Adaptar un libro para convertirlo en película no es fácil. Menos aún si éste ya tuvo una primera versión cinematográfica (del mítico François Truffaut) y si por sobre todo se trata de uno de los grandes textos de la ciencia ficción: Fahrenheit 451 de Ray Bradbury. HBO lo hizo y el 19 de mayo pondrá en pantalla esta distópica novela. En ella se muestra un mundo donde los libros son quemados para que los ciudadanos vivan en una burbuja de felicidad de consumo fácil y soluciones simples. Un mundo que se parece al nuestro, donde las risas provienen de memes y videos, la diversión de Youtube y el lenguaje se simplifica gracias a los emojis. Una realidad que forma parte de la puesta en escena de Ramin Bahrani, director de esta arriesgada propuesta.

“Los clásicos reducidos a una emisión radiofónica de quince minutos. Después, vueltos a reducir para llenar una lectura de dos minutos. Por fin convertidos en diez o doce líneas de diccionario”. En 1953 Bradbury describía el futuro de los textos con esas palabras. En el siglo XXI las obras literarias no han sido aún consumidas por las llamas, pero sí manipuladas y muchas veces mutiladas. En internet tenemos acceso a un conocimiento de fácil acceso donde la realidad se explica “con peras y manzanas”, pero al mismo tiempo perdemos la capacidad de desarrollar un pensamiento crítico cada vez menos presente en una cultura donde todo está impregnado por la política de lo desechable.

Sin embargo, poseemos algo impensado hace algunas décadas ya que podemos acceder fácilmente al contenido de esos libros quemados por Bradbury. Están disponibles. En papel o en formato digital. Tenemos la posibilidad de leerlos. Otra cosa es que optemos por hacerlo. El tiempo es escaso y la oferta enorme. Series de televisión, programas de talentos, videos humorísticos, conversaciones de Whatsapp, fotos de Instagram, historias de Facebook, etc. constituyen impensados y nuevos “rivales”.

«La vida es inmediata, el empleo cuenta, el placer lo domina todo después del trabajo. ¿Por qué aprender algo, excepto apretar botones, enchufar computadores, encajar tornillos y tuercas?»

¿Dónde queda la literatura en un mundo donde para muchos la fuente del conocimiento es Wikipedia? “Los años de universidad se acortan, la disciplina se relaja, la Filosofía, la Historia y el Lenguaje se abandonan, el idioma y su pronunciación son gradualmente descuidados. Por último, casi completamente ignorados. La vida es inmediata, el empleo cuenta, el placer lo domina todo después del trabajo. ¿Por qué aprender algo, excepto apretar botones, enchufar computadores, encajar tornillos y tuercas?”. Palabras proféticas de Bradbury que describen nuestra realidad. Ese futuro temido finalmente llegó y lo hizo revestido de aplicaciones y redes sociales, con pantallas táctiles cada día más “amigables”.

Bradbury escribió su libro “inventando” un mundo donde la interacción entre las personas se veía dramáticamente reducida y en el cual la entretención provenía de cientos de pantallas. A través de éstas conocían a sus “amigos”, los que entraban a sus casas proyectados en las paredes y a los que oían por “radios auriculares” que los aislaban aún más de su entorno “real”. Nada raro para nosotros. Es más, obvio. Pocos oyen lo que pasa. Un bombardeo permanente de estímulos está 24/7 atacando nuestros sentidos.

El escritor estadounidense temía que nos quedáramos sólo con los encabezados. Pero por sobre todo se sobrecogía al enfrentarse al tema de la memoria. Uno de sus grandes miedos era que la perdiéramos. ¿Y acaso no es eso lo que hacemos ahora? Para qué aprendernos las causas de la Gran Guerra si basta con Googlearlas. ¿Vale la pena memorizar fechas? Para nada. Incluso son pocos los que conocen los números de teléfono de sus más cercanos.

La invasión en la década de los 50 de los televisores en blanco y negro en los hogares norteamericanos constituyó el germen de su obra. ¿No resulta paradójico entonces que sea ese medio el que la ponga nuevamente en la palestra?

Pero sin duda la televisión fue la detonante de su propuesta, “esa bestia insidiosa, esa medusa que convierte en piedra a millones de personas todas las noches mirándola fijamente, esa sirena que llama y canta, que promete mucho y en realidad da muy poco», escribe en la novela. La invasión en la década de los 50 de los televisores en blanco y negro en los hogares norteamericanos constituyó el germen de su obra. ¿No resulta paradójico entonces que sea ese medio el que la ponga nuevamente en la palestra? Ramin Bahrani, director de Fahrenheit 451, defiende su opción dadas las características de nuestra mediada realidad, pero también tiene palabras para el formato original. En el New York Times escribió: “A medida que el mundo virtual se vuelve más dominante, tener libros se vuelve un acto de rebelión. Cuando estamos en posesión de un libro impreso, nadie puede rastrearlo, alterarlo ni hackearlo”.

Pero el tema de fondo no es el tener o no un libro físico. La literatura no se encuentra plasmada sólo en el papel (aunque para muchos un libro físico, ese que para Bradbyry  tiene olor a nuez moscada “o a alguna otra especie procedente de una tierra lejana”, posee una magia especial y única) sino que vive en la nube. En el mundo virtual. Por eso mismo lo que hay detrás no es la pérdida de los textos, su desaparición, sino que la forma en que miramos el mundo, en que leemos un twit o nos relacionamos con Youtube. Sea cual sea el estímulo al que nos enfrentemos lo que no se puede perder es el espíritu crítico, el cuestionarnos lo que se nos da muchas veces por sentado.

¿Vale la pena ver esta versión de Fahrenheit 451 (título que hace alusión a la temperatura en que se quema el papel)? Luego de su debut en la Quincena de Realizadores de Cannes las críticas han sido mixtas. En todo caso enfrentarse a ella no deja de ser interesante. Constituye un ejercicio tangible de esa mirada que nos permite formarnos una opinión propia y que incluso puede llevar a leer el original a aquellos que se niegan a darle un poco de su tiempo a la literatura. Más que mal, “ahí está lo primero que he dicho que necesitábamos. Calidad, textura de información” de acuerdo con Bradbury.