En los últimos tres años ha sido distinguido dos veces como el mejor restaurante del mundo y así de difícil es conseguir una reserva para comer o cenar en él. La posibilidad de reservar se abre todos los últimos días de cada mes a las doce de la noche (hora de España) y es para una mesa en doce meses más. Sí, es así, usted reserva hoy para almorzar o comer en un año más. Y es tan difícil de lograr, que un hijo mío intentó ese camino con despertador en mano sin lograrlo durante seis meses.

La historia es conocida, tres hermanos hijos de los dueños de un bar en las afueras Gerona deciden emprender esta aventura. Uno el chef, otro el maestro de postres y el tercero responsable de los vinos y organización del restaurante.

Es caro, sí, pero de lejos no el más caro del mundo. Dos menús de degustación, uno de 190 euros por persona y el otro algo más extenso de 205 euros, que al ser maridado con vinos le añade 90 euros por persona a la cuenta.

No creo que el aforo del comedor sobrepase las 100 personas en un día peak, aunque tienen un salón independiente para eventos culinarios de 20 o 30 personas.

El cuidado en los detalles y la presentación de los platos llega a extremos de sofisticación en los que logra casi siempre un “Woauhh…” al ser servidos, que es secundado por un segundo “Woauhh…” cuando se degusta la pequeña porción en que consisten.

Para muestra un botón, ya que describir los 17 aperitivos, diez platos y tres postres es imposible. El helado de oliva verde, que es solo uno de los aperitivos mencionado en la carta, se presenta en un magnifico Bonsái de un olivo de muchos años, del que cuelgan unas olivas (dos por persona) que al ser saboreadas llenan el paladar de un intenso, suave, y frío sabor a aceitunas rellenas de anchoas que voy a recordar por mucho tiempo.

Al terminar, después del café y de una vasta selección de petit fours, Josep Roca nos invitó a conocer la cocina y la cava. La primera sólo acero inoxidable y limpieza y en funcionamiento durante las 24 horas dada la filosofía de cocina lenta y a baja temperatura de Joan Roca, su chef. La segunda, impresionante por su tamaño y su completa ocupación (da para pensar que no cabe una botella más). Llaman la atención cuatro nichos (cubículos de tres por tres metros) en los que el Josep ha querido relacionar un vino en cuestión con más sensaciones a través de música, videos y un elemento central que en el caso que les voy a contar, el de la champaña, es un gran cuenco de madera repleto de pequeñas bolitas de brillante acero con las que él juega deslizándolas y dejándolas caer entre sus dedos para explicar la limpieza, claridad y vivacidad de las burbujas de ese vino.

En esa cava tiene, según me confesó, mucho vino chileno. Ha venido varias veces a nuestro país y le sigue sorprendiendo por su originalidad nuestro pipeño, además de un espumante a partir de uva País de la región del Itata.

El viaje, la dificultad de obtener una reserva, la expectación, junto a la maestría de cada plato y su maridaje, además de la sala y el servicio, me confirmaron que es un “gusto” que hay que darse al menos una vez en la vida, aunque afecte nuestros estándares personales para el futuro.

 

Celler de Can Roca.  Calle Can Sunyer, 48, 17007 Girona, Spain (ver mapa).