No se puede desconocer que los resultados presidenciales de primera vuelta fueron una sorpresa. Para Chile Vamos, a pesar de ser la coalición más votada, la sensación fue extraña, y pasados ya varios días desde la elección los cómputos siguen dejando un sabor agridulce en la boca.

A la Nueva Mayoría le volvió el alma al cuerpo cuando, haciendo aritmética simple, sumaron todo lo que estaba a la izquierda de Piñera y se vieron con posibilidades de un triunfo que no aparecía ni en sus mejores sueños. El gobierno, por su parte, aprovechando el mismo ejercicio de sumatoria, instaló un discurso de validación de sus reformas estructurales por parte de los votantes y se ha volcado con todo a la campaña, dejando todo pudor intervencionista de lado.

Tratemos de poner algo de racionalidad a esta situación, pues aunque parece consolidada en muchos aspectos, más bien tiene algo de voluntarismo.

Es evidente que a Sebastián Piñera su votación no lo satisface, pero de ahí a pensar que su opción presidencial se esfumó parece una ilusión demasiado antojadiza de sus adversarios. Lo cierto es que el resultado se compara con la posibilidad de haber obtenido un porcentaje mucho mayor, y por tanto la gran derrotada fue la expectativa instalada por algunos partidarios demasiado optimistas, que hasta se jugaron por el triunfo en primera vuelta.

En el caso de Alejandro Guillier, con la menor votación alcanzada por cualquier candidato que ha pasado al balotaje desde que se aplica en el país, la situación sí que es compleja. La idea de sumar votos no es tan simple como parece desde el escritorio. Peor aún, las concesiones, acuerdos, negociaciones y pactos que ha debido hacer por estos días no son más que una muestra de lo complejo que resulta la pretendida suma de intereses.

Así, el Frente Amplio ha jugado sus cartas con la ambigüedad que caracteriza a quien no se quiere hacer responsable de nada de lo que pase de aquí en adelante. Si bien algunos de sus dirigentes apoyan al candidato oficialista, lo hacen “a título personal”, sin comprometer a sus partidos o movimientos. Cosa extraña, si lo que precisamente requiere Guillier es sumar sus apoyos convertidos en votos.

En cierta forma, el FA lo que hace es jugar a la negación al decir “no apoyo a Guillier, pero no votaré por Piñera”. Si esta es su lógica, es poco lo que puede construir, sino más bien deconstruir, como les gustaría decir a sus excelsos teóricos conceptuales. Del gobierno sólo cabe recalcar su indecorosa intervención electoral, siempre vestida de inocentes casualidades. Es una mera coincidencia, aseguran en La Moneda, que hoy la agenda legislativa se mueva de la manera que lo hace y con las urgencias que ha puesto durante esta semana. Es fruto del azar, dicen también, que el candidato de sus filas se encontrara en una pequeña localidad del sur justo en momentos que la Presidenta viajaba a ese mismo lugar.

Con todo, en este panorama lo principal es mantener el ánimo al tope, porque las posibilidades de triunfo de Sebastián Piñera siguen siendo las mismas que en primera vuelta para quienes desde la moderación política han trabajado en su campaña. La distancia que faltó para el 50% de los sufragios fue de 14 puntos, estando muy cerca ideológicamente con el otro candidato del sector (que obtuvo el 8%), lo que permite estar hoy a pocos votos de la mayoría requerida.

La izquierda, en cambio, está desfondada, fragmentada y confundida; la unidad no es su fuerte y el país lo siente. Sus contradicciones vitales son percibidas por el electorado, que no se jugará por una opción que no ofrezca un horizonte claro.

Por todo esto, sólo queda continuar trabajando para que la mejor alternativa se imponga en las urnas, la política retome la sensatez y el país se vuelva a encausar por la senda del progreso, en beneficio de cada uno de los que vivimos en esta tierra fértil y generosa.

 

Aldo Cassinelli Capurro, director ejecutivo del Instituto Libertad

 

 

FOTO: CRISTOBAL ESCOBAR/AGENCIAUNO

 

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