Este 27 y 28 de mayo celebraremos una nueva versión del Día de los Patrimonios, “instancia colectiva de celebración, que pretende generar un encuentro directo entre la comunidad y las distintas manifestaciones y bienes que en conjunto constituyen el patrimonio del país, con la intención de que aprecien sus valores, se tome conciencia de su vulnerabilidad y se asuma la responsabilidad que nos compete a todos en su protección. Cada vez son más los organismos que abren las puertas de los edificios y espacios que los alojan”, se puede leer en la web de monumentos.gob.cl

Lo he dicho en otras oportunidades, me gusta entender además el concepto de patrimonio  como un tipo de riqueza en la cual se basa el bienestar de quienes la poseen y que permite asegurar en el tiempo dichas condiciones y, a la vez, incrementarlas. De la misma manera que el patrimonio económico, el valor del patrimonio cultural no radica en su materialidad, sino que en lo que por convención social ellos representan. Así, el patrimonio encuentra su valor en la historia en que determinados lugares, objetos o prácticas han sido actores y que son capaces de representarla frente a quienes con él interactúan. Historia que permite entender el origen del presente y, a la vez, plantearse frente a la discusión del futuro.

Y al respecto, hoy tenemos una deuda patrimonial: volver a mirar y valorar la cosmovisión de sociedades pasadas y proyectarlas en nuestros planes futuros.

Me refiero especialmente a los símbolos y la sacralidad de los ritos de nuestros antepasados  como aquellos que podemos identificar en la cosmovisión andina y que al igual que en la mayoría de las culturas precolombinas, expresa el ideal del equilibrio. Este equilibrio buscaría entre otros aspectos socio-políticos, aquietar el caos y garantizar el “orden cósmico”, garantizando una armonía entre el ser humano y la naturaleza, es decir, su “cosmos”.

Parte de este principio supone que el origen del ser no es la unicidad o individualidad, sino lo dual, lo que es y no es al mismo tiempo, así como lo que sucede entre ambos términos, estableciendo una relación de reciprocidad sagrada en tiempo y espacio entre el ser humano y la Madre Tierra o Pachamama. Esta sacralización del paisaje permitiría comprender y ordenar el mundo entendido y regido bajo la fuerza y los designios de la naturaleza.

Este principio andino de dualidad y reciprocidad llamado Ayni, es un concepto sumamente actual con el cual estamos en deuda.

No tengo claro en qué momento nos acostumbramos a convivir con una naturaleza que ha perdido su sacralidad. En la religiosidad andina prehispánica las deidades tutelares eran personificadas en diversos elementos, entre ellos, las montañas, por ejemplo, ocupaban un lugar especial y en un país recorrido de norte a sur por ésta, merece hoy un especial homenaje y recordatorio. Según la tradición andina, ciertas montañas consideradas huacas, se encargaban de controlar los fenómenos meteorológicos y la vida de las personas de las aldeas próximas a ellas, en consecuencia se les rendía tributo. En este sentido la ofrenda y posterior hallazgo hace casi 70 años del niño liofilizado en el cerro El Plomo (actual comuna de Lo Barnechea) también considerado huaca, reconfirma la condición sagrada de esta montaña también llamada Apu El Plomo (del quechua, significa señor o señora. Para los andinos, las altas montañas serían consideradas ancestros sagrados que actuarían por su altura y conexión con la tierra y profundidades como intermediarios entre los mundos)

En este mes del patrimonio invitamos a Chile a contextualizar la ofrenda del niño inca en el cerro El Plomo, entendiendo a la tierra como el compás que marca los ritmos de la vida, la política, los tiempos de las cosechas y también los rituales propiciatorios de y para las deidades tutelares andinas, independiente de la religión que cada uno profesa. Invitamos a la ciudadanía a volver a mirar nuestras montañas con esa sacralidad que tanto contribuye a proyectar un futuro con mayor bienestar y equilibrio entre nuestra humanidad y nuestra espiritualidad.

Alejandra Valdés

Directora Ejecutiva de la Corporación Cultural de Lo Barnechea

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