Durante estos últimos días se ha instalado una dosis de “tinta amarilla” en las páginas de opinión, gracias a un Manifiesto impulsado por Cristián Warnken y una serie de actores de la centroizquierda. No le da para fiebre amarilla (reconozco que sería un excelente nombre para esta columna), pero podría tener potencial si la iniciativa —que ya ha reunido más de 15 mil firmas al momento de escribir estas líneas— logra permear la opinión pública. Hay que aclarar, con todo, que no es un nuevo movimiento político, y es mejor que sea así: leyendo el manifiesto, queda claro que la intención no es formar un partido ni mucho menos, sino llamar a la Convención Constitucional a moderar sus posturas, para buscar que el texto final sea representativo de una mayoría significativa, y no un gustito de quienes han accedido provisionalmente al poder.

Por cierto, no son pocos quienes han criticado el esfuerzo. Desde la izquierda más extrema les han dicho fachos encubiertos; desde la derecha más dura los han acusado de pusilánimes, en parte, por haber elegido el “amarillo” como bandera de lucha. Probablemente, ignoran el origen de tratar de amarillos a los moderados, y conviene gastar algunas breves palabras en explicarlo.

En la película “Su Excelencia”, el gran comediante Mario Moreno “Cantinflas” personifica a Lopitos, embajador de la pequeña República de Los Cocos ante la ONU, quien representa a su país en una cumbre mundial. Su voto es decisivo: los verdes están empatados con los colorados, y dependen del voto de Los Cocos para ver qué visión de la sociedad impera sobre la otra. Pero el Embajador se rebela, y anuncia la creación de un nuevo referente, los amarillos. Más allá de la humorada, el discurso de Lopitos es tremendo (está completo en este link), y debiera ser hoy escuchado por todos los constituyentes: “estamos pasando un momento crucial en que la humanidad se enfrenta a la misma humanidad”; “el día que pensemos todos por igual, dejaremos de ser hombres y nos convertiremos en máquinas”; “todas las ideas son respetables, aunque sean ideítas o ideotas (sic)”.

Ahora, ¿no le gustan las alusiones a Mario Moreno? ¿Las encuentra demasiado “cantinfleras”? Hablemos entonces de Montesquieu, uno de los mayores pensadores políticos de la historia. En “El espíritu de las leyes”, Montesquieu no habla de colores, pero llega a casi la misma conclusión que Cantinflas: en una aristocracia (entendida como el gobierno de los mejores) el gobierno debe ser eminentemente moderado: la clase gobernante debe buscar siempre la moderación y el equilibrio, para evitar caer en el despotismo y la corrupción. Llámesele amarillismo, mesura o ni chicha ni limoná. Lo que nos dice el Barón es que quien tiene mucho poder debe ejercerlo siempre con respeto a quien no lo ostenta. Algo muy parecido a lo que dicen los del Manifiesto Amarillo. Y por supuesto, a Cantinflas.

En línea con los postulados de Montesquieu y Moreno, los Amarillos por Chile son un aporte que se verifica en tres señales distintas. Primero, una señal de preocupación ante una Convención que parece tener oídos sordos a cientos de miles de personas que hoy se sienten huérfanos del proceso. Segundo, una señal de esperanza para buscar una salida que no sea el Rechazo, pues, como lo dijo incluso Javier Macaya, cualquier estrategia basada en el Rechazo de salida está destinada al fracaso. Y tercero, una señal de alerta: muchos de los que votaron Apruebo no están disponibles para aprobar cualquier mamotreto que se presente. Por todo esto, un aplauso para los Amarillos por Chile. Se están moviendo lo que la centroderecha no se ha movido. Pero todavía falta. Hasta ahora se han comportado como un submarino amarillo. Parecen gozar de cierta comodidad en las profundidades del mar, tal como en la canción de los Beatles, y aunque han hecho algo de ruido, no podrán mover la aguja si sólo se quedan en un movimiento de elite de centroizquierda, por muy destacables que sean quienes suscribieron el documento.

Al contrario, un movimiento como éste está llamado a convertirse en un tractor amarillo. Lento y poco taquillero —lo que lo haría fracasar si buscase convertirse en un nuevo referente político— pero firme y potente para llevar carga y ayudar a una siembra nueva: una propuesta constitucional que logre dar gobernabilidad y bienestar social a la ciudadanía, sin ánimo de revanchismos ni de reivindicaciones históricas de grupos, que parecen más interesados en cómo repartirse la torta (ahora nos toca a nosotros), en vez de construir la que debiera ser la casa de todos. Este tractor amarillo bien puede ser clave para impedir el avance del marea roja. Pero como buen tractor, requerirá firmeza en la dirección. De lo contrario, puede terminar inoperativo, al costado del camino, y de forma completamente insignificante.

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