Han pasado ya dos meses desde que asumió el nuevo gobierno del Presidente Sebastián Piñera y es imposible no empezar a sentir cierto mal sabor en lo comunicacional. Los chascarros y descuidos en esta área se están multiplicando e inevitablemente hacen recordar lo mal que estuvo ahí su primer mandato.

En esta oportunidad han sido sus ministros quienes han cometido las torpezas, mientras el Presidente ha tenido un devenir comunicacional bastante correcto. No ha habido “piñericosas” o, al menos, no las ha habido lo suficientemente llamativas para despertar al león hambriento de la opinión pública. Pareciera que, con el recuerdo del primer gobierno, los nuevos asesores pusieron todos los resguardos en el Mandatario, descuidando lo que cada secretario de Estado hacía en esta materia. Los “segundos pisos” de muchos ministerios están al debe.

Al Presidente Piñera posiblemente se le pueda sindicar un gran error comunicacional, cual fue el fallido nombramiento de su hermano como embajador en Argentina. A días de emprender una gira hacia el vecino país y sospechando cómo reaccionaría la oposición, debió construir un discurso mucho más contundente a este respecto.

Ha habido incompetencias comunicacionales, concretamente en las declaraciones de algunos ministros. Quizás el caso más significativo a este respecto lo encontramos en el ministro de Educación, Gerardo Varela, cuando en medio del debate sobre las cifras del sida, se pavoneó con las pericias sexuales –siempre protegidas– de sus herederos. Son errores propios de quien no se ha conducido en la arena política y que llegan a oídos de las doncellas ofendidas de la oposición que están atentas al más mínimo tropiezo oficialista. Falta, en algunos ministros, ADN político para comprender que el tiempo de las columnas inflamables y los comentarios de parrilla ya pasó.

Por otro lado, ha habido ineptitud –por ser elegantes en el calificativo– en el actuar de otros ministros, siendo aquí un ejemplo insuperable el viaje a Harvard del titular de Hacienda Felipe Larraín. Un periplo cuya explicación ha estado llena de incongruencias –“Me invitaron, me invité”– y cuya solución no pasa por el reembolso del dinero público utilizado. ¿Tanto cuesta entender que comunicacionalmente el asunto se hubiera resuelto en buena medida con un fuerte y público “perdón”? En cambio, al pasar de los días, la obstinación, las comparaciones, los decretos firmados o no y la ley del empate han hecho de este zapato chino algo mucho más complicado de lo que debió ser.

Falta, en algunos ministros, ADN político para comprender que el tiempo de las columnas inflamables y los comentarios de parrilla ya pasó».

Es importante entender que estas son crisis que seguirán estallando de manera inevitable, pero que hay que saber conducirlas comunicacionalmente. Pareciera que la contundencia que hay en los anuncios de ejes de acción –el punto fuerte de este gobierno– se desvanece a la hora de salir de una crisis comunicacional. Hasta ahora, la respuesta ha sido escudarse en un supuesto ambiente de crispación que cierta oposición quiere generar, sin entender que eventuales nepotismos, desafortunadas declaraciones, inoportunos viajes y compras millonarias tienen su origen dentro de la casa y no afuera.

Pero muchas veces, tal como la crisis nace en casa, la solución también puede estar más cerca de lo que se cree. Una buena medida sería revisar, por ejemplo, lo bien que lo están haciendo el ministro de Vivienda y Urbanismo, Cristián Monckeberg, y del Trabajo Nicolás Monckeberg. Cuando este último fue increpado por una usuaria del Metro el Día del Trabajo, la situación fue rápidamente desactivada por el mismo secretario de Estado con una batería de otras actividades realizadas ese mismo día. El incidente del Metro no fue más que una anécdota.

Otro ejemplo en lo comunicacional que vale la pena revisar es el de la ministra de la Mujer y Equidad de Género, Isabel Plá. Cuando fue nombrada, el murmullo decía que no sería capaz de sobrellevar una cartera fuertemente ideologizada por su predecesora y en permanente agenda noticiosa. Sin embargo, la ministra Plá ha demostrado una capacidad exquisita para tratar temas peliagudos y poner asuntos en la pauta noticiosa de la prensa y las redes sociales.

El segundo piso de La Moneda tendrá que enfrentar nuevas torpezas comunicacionales. La solución puede estar en casa.

 

Alberto López-Hermida, doctor en Comunicación Pública

 

 

FOTO: CRISTOBAL ESCOBAR/AGENCIAUNO

 

Periodista. Director de la Escuela de Periodismo de la U. Finis Terrae