No es tan curioso ni tan absurdo lo que acontece en España, o mejor dicho, “con” Cataluña. Porque, ¡atención!, hay una tendencia global al desmembramiento, a barajar el naipe de la historia con mano nacionalista… y populista. El cambio de paradigma político que vivimos en esta era ¡post-global! no refiere solamente a agresiones crecientemente brutales contra la democracia liberal y el sistema económico que la sustenta. Es también la desmembración de países en lo político y lo cultural. Vivimos la reversión de los ideales de un mundo único y global.

¿Qué se entiende hoy por esta quimera cada vez más deslavada, y cómo se entiende esta soberbia humana, que nos vuelve incapaces de discernir entre la madurez y la inmadurez de las sociedades y de los pueblos, fundamentales a la hora de medir las posibilidades políticas de una integración sin discriminaciones? De paso, no basta la sola solidaridad de los mayores con los menores. Hay criterios más allá: véase el caso de la Unión Europea, que se acerca cada vez más a un destino de “pato cojo”. ¿Por qué? Eso deberíamos preguntar a la canciller Merkel.

Cataluña busca independencia y juega con un fuego que no sólo puede quemarla a ella, sino que incendiar la paz interna de los numerosos países en que el fraccionamiento político-geográfico asoma con garras bastante tenebrosas. A lo largo de los últimos 90 años sólo han podido existir “fusiones” de países menores mediante una integración forzosa, es decir, por las armas. El caso de Yugoslavia es uno de los ejemplos más conocidos. Muerto Tito, el mundo supo de la cruelísima guerra de Kosovo y sus ramificaciones: Islam contra cristianos, serbios contra croatas, croatas nacionalistas contra viento y marea, etc. Hacen ya 70 años que observamos intentos de “recuperar la patria” en casi todos los continentes: véase el caso europeo de Tirol del Sur, que pasó a Italia como Alto Adigio en 1920 y que aún no amenaza, pero puede hacerlo; el caso de la permanente guerrilla de los kurdos desperdigados por varios países en Asia occidental; las pretensiones de independencia en partes de la península arábiga, o en el Cuerno de África; las viejas rencillas entre Grecia y Turquía por Chipre; las luctuosas guerras civiles en África y, no en último lugar, las pretensiones que ahora surgen de nuestra Isla de Pascua, para no hablar de La Araucanía.

Lo de España sólo refrenda una de las sospechas más aquerenciadas: que el ser humano echa pie atrás cuando ve un horizonte tormentoso y corre para volver a los orígenes románticos de un mundo pre-adánico. “El mundo ya no es seguro, ergo te abandono” y meto la cabeza en la arena de un solitario aislamiento esquizofrénico; y si esa inseguridad es manipulada por alguna potencia interesada, los enfrentamientos pasan de las palabras a los hechos. Ese horizonte tormentoso suele ser económico o bélico, cultural o étnico. Los grandes perdedores son la democracia y el entendimiento posible sobre el fundamento de una visión del hombre que haya dejado atrás las bajas pasiones. Era ese el ideal de quienes fundaron la ONU.

Veamos todavía otro punto: las reclamaciones de soberanía territorial de algunos gobernantes incapaces de aceptar que la historia a veces da frutos amargos y que es imposible echar atrás el tiempo transcurrido. El más cercano ejemplo para nosotros es el caso de Bolivia y sus pretensiones de soberanía sobre territorios que perdió por incapacidad política y falta de visión estratégica. Podrá haber muchas justificaciones y considerandos de una vaga justicia, pero no se puede revertir el tiempo pasado. La inmadurez y el incesante cuchicheo de los egos personalistas no son ya aceptables; véase el caso de Corea, dividida para mal, y ahora constituida en amenaza para el género humano todo.

Vengan primero el Estado de derecho, los poderes del Estado en mutuo contrapeso y una madura vocación de paz: eso que llamamos democracia y que necesita ser defendida. Parafraseando al gran Churchill: será mala, pero sigue siendo el menos malo de los sistemas conocidos.

 

Martín Bruggendieck,  filósofo de la cultura, escritor y traductor

 

 

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