelectual y moralmente a quienes permanecen en ese estado.

Desgraciadamente, hay actitudes de quienes tienen una posición liberal en estos temas que no contribuyen a que la sociedad los discuta con serenidad. Porque los miedos existen y tienen explicación, es absurdo empujar una agenda de liberalización que lleve a situaciones chocantes e incluso peligrosas para la convivencia. Los manuales de educación sexual que hemos conocido en Chile, elaborados y promovidos por entes públicos, que exponen a niños de diez años a realidades desconocidas para ellos y completamente ajenas a su grado de madurez en la propia sexualidad, son municiones para los adversarios de lo que se ha dado en llamar “ideología de género”.

La ideología de género, si hemos de ser honestos intelectualmente, no existe. Nadie la ha formulado, establecido sus premisas ni desarrollado sus postulados. De modo que combatirla es disparar a lo que se denomina en la discusión intelectual un “mono de paja”, construido con características monstruosas, con el objeto de hacer más fácil el descrédito de una postura antagónica a las propias posiciones o prejuicios. Un ejercicio intelectual deshonesto.

Sepan los descriteriados, los ultra, los que abominan del diálogo, los que gustan de las revoluciones culturales que pasan por encima de las personas, imponiendo las propias creencias a cualquier costo, que esa no es la forma de hacer conciencia acerca de los derechos de las minorías sexuales. Por el contrario, ellos y sus iniciativas extremas constituyen un combustible indispensable para sectores conservadores que quieren hacernos creer que por respetar y acoger a un niño o a una niña distinta, somos apologistas de la ideología de género.

Por eso celebro que la Fundación Iguales, repudiando el mensaje del Bus, haya señalado que no se opone a su circulación, diferenciando así su posición de otras posturas de organismos que defienden la diversidad sexual que caen en la intolerancia que dicen defender.

Quisiéramos que la sociedad chilena madure, de modo que podamos discutir estos temas con un mínimo de apertura a la evidencia y a la verdad, y lo que es muy importante, con aceptación del otro, que muchas veces es distinto a nosotros, pero merece igualmente nuestro respeto. Todos podemos  aportar un grano de arena para que ello ocurra.

 

Luis Larraín, #ForoLíbero

 

 

FOTO: PABLO VERA LISPERGUER/AGENCIAUNO

 

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