¿Está seguro de que vamos por el camino correcto?

Hace muchos años, antes de la guerra civil, en España ocurrió que un bibliotecario retiró de los anaqueles el libro de Darwin sobre el Origen de las Especies. Lo justificó diciendo que él no iba a permitir que en su biblioteca se encontrara un texto que decía que el hombre venía del mono.

Al ser consultado por el asunto, Miguel de Unamuno lo comentó diciendo algo así: “Yo no sé si el hombre viene o no del mono, pero sí sé que personas como este bibliotecario van hacia el mono”.

Así como hay una convivencia de libros en la biblioteca y quien está cargo no está allí para juzgar sus contenidos, en una democracia los que piensan distinto están de acuerdo en respetar las mismas reglas que permiten la convivencia en paz y el respeto de todas las personas. La libertad existe sobre la base de esta certeza.

Que los distintos sectores políticos no puedan suscribir en conjunto un mismo credo democrático y de defensa irrestricta de los derechos humanos es una señal preocupante. Estamos en plena recaída del cultivo de nuestras diferencias y asegurándonos de llegar al 11 de septiembre lo más divididos que podamos. Hemos tenido conmemoraciones más limpias hace 10 o 20 años atrás, pero, aunque parezca increíble, estamos desaprendiendo.

Nuevamente las responsabilidades son compartidas. Por una parte, el Presidente Boric ha seguido fiel a su práctica de hacer declaraciones confrontadas, una llamando a la unidad y otra dando una señal dura a su auditorio más de izquierda. Adelantar un paso y retroceder al siguiente es lo mismo que quedarse detenido.

Por otra parte, la derecha se encuentra en competencia interna por el poder y la proyección de sus liderazgos presidenciales. En estas circunstancias acoger iniciativas de gobierno no les parece la idea más apropiada del momento. Quien lo haga perderá apoyo y la idea es acumularlo, no erosionarlo.

Por estas razones parecemos empeñados en una involución que nos acerque lo más posible al mono.

Repitiendo errores se llega a la confrontación

La crisis del 73 se dio luego que un gobierno minoritario asumiera el poder cuando ya nuestra convivencia estaba muy deteriorada. Avanzar rápido parecía posible, perder lo que teníamos a nadie se le pasó por la cabeza. Se partió de la base que teníamos un piso institucional sólido y estable que se mantendría casi por inercia.

Al final lo que cultivamos fue lo que predominó, nos dedicamos a agredirnos, cada quién se fue quedando en los reductos identitarios donde estaba más cómodo y los límites de lo permitido se fueron corriendo. Este cuadro no nos es algo desconocido en la actualidad.

En el pasado se pecó de un exceso de optimismo y de estar seguros de que los cambios vendrían y serían para mejor. Nosotros no tenemos la excusa de la ingenuidad. Sabemos que lo que nos rodea no es sólido, que parecemos estar siempre en estado de transición y no estamos seguros de a qué podemos llamar “normalidad”. Las encuestas nos muestran un país pesimista, que no ésta convencido de poder derrotar sus problemas ni de superar sus crisis.

La idea de que podemos seguir cultivando una permanente polarización, porque eso es lo que nos conviene a cada uno en la coyuntura, pero que en conjunto seguiremos siendo estables y tendremos más cercano un desarrollo equitativo, no hay mono que lo acepte.

Las reglas del juego ya no favorecen la estabilidad ni obliga a tener gobiernos mayoritarios, ni asegura el apoyo parlamentario para la administración electa, ni podremos regular en buena forma los conflictos sociales. Pueden cambiar los protagonistas o pasar a ocupar el puesto del otro en el Ejecutivo y en la oposición respectivamente, pero la gobernabilidad misma estará pendiente de un hilo, porque lo único que hemos legitimado es jugar al desgaste de quien está en el poder.

Tenemos seguidores de encuestas, faltan conductores de procesos

Sin embargo, existen pruebas de que podemos consolidar avances por colaboración en materias tan importantes como seguridad e institucionalidad.

Está en pleno desarrollo una agenda en materia de seguridad, consensuada entre el oficialismo y la oposición, que avanza en forma sistemática y en tiempo mínimo.

Los logros no se deben a que sean fáciles o porque se peque de falta de ambición. Se pretende aprobar 31 proyectos de ley antes que termine el año. Pese a lo exigente de la meta, ya está aprobado un tercio de los compromisos adquiridos.

Sin querer queriendo, se está consiguiendo la mayor concreción legislativa en seguridad que pueda exhibir cualquier gobierno desde la recuperación de la democracia. Y se supone que este es un campo de confrontación política.

El materia constitucional contamos también con un anteproyecto aceptable para gobierno y oposición. No le sobra nada y le faltan complementos que le sean compatibles. Sólo que este logro que está al alcance de la mano tiene, como en los cuentos, una condición y esta consiste en no pasarse de la raya y saber esperar.

El oficialismo no puede perder de vista que es minoría y que no es cosa de que se ponga a golpear la mesa. Por eso hace bien en emplazar a la oposición a lograr acuerdos en los tópicos fundamentales en debate, anticipando lo que le resulta inaceptable. Frente a una extrema dispersión de enmiendas, se ha concentrado en pocos temas, simplificando el asunto. Todo dependerá de la respuesta que reciba.

La derecha no puede pretender imponerse en la Constitución cuando lo que tiene que hacer es imponerse en las urnas. Si se equivoca de escenario perderá pan y pedazo. Chile se está decepcionando pronto y nadie puede sentirse dueño del descontento. Ya sucedió con la Convención y puede volver a ocurrir.

En especial Republicanos tiene que autorregular sus movimientos. No tiene que hacer todo lo que puede, sino todo lo que se requiere y punto. Si no lo entiende, demostrará tener pretensiones excesivas de las que terminará por desengañarse. Si las convicciones democráticas duran lo que se demora en pasar de minoría a mayoría, en realidad nunca se tuvo tales convicciones.

En la actual política chilena faltan auténticos promotores de bien común, por eso mientras más hablan los que repiten consignas, más se siente el silencio y mientras más voceros de lugares comunes aparecen, más se nota el vacío que sólo pueden llenar los liderazgos de peso.

No hay que desesperar. Justo después que se depositan las mejores esperanzas en los lugares equivocados y ya no se cree en soluciones mágicas y fáciles, es cuando les llega su oportunidad a los liderazgos más sólidos.

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