No es difícil imaginar que en algún rincón de La Moneda, quizás en la cara interna de un baño, que es donde muchas veces se escriben las verdades, algún funcionario todas las tardes dibuje una raya para así calcular cuantos días faltan para que esta pesadilla acabe.

Porque una cosa es cierta, y es que no debe ser fácil trabajar en un Gobierno con una popularidad que coquetea desde hace tiempo con el 20% y ver que quien encabeza la administración no muestra señal alguna de autocrítica, sino que más bien se obstina en continuar con un puñado de reformas estructurales que si para una nación sana ya serían arduas de asumir, para un país enclenque podrían resultar mortales.

En esta misma tribuna hemos podido ver las generosas oportunidades que el país –desde las peores tragedias hasta las insólitas victorias deportivas– le ha dado a la Presidenta Michelle Bachelet para dar un golpe de timón y sobreponerse al iceberg que le atravesó el corazón ese fatídico verano de 2015.

Han pasado dos años –¡el 50% del mandato!– desde que estalló el caso Caval, que vino a alimentar otros escándalos políticos y financieros de los que nos creíamos blindados, pero que las clases política y empresarial han sido incapaces de abordar con mediana dignidad ni, por cierto, con un mínimo de patriotismo.

Quedan cerca de 450 días de gobierno de la Nueva Mayoría y, nuevamente, como casi todos en un cambio de año, Bachelet tiene una nueva oportunidad. De las últimas que le van quedando.

Entre todos los asuntos que han ocupado la agenda nacional, indudablemente el que más ha unido a los chilenos, por la vergüenza que nos significa como país, es el manojo de aberraciones que han sido desveladas por el (tan criticado) gremio periodístico en el Servicio Nacional de Menores. Centenares de muertes negligentes con turbias complicidades; cuidados y tratamientos que hacen recordar las etapas más crudas e injustas de la historia de la Humanidad; abusos sistemáticos largamente callados y hasta redes de explotación sexual con años de funcionamiento y cientos de víctimas. Y eso es sólo lo que se ha sabido por el momento.

La crisis del Sename es una crisis política, económica, cultural y social. Es la herida más pútrida que se ha abierto en este Gobierno, mucho más que la de cualquier estafa, colusión o cartel. Estas últimas, desde luego, merecen investigación y castigo ejemplificador, pero no son dignas de distraer un segundo de lo que se ha permitido hacer con niños, adolescentes y jóvenes compatriotas. . El 21 de mayo de 2014, la misma Bachelet dijo que cada vez que una mujer se practica un aborto, es porque hemos llegado tarde como sociedad. Pues en esa línea, cuando en un órgano del gobierno ocurre lo que hemos visto en el Sename, es porque la clase política, partiendo por quien la encabeza, ha preferido mirar hacia otro lado.

¿Qué podría hacer la Presidenta en 2017 para acabar su gobierno con mediana popularidad y con la certeza de pasar a la historia de forma más clemente? Volcarse en los niños.

Hace algún tiempo analizamos cómo la Michelle Bachelet de la Nueva Mayoría supo construir de manera magistral una candidatura con narrativa mesiánica, pues tras su primer paso por estas tierras con sobre el 80% de apoyo popular, su ascensión al cielo neoyorquino y el discreto paso de la centroderecha por La Moneda, la segunda venida de “Ella” fue algo que se pidió a gritos. El 2017 es la ocasión de volver a retomar ese relato extraviado, dejar a un lado afanes caprichosos y depositar en buenas manos tareas irrenunciables, y decir con fuerza: “Dejad que los niños se acerquen a mí”.

Desde luego, una decisión así implica sacrificio. Por una parte, dejar de lado la testarudez reformista, asumir hoy los errores cometidos –no anunciar que se hará cuando se deje el cargo– y, por supuesto, abandonar una agenda ideológica que busca poner a los adultos y al Estado por sobre los niños, decidiendo quiénes nacen y quiénes no, y permitiendo aberraciones tan lejanas para las víctimas del Sename como la posibilidad utópica de modificar la identidad sexual.

Si Michelle Bachelet pusiese todo su empeño en construir un sistema que de verdad proteja a esos compatriotas que llegan heridos a pedir ayuda, y si lo comunica de manera certera y sincera, probablemente podría ser un camino para dejar de recitar cuántos días faltan para que termine este dolor de cabeza, sino que contarlos para saber cuánto tiempo se tiene para sanar y proteger a los chilenos del mañana.

 

Alberto López-Hermida, doctor en Comunicación Pública y académico UAndes

 

 

FOTO: SEBASTIÁN RODRÍGUEZ/AGENCIAUNO

Periodista. Director de la Escuela de Periodismo de la U. Finis Terrae

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