Las ideas no se limitan a moverse en el mundo de los abstracto. No es cierto que no tengan una bajada a las decisiones más prácticas de la vida, incluso familiar. Porque se transforman en acción política y los conceptos en boga hoy explicarán mañana este trazo de la historia.

Un ejemplo obvio: ¿De qué otro modo podemos explicarnos que la derecha completa, cada uno y todos los parlamentarios, aprobaran en 1971 la norma que permitió expropiar la industria del cobre?  No es que ignoraran que no hay creación de riqueza sin el derecho de propiedad, eje de la economía social de mercado, sino que esos eran tiempos donde lo que arreciaba era la revolución, el viento que soplaba era el del gran Estado y del socialismo y de todos contra el capital.

La izquierda entiende muy bien esto de apoderarse de las ideas y la cultura para transformar al mundo según su ideología. Un buen ejemplo es el concepto de los derechos humanos (DDHH). Nadie ha violado más y durante mayor tiempo los DDHH de hombres, mujeres y niños que el comunismo y el socialismo. Desde la revolución ruso-soviética a comienzos del siglo pasado, pasando por la de Mao en China y prosiguiendo por la de Cuba de los 60, que aún no termina, y germinando en la actualidad latinoