El experimento indigenista boliviano, con pretensiones igualitaristas y alabado de forma unánime por la cultura progre latinoamericana y europea, proporciona con extraordinaria frecuencia, sorprendentes novedades. La última es la fuerte tensión social provocada por la falta de dólares.

Ya no es un misterio que la aguda escasez de la divisa estadounidense afecta a numerosos sectores de la economía del país. Versiones oficiales hablan de un descenso alarmante de las reservas, aunque aseguran que todo se debe a conspiraciones “reaccionarias” y a “sabotajes”. En círculos críticos al gobierno se dice, en cambio, que el déficit es prácticamente irreversible. Los comerciantes amenazan con movilizaciones. Hay claras señales de un incipiente caos y de que el gobierno del estado plurinacional boliviano -como se denomina oficialmente- no dispone de muchos instrumentos para salir de la situación.

Amargo debe ser para el Presidente Luis Arce constatar que la evaporación de sus reservas en moneda del imperialismo lo haya lanzado a un pantano. Hasta hace poco menos de un año, se ufanaba de gobernar con ideas revolucionarias. “El viejo Marx y Engels están siempre presente”, alardeaba ante unos atónitos dirigentes sindicales, cuyos rostros revelaban nula conexión con esos personajes que su presidente mencionaba con singular familiaridad.

El modelo “evista”, como se le conocía en círculos del Foro de Sao de Paulo y Grupo de Puebla, no fue otra cosa que uno de los tantos dialectos del progresismo latinoamericano. Le tuvieron gran aprecio. Era visto como un logro de inclusividad étnica y social. Su manejo de la economía parecía un éxito digno de imitar. Decían tener equilibrio macroeconómico, la inflación bajo control y disponer de divisas a raudales. En el clímax de sus alardes mostraron un auto eléctrico -el Quantum- que pondría a Bolivia a la vanguardia mundial en materia tecnológica. El vehículo era fiel constatación del virtuosismo y vigor de una empresa estatal como Yacimientos Estatales de Litio. Al presenciar su lanzamiento, los más fanáticos proponían desterrar el libre comercio y erigir una autarquía.

Hoy abundan las evidencias de un fracaso rotundo. Los aparentes éxitos respondían más bien a motivaciones propagandísticos. O, quizás, eran sólo espejismos. Un experimento donde nada era lo que decía ser.

Ni siquiera en cuestiones de política interna. El Movimiento al Socialismo (MAS) se vanagloriaba de ser una fuerza política tan dominante como incontrarrestable. Políticamente incombustible. Pero la nueva élite indígena mostró los mismos desvaríos terrenales que cualquiera. Cuando Morales quiso reelegirse Presidente por cuarta vez entreabrió una puerta que ya no volvería a cerrarse. Fue el camino al precipicio. Enredado en circunstancias adversas, optó por huir del país, dejando tras sí un reguero de desorden. Inició un largo deambular por México, Cuba, Venezuela y Argentina y, al poco tiempo, sus huestes consiguieron que se llamara a nuevas elecciones. Triunfó Arce, el exitoso ministro de Morales.

Muy pronto, un totum revolutum se desató al interior del MAS. Afloró un quiebre feroz, no sólo entre ambos dirigentes. Evo también saldó cuentas con su exvicepresidente, Álvaro García Linera. El “intelectual” del grupo pasó a ser un traidor. El MAS se convirtió en una sumatoria de facciones, divididas momentáneamente en “evistas” y “arcistas”. Todos se encuentran ahora afilando estacas de cara a la próxima elección presidencial. Ha habido expulsiones por doquier, muertos y heridos en numerosos enfrentamientos. La crisis por la falta de dólares es sólo el condimento final.

Un aliño para el inevitable caos que se avecina. De paso, ratificó la debilidad intrínseca de todos estos experimentos igualitaristas. La expresión arquimédica “antiimperialismo norteamericano”, que pareciera soportar todo y levantar cualquier cosa, dura hasta que se acaban los dólares.

