Mucho se ha dicho y opinado sobre la reforma laboral y, probablemente, su pronta discusión en el Senado encenderá aún más los ánimos entre partidarios y detractores.  Para proponer políticas públicas eficientes se debe partir por diagnosticar la causa del problema, para luego plantear los medios que se emplearán en su solución. Por esto quiero analizar los dichos de la ministra del Trabajo, Ximena Rincón, respecto de la reforma laboral. Cito textual: “Poniendo sobre la mesa que el patrón de crecimiento del país ha estado marcado por una marcada desigualdad y que una de sus causas estructurales deriva del funcionamiento asimétrico del mercado laboral”. A renglón seguido, la ministra reafirmó su convicción de que la reforma en cuestión fue construida de cara a la ciudadanía y que sus contenidos fueron ampliamente discutidos y socializados, y afirmó que están “convencidos que presentamos a este Congreso una propuesta seria y equilibrada”.

Partamos por el diagnóstico. Sostener que el patrón de crecimiento de Chile ha estado marcado por la desigualdad es erróneo. Chile es un país desigual, eso es innegable, pero sostener que el crecimiento ha sido desigual en los últimos años, dando a entender que los más pudientes son aún más ricos y que los más desposeídos son aún más pobres se aleja de la realidad de las cifras sobre pobreza en Chile. Es más, desconocer la disminución de la desigualdad en los últimos años es renegar parte importante del trabajo efectuado por una porción sustancial de la Nueva Mayoría (Concertación) cuando fue gobierno.

Sostener que una de las causas estructurales de la desigualdad se debe al funcionamiento asimétrico del mercado laboral es conceptualmente erróneo y empíricamente equivocado. Si existiese asimetría en el mercado laboral, entonces los frutos del trabajo, lo que se conoce como el ingreso laboral, deberían crecer menos que el producto nacional (PGB) y definitivamente menos que las utilidades de las empresas. Pues bien, desde el 2006 hasta el 2014, el ingreso laboral ha aumentado a un ritmo mayor que el crecimiento del PGB. En efecto, en dicho período y en términos reales, el primero aumentó como promedio anual un 5.5%, mientras el segundo un 3.8%. Si en el mismo período analizamos las utilidades por acción de las empresas del IPSA, crema y nata de la elite empresarial, nos encontramos con que el crecimiento anual real fue de 2.0%. Las cifras de los últimos ocho años son elocuentes e innegables, el manido discurso de abuso empresarial contra los sindicatos es falso, como lo es también por transitividad que cause la desigualdad.

El problema entonces es qué pasará con la economía si se utiliza la herramienta incorrecta (reforma laboral) para resolver un problema inexistente (inadecuada distribución de la riqueza por asimetría del mercado laboral). A estas alturas ya sabemos que los eslóganes son fáciles de vender, pero el mercado es cruel y las malas políticas se traducen en problemas graves para sus ciudadanos, sobre todo para aquella parte que es la que buscaba proteger o favorecer. Lo que sucedería, de ser aprobada esta reforma laboral tal cual está hoy, es que el incentivo a invertir bajará aún más de lo alicaído que ya se encuentra, y sin inversión no hay trabajo, eso hasta el más ignorante lo sabe. Es más, supongamos que por alguna razón, que cuesta imaginar, la demanda agregada aumenta, la decisión de los empresarios para aumentar la producción será o más maquina o más trabajo. La cuenta es simple e implacable, el factor maquinaria es costo fijo, mientras el factor trabajo es costo variable. Si la autoridad decide arbitrariamente encarecer el trabajo respecto de la maquinaria, la decisión será más máquina, sobretodo en un mundo donde la tecnología se hace relativamente más barata. Es decir, una ley que busca mejorar el ingreso de los trabajadores terminará precarizándolos y, en mayor cuantía, a los con menos capital humano, generalmente los más pobres.

De lo que se trata en las democracias modernas es que la legislación laboral disminuya lo más efectivamente posible, el natural e ineludible conflicto de intereses que se produce entre el dueño de la empresa y sus trabajadores. Es fácil entender que ninguna de las dos partes, empresarios o trabajadores, puede sostener en forma desequilibrada el poder, pues el resultado no es bueno para ninguno de los dos por las consecuencias políticas adversas que ello produce. Si desde el 2006 hasta el 2014 los trabajadores se han llevado proporcionalmente más que los empresarios, como lo demuestran las frías cifras, entonces, ¿qué buscan los políticos con una reforma laboral que parte del concepto erróneo y que a todas luces no se necesita?

¿Por qué los políticos quieren favorecer a los sindicatos cuando la evidencia indica que no lo necesitan? Probablemente porque los sindicatos son manejados en la actualidad por el partido comunista (PC), y la Nueva Mayoría no quiere que éste, cuyas capacidades organizativas todos conocen, saque a la calle a trabajadores, o a estudiantes, o lo que sea que proteste y alegue contra el gobierno. La Presidenta Bachelet, en un mal diagnóstico del porqué el ex Presidente Piñera, a pesar de su innegable éxito económico, fue tan impopular y pletórico de protestas, ha concluido, equivocadamente, que el mejor camino para evitar aquello es hacer lo que la calle manda, independiente de que sea una minoría bulliciosa.

El mercado laboral puede y debe mejorarse, sin embargo algo diferente es permitir que políticos, con una mayoría circunstancial, e inexpertos en materia laboral cambien lo que hasta ahora ha probado funcionar adecuadamente, y que en vez de permitir que sea el mercado el que resuelva cómo se distribuye el fruto del crecimiento económico, sean los sindicatos -manejados usualmente por dirigentes con evidentes intereses políticos-. ¿Cuál es la razón, habiendo tanto economista de prestigio, de que los expertos callen y dejen que políticos decidan? El que encuentre esa respuesta podrá explicar por qué Venezuela está hoy en crisis luego del mayor boom petrolero de la historia; por qué Argentina, de ser uno de los países más ricos del planeta a principios del siglo XX, es hoy otro país pobre y mediocre; por qué Brasil ha sido la eterna promesa y por qué Chile tiene la maldición de que cada 40 años damos un gran salto hacia atrás.

En conclusión, tengo una duda fundada de si la reforma laboral fue diseñada para solucionar un problema mal diagnosticado de distribución inequitativa del crecimiento económico, o para que los sindicatos puedan decidir cómo repartir dichos recursos, que a la luz de las cifras el mercado se ha encargado de repartir correcta e imparcialmente desde el 2006 hasta la fecha.

 

Manuel Bengolea, Economista Octogone.

 

 

FOTO: PABLO OVALLE ISASMENDI/ AGENCIAUNO

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