Esta semana llegó a mis manos la novela Allegados, del escritor chileno Ernesto Garratt. El libro está ambientado en el Chile de finales de los años 80 y relata la dura realidad de una madre y su hijo adolescente, quienes al no tener dónde ir, van pasando de una pieza a otra, viviendo de la caridad y sufriendo las consecuencias de una violencia desatada en el seno de nuestra sociedad, una violencia que también es silenciosa y que se refleja en la necesidad de los protagonistas por hacerse invisibles, por no hacer ruido, por no molestar a quienes los “acogen”.

La prosa de Garratt no se anda con rodeos, es certera y atrapante. Llama la atención que ciertos fragmentos del libro -ambientado hace casi 30 años- sigan resonando en el Chile actual y puedan servir como un insumo para identificar los márgenes de una violencia que antes no tenía medio para ser transmitida, pero que con las redes sociales se ha hecho cada vez más y  más tangible. “El odio es lo único que he visto y vivido de cerca: he experimentado el odio gratuito e injustificado, refinado y brusco, suave y elegante, acosador y violento; odio de varios tipos, del que uno quiera, porque al final la indolencia, por ejemplo, es solo odio disfrazado de faltas menos graves”, dice el protagonista. En el párrafo siguiente remata señalando que su propia condición de allegado es “una demostración más del odio del que es capaz el mundo frente a los débiles”.

En nuestro país siguen existiendo marginados como los protagonistas del libro de Garratt: los niños del SENAME, los habitantes de comunas aisladas, los inmigrantes, las familias que aún viven en campamentos, los que abandonan la educación escolar y la tercera edad son algunos ejemplos. Esos marginados tienen razones para estar enojados con “el sistema”, para no creer ni en la alegría que venía ni en los tiempos mejores que vienen. Pero una de las cosas que ha llamado la atención de los últimos meses es que esa ira, esa violencia no viene precisamente de quienes están al margen y sufren sus consecuencias, sino de quienes dicen representarlos.

Hemos visto violencia de un lado y otro, pero lo que más ha resonado en los últimos días ha sido el insulto de “facho pobre” repetido por muchos, la llamativa descripción de Karol Cariola sobre los “rubios” en Recoleta, y la denostación de Hugo Gutiérrez a quienes votaron por Sebastián Piñera.

Es aquí donde existe una enorme inconsistencia en quienes se han apropiado del discurso de los marginados y la crítica al “modelo” de los últimos 30 años. Esta consiste en una cierta creencia de que ellos -y nadie más- son los ungidos, los elegidos para cambiar la historia. Muchos hablan de la  tolerancia, pero una vez derrotados o cuestionados se transforman en dueños de la verdad. Básicamente, algunos han dejado entrever que el 55% que votó por Piñera son electores que, producto de su ignorancia y/o privilegios, no saben lo que le hace bien a Chile.    

Esa inconsistencia genera una brecha que podría ser insalvable entre ellos y los marginados que dicen representar. Cuando un discurso de transformación social se plantea con tal soberbia es muy complejo que pueda salir de la élite, porque al final no sólo el fondo importa, sino que también la capacidad para hacer que ese discurso sea convocante, ya no desde la épica de una lucha de clases con olor a naftalina, sino desde la construcción de acuerdos que nos permitan avanzar. El discurso de la izquierda no puede seguir basándose en una retórica de súper hombres que vienen a salvar a los que han tenido menos suerte.

La oposición debe construirse bajando del Olimpo, sin paternalismos exacerbados ni superioridades morales. La violencia que sufren los más desposeídos no se acaba con más violencia en el discurso, y si perdieron de forma tan contundente es momento de hacerse una autocrítica. Todavía están a tiempo de enmendar el rumbo, antes de que sea tarde y los chilenos se terminen cansando de las consignas repetidas de revoluciones fallidas.

 

Guillermo Pérez Ciudad, investigador Fundación P!ensa

 

 

FOTO: LEONARDO RUBILAR/AGENCIAUNO

 

Deja un comentario

Debes ser miembro Red Líbero para poder comentar. Inicia sesión o hazte miembro aquí.