Un breve vistazo a vuelo de pájaro, deja en claro que el experimento indigenista, y todos los otros, se hunden en el embeleso institucional y personal por la divisa americana. Institucional, porque está claro que, sin dólares, todo proyecto igualitarista es inviable. Personal, por esa extraña fascinación de sus líderes por acumularlos recurriendo a métodos hilarantes. 

De sobra documentado por los medios y redes sociales fue el caso de la ministra de uno de aquellos experimentos progres, quien debió renunciar al descubrirse que escondía dólares en bolsas plásticas (de esas usadas para la basura) depositándolas al interior del sanitario de su oficina. Un colega suyo de gabinete demostró ser mucho más imaginativo que ella. Como si fuera el rodaje de una película de suspenso, solía dirigirse bajo la tenue luz de la luna hacia un convento. Allí, unas caritativas monjas le recepcionaban bolsas de plástico, también llenas de dólares. Sencillamente extraordinario. No hay registros de alguien poniendo sus ahorros personales a recaudo celestial. Otro dirigente de aquel mismo experimento progre, aunque algo más rústico, grabó un video pesando aquellas benditas bolsas llenas de dólares. Había hecho un inusual descubrimiento que quería compartir con sus seguidores. En cada bolsa de un kilo cabía justo un millón de dólares. Un método práctico para evitar esos tediosos momentos de contar billetes.

Otro experimento progre en las vecindades latinoamericanas tuvo un Presidente conocido por flamígeros discursos anti-neoliberalismo. Demostró, sin embargo, ser muy precavido y mantuvo la convertibilidad heredada. Como buen hijo de la conveniencia y no de la convicción pudo así adoptar la divisa americana para sus ahorros personales. El exilio podía ser inclemente y no iba a correr el riesgo de tener ahorros en monedas de países hermanos o en wons norcoreanos.

Entretanto, en la isla-madre de todos estos experimentos, ya no hacen esfuerzos por ocultar su asfixia ante la falta de dólares. Ahí se viven de forma paralela ahogos personales de la élite y del gobierno. Cuba está colapsada. El choque con la realidad fue brutal. Durante 20 años, su insigne líder máximo les hablaba del futuro radiante que les esperaba si se desconectaban por completo de la economía estadounidense. A mediados de los 60, recibieron con jolgorio la noticia de que el “compañero Fidel” había expulsado todas las inversiones “del imperialismo”. Un paraíso revolucionario no necesitaba dólares.

Ahora, los vericuetos de la vida han llevado a los líderes del experimento indigenista boliviano a temerle a los fantasmas cubanos. Hay nerviosismo ante un futuro incierto y ante el agotamiento de la retórica progre. Al acabarse los dólares ya no podrán seguir pregonando ser otra tumba del neoliberalismo. Hace unos días, el ministro de Planificación del Desarrollo, Sergio Cusicanqui anunció estar trabajando “intensamente para afrontar éste y cualquier otro inconveniente que se pueda presentar en la economía boliviana”. Sin embargo, no se ve espacio de maniobra. Hay indicios que la comercialización de los Quantum (cada unidad vale aproximadamente seis mil dólares), resultó un fiasco. Los consumidores bolivianos se mostraron más conservadores de lo previsto por Evo, Arce y sus amigos.

En síntesis, en todos ellos se observa una tragicómica combinación de enajenación por los dólares y una inconfesable falta de idoneidad para manejar la economía.

Hace muy pocos años, Alberto Vergara en su Repúblicas Defraudadas, ¿puede América Latina escapar de su atasco?, examinó esta regularidad de los experimentos igualitaristas. Ninguno ha demostrado ser medianamente competente y lo que ocurre en Bolivia, siguiendo a Vergara, recuerda el adagio thatcheriano, en orden a que “el socialismo fracasa cuando se les acaba del dinero… de los demás”.

Académico de la Universidad Central e investigador de la ANEPE.

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