Esta semana, el Presidente Boric anunció desde Chiloé la futura habilitación de doce caletas “con perspectiva de género” en distintos puntos del país. La iniciativa fue motivo de burla en diversos medios y el Presidente, con su incomprensible inclinación a comentarlo todo, se vio en la necesidad de pedir a los periodistas “un poquito más de seriedad” y de aclarar que esta “no es una medida posmoderna”. El episodio, aparentemente marginal en medio de una crisis política y social maciza, es sintomático del tipo de puntos ciegos que paraliza a este gobierno.

¿Cómo entender la disonancia entre este bienintencionado anuncio de caletas progresistas y la reacción de la opinión pública? ¿Por qué se produce cada vez con más frecuencia ese desfase? ¿Es pura liviandad de la audiencia, que no logra captar la profundidad de aquello que se anuncia, o hay algo distinto que valga la pena mirar?

Lo primero que salta a la vista es la mezcla de grandilocuencia y vaguedad de la expresión “perspectiva de género” aplicada a caletas pesqueras desde Mejillones a Ancud. ¿A qué apunta exactamente? ¿Se trata de algo así como construir baños y salas de lactancia para facilitar el trabajo de mujeres en esos lugares? Difícilmente podría uno oponerse a eso, más aún si responde a necesidades urgentes de las comunidades. Pero la cuestión es justamente esta última: ¿a quién se dirige realmente este anuncio? ¿A qué demandas responde? ¿Son las mujeres de las caletas y sus comunidades las reales interlocutoras?

Lo que se atisba en el anuncio de esta semana es algo distinto de un apoyo genuino a las trabajadoras del mundo pesquero (que, al menos en el contexto chilote, son y han sido tradicionalmente muchas). Lo que se entrevé es más bien una “causa” promovida a toda costa, una visión de género que poco o nada tiene que ver con la vida, la historia, el lenguaje de esas mujeres antofagastinas o ancuditanas, y mucho en cambio con aquellos que las enarbolan. En otras palabras, lo que parece irritar a la opinión pública no son las iniciativas en favor de las mujeres, sino la sospecha de que se utiliza a esas caletas y esas mujeres para avanzar en una agenda propia.

El libro del historiador argentino Pablo Stefanoni ¿La rebeldía se volvió de derechas? se refiere de algún modo a todo esto. Desde la izquierda, el autor trata de entender el auge de las nuevas derechas contestatarias en diversos puntos del orbe y, al hacerlo, comprende cuán relacionado está ese auge con la opción de su propio sector por causas identitarias en desmedro de la clase trabajadora. Su análisis sugiere que, en la misma medida en que la izquierda se obsesiona con ciertas banderas, con ciertos eslóganes, se debilita su conexión con los ciudadanos reales. El particularismo identitario sería la raíz de su visible impotencia.

Por otra parte, el caso de las caletas parece revelar cómo la adhesión irrestricta de la nueva izquierda a ciertas causas y su empeño por exhibir esa adhesión en todo momento la conduce a un modo paternalista de concebir la política. ¿O no es paternalismo decir desde arriba a los ciudadanos que la solución a sus problemas es imitar las fórmulas creadas por las elites? En efecto, en lugar de aproximarse a los territorios con la disposición de aprender y captar sus necesidades y potencialidades, los promotores de “causas” pretenden enseñar a las personas cómo tienen que vivir. Y siempre queda la duda de hasta qué punto hay una preocupación genuina, o más bien una nueva oportunidad de reforzar la convicción de estar del lado correcto de la historia.

Así, el enclaustramiento de un político en sus propias consignas sólo puede devenir en la trivialización del lenguaje, del cargo, de la política y también de la causa que dice defender. El episodio de las caletas bien podría mostrar al Presidente el flaco favor que hace al gobierno e incluso al feminismo al exponerlos al ridículo con mensajes así de forzados. Nunca es tarde para intentar verse como uno es visto, pero exige dosis importantes de realidad.

Investigadora de Signos, Universidad de los Andes.

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