El pasado domingo 22 de octubre Argentina tuvo unas elecciones presidenciales históricas y que han despertado gran interés internacional. No es para menos. Si bien, en primer lugar, el país vecino se juega la continuidad del peronismo en el poder, también existe una segunda alternativa, como quedó refrendado tras el conteo de los votos: Javier Milei, que representa exactamente lo contrario, una lucha contra el establishment y una apuesta con apenas un par de años de vida en la política trasandina.

Muchas encuestas estimaban que era muy probable que Milei obtuviera el primer lugar, e incluso algunas predicciones avanzaban en curiosas teorías: una segunda vuelta entre el propio líder liberal, pero contra Patricia Bullrich o incluso que el candidato de La Libertad Avanza obtuviera una victoria en primera vuelta, alternativas tan improbables como carentes de fundamentos. En cambio, el peronismo sí tiene un piso o un voto duro en torno al 30% y por lo mismo no es extraño que finalmente su candidato se haya impuesto en primera vuelta, aunque las encuestas y el ambiente electoral dijeran lo contrario.

Tres ejemplos de derrotas presidenciales justicialistas ilustran lo que mencionamos: en 1983 la victoria del líder radical Raúl Alfonsín (51,7%) tuvo como contraparte a Ítalo Argentino Luder, quien obtuvo el 40,1% de los votos; en 1999 Fernando de la Rúa, también de la Unión Cívica Radical, logró el 48,3%, frente al 38,2% del peronista Eduardo Duhalde; finalmente, en 2015 el líder del PRO Mauricio Macri derrotó a Daniel Sciolli, por el 51,3% contra el 48,6% de los votos, aunque vale la pena mencionar que en primera vuelta el candidato justicialista obtuvo el 37%, frente al 34,1% de Macri.

En otras palabras, es un error suponer que el peronismo haya dejado de existir, aunque las condiciones económicas trasandinas muestren una inflación descontrolada y la pobreza se haya extendido en los gobiernos de Cristina Fernández y Alberto Fernández: en los buenos o malos momentos, ante una crisis o en condiciones de mayor prosperidad, la verdad es que el justicialismo tiene un respaldo social amplio y además está anclado culturalmente en una parte importante de la sociedad argentina. 

Por todo ello, el primer lugar de Massa es destacable, pero no es excepcional ni imprevisible. El ministro de Economía de Alberto Fernández, dentro de todo, tuvo un comportamiento adecuado en los debates, si bien estos no tuvieron gran calidad y fueron un reflejo de la polarización del momento, con ataques cruzados y descalificaciones. Sin duda, contribuyó mucho más a su victoria el inmenso gasto de recursos estatales en medio de la campaña, cuyo objetivo era precisamente obtener el apoyo popular en los comicios. Por cierto, los errores de sus adversarios también han sido relevantes en este proceso electoral. Por lo mismo, comparado con las PASO, el gran ganador de estas elecciones presidenciales fue precisamente Sergio Massa, frente a Javier Milei, que había sido la gran sorpresa de las primarias, pero que solo obtuvo un porcentaje similar en la primera vuelta. Por otra parte, Patricia Bullrich logró superar el 23% de los votos, pero lejos de la posibilidad de pasar a segunda vuelta con su proyecto Juntos por el Cambio. 

Sin embargo, también es posible hacer otra comparación, que se ha hecho poco o no se ha considerado como corresponde y que nos lleva a otras conclusiones. En la elección presidencial de 2019, el candidato peronista Alberto Fernández obtuvo el 48% de los sufragios, con 12.946.037 votos. Por el contrario, Massa logró el 36% este 2023, y solo 9.645.983 votos. Esto significa una pérdida de más de tres millones de votos de una elección a otra por parte del oficialismo. En el lado contrario, en 2019 Mauricio Macri logró el 40%, con 10.811.586 votos. En la elección del domingo 22 de octubre la situación ha cambiado, con dos candidatos de derechas: Bullrich con 23% y más de 6 millones de votos y Milei con 30% y casi 8 millones: es decir, 14 millones de votos, que representan cerca de tres millones más que los obtenidos por Macri, aunque no todos los sufragios son traspasables para la segunda vuelta. Los números de las elecciones parlamentarias también muestran una evolución en la misma dirección: a la baja en el peronismo, al alza en las alternativas opositoras sumadas (obviamente gracias al éxito de La Libertad Avanza, ya que Juntos por el Cambio también ha tenido una baja importante).

Con todos estos datos, la elección puede interpretarse como una victoria de Massa o como una derrota, en perspectiva comparada. Lo mismo, pero al revés, es lo que ha ocurrido con la oposición: una aparente derrota –sobre todo por las expectativas que generaba Milei– que es un triunfo en los números, si se suman las dos candidaturas que se expresaron con una fuerza nacional y decididamente por el cambio en Argentina, país en parte agotado por la miseria, el clientelismo y la decadencia, pero donde el peronismo sigue siendo una mezcla curiosa de religión secular y proyecto político.

Quizá por todo ello sea tan difícil predecir los resultados de la segunda vuelta, que tendrá lugar el próximo domingo 19 de noviembre. Se advierte una elección equilibrada –así lo muestran las primeras encuestas– y abierta entre Javier Milei y Sergio Massa, cada uno de los cuales ha ido jugando sus cartas en los días siguientes a la primera vuelta. Massa estuvo sólido y convocante el domingo 22 en su discurso de victoria (si bien fue excesivamente largo) y ya ha anunciado algunas medidas gubernativas de indudable resorte electoral. Milei, por su parte, acusó el golpe, pero se manifestaron en su favor –con una rapidez y claridad sorprendente– tanto Mauricio Macri como Patricia Bullrich. Y así seguirán las cosas en las próximas tres semanas, hasta llegar al 19 de noviembre.

Lo más duro vendrá después, sin duda, para quien sea elegido Presidente de Argentina. Sea Massa o Milei, tendrán dificultades para gobernar; requerirán acuerdos y formar mayorías que hoy no tienen. Sobre todo, Argentina necesita reformas estructurales muy difíciles de imaginar y prácticamente inviables. A Massa le correspondería administrar la continuidad de un proyecto fracasado y de un país en la miseria; no obstante, esa miseria y el manifiesto deterioro institucional también acompañarían un eventual gobierno de Javier Milei. Todo ello de la mano de un cansancio acumulado, de saber que se han desperdiciado tantas oportunidades, de que la grandeza cercana y estimulante del desarrollo ha dado paso a un subdesarrollo del cual parece cada vez más difícil salir. 

Argentina tiene una elección donde se juega una tradicional disputa entre continuidad y cambio, pero también entre la pobreza presente y la prosperidad, aunque sea solo una ilusión.

Académico de la Universidad San Sebastián y la Universidad Católica de Chile. Director de Formación del Instituto Res Pública

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