Ocurrió lo pronosticado: la lista de José Antonio Kast y de las principales figuras del partido, encabezada por el exdiputado UDI Arturo Squella, arrasó en las elecciones internas del Partido Republicano. La nueva dirigencia no solo deberá enfrentar una serie de desafíos externos a la colectividad, sino —y más importante aún— también internos. 

Los republicanos han tenido un auge importante en los últimos años. Instalado en el ala derecha de un espectro político con álgidos periodos de polarización, recibe a personas descontentas con el actuar de la centroderecha y de la política en general. La mejor muestra de su nuevo papel es el crecimiento que lograron en la última candidatura presidencial de José Antonio Kast, quien en 4 años pasó del 8% al 28%.

Recuérdese que Kast ganó la primera vuelta cuando la Convención Constitucional estaba en el punto más alto de sus ambiciones refundacionales. Lo anterior indica que, si la política no dependiera de coaliciones, los republicanos probablemente serían una de las mayorías del Parlamento.

Sin embargo, y porque nuestro sistema político ha requerido históricamente de alianzas capaces de lograr mayorías, estabilidad y gobernabilidad Squella, Kast y el Partido Republicano la tienen difícil. Debido a la posición ambigua del PR con la dictadura, las trayectorias de vida y las declaraciones de algunos de sus miembros, los republicanos generan y seguirán generando resquemores. El problema es que, mientras no cambien las formas, la hostilidad con la que son tratados les seguirá jugando más en contra que a favor. 

Hacer política, contrario a lo que muchos piensan, no significa renunciar a los ideales ni ensuciarse las manos. La búsqueda de acuerdos capaces de entregar estabilidad al país, por el contrario, dotan de dignidad a un oficio que es incapaz de sobrevivir sin ese presupuesto. Y quizás ahí se encuentre uno de los principales desafíos de Squella: sacar al partido de la trinchera para que comiencen a hacer política. 

La polémica que alimentan muchos republicanos podrá servir para aleonar ciertos grupos y para hacer una oposición llamativa, pero no basta para construir un proyecto a futuro. La actitud confrontacional, la repetición de eslóganes y la dificultad de ver algo de verdad en la posición del adversario, han dado la imagen de que funcionan en base a la oposición y no a la proposición. La idea de fondo consistiría en derribar al gobierno, a su proyecto ideológico y al progresismo en Chile; cosa insuficiente para consolidarse como una alternativa verdadera. Pensar la propia identidad desde el adversario termina arruinando la capacidad para elaborar programas y, sobre todo, para dotarse de un pensamiento de fondo propio. La polémica puede servir para ganar reproducciones en YouTube, pero no para lo que exige la política profesional. Así como los likes llegan también se pueden terminar yendo.

En ese sentido, las dudas que deja el Partido Republicano son justificadas. ¿Cuál es, por ejemplo, su propuesta concreta en materia de seguridad o en la lucha contra el narco? ¿Cuántos proyectos de ley han presentado al respecto? ¿Cuál es su reforma a la salud o a la educación? ¿Basta con achicar al Estado? ¿Cuál es su pensamiento en materia de medio ambiente? Puede que tengan medidas concretas por ahí, más que promover Estados de excepción y el auxilio de las Fuerzas Armadas. Empañados por lo que creen que constituye una defensa con convicción, estas propuestas y diagnósticos no logran aparecer en la discusión pública y menos llegan a la ciudadanía. 

El reto que Arturo Squella tiene por delante es difícil. La nueva dirigencia no solo tendrá la tarea de consolidar a republicanos como una fuerza confiable, sino porque para avanzar hacía allí encontrará oposición en las propias filas del partido, pues muchos de quienes lo fundaron poseen esa disposición vital al conflicto. La pregunta que surge, entonces, es: ¿qué propondrán si logran salir de la pura oposición?

Por Álvaro Vergara N., investigador del Instituto de Estudios de la Sociedad (IES).

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