Falta un mes para las elecciones presidenciales, parlamentarias y de consejeros regionales. La carrera por llegar a La Moneda, obtener una mayoría en el Congreso y quedarse con el control de la mayor cantidad posible de consejos regionales se encuentra en su última fase. La fotografía general nos permite considerar estos comicios como una verdadera elección general: el 19 de noviembre los chilenos no sólo decidirán quién dirigirá los destinos de la nación, sino que también cómo será su relación con el Congreso y el peso que tendrá la oposición en el mediano plazo.

Una de las herramientas contempladas por la ley para difundir las candidaturas es la tradicional franja de propaganda televisiva que transmiten los canales de televisión abierta. Más allá de la utilidad y eficiencia de esta herramienta en plena revolución digital (tecnologías de la información y redes sociales) —impacto que deberá ser discutido y revisado oportunamente—, vale la pena detenerse en algunos aspectos que dan luces de lo que será la recta final de la campaña presidencial 2017.

En general, todos los candidatos presidenciales llaman a la unidad en el primer capítulo de la franja televisa. Se habla de que todos somos Chile, que debemos estar unidos para tener éxito y de que el país lo construimos todos quienes hemos hecho de esta tierra nuestro hogar. Las imágenes de distintas latitudes desde Arica a Puerto Williams muestran lo mejor de los chilenos en su trabajo y vida cotidiana.

Sin embargo, esta noble y elocuente imagen del país contrasta radicalmente con el virulento mensaje desplegado por varias candidaturas, en especial las que se identifican con las ideas del populismo y socialismo del siglo XXI. ¿Es necesario descalificar y demonizar a quienes tienen una visión de sociedad distinta? Pareciera que no, y por tanto se produce una dicotomía insalvable: por un lado, esos actores predican unidad, amor a la patria e inclusión, y en paralelo presentan a todos quienes no creemos en ese proyecto político como la encarnación del mal y verdaderos enemigos. Esta contradicción —intrínseca del socialismo del siglo XXI— deja en evidencia la intolerancia hacia quienes legítimamente pensamos distinto.

La confrontación con ribetes de una verdadera guerra es la estrategia favorita de los promotores del proyecto populista, a la que se suma otra característica de varias de las franjas: Chile es un gran país, pero todo se hace mal, todo está mal; a tal punto que nuestro país se convierte rápidamente en el peor del mundo. Nada más alejado de la realidad. Desde Chile Vamos creemos que las cosas pueden ser diferentes y eso es lo que hemos buscado reflejar en la franja: Chile es un gran país que ha avanzado mucho en los últimos años, pero que tiene desafíos pendientes para lograr ser una sociedad verdaderamente justa y libre.

Si la manera de promover un proyecto es atacar y descalificar las alternativas, en el fondo no existe tal proyecto. Se trata más bien de una visión política delimitada y encerrada, que no tiene la fuerza suficiente para levantarse como opción real, sólo puede hacerlo por medio de la polémica, el enfrentamiento y la división.

Es necesario marcar diferencias con los otros candidatos que postulan a un mismo cargo, sobre todo en la carrera presidencial, pero en una democracia moderna y madura esas diferencias se deben marcar en el plano de las ideas y propuestas. Esto es lo que esperan miles de votantes, y este era el sentido original de la franja. Este es el sentido que desde Chile Vamos hemos querido imprimir no sólo a la franja, sino que a toda la campaña.

 

Julio Isamit, coordinador político de Republicanos

 

 

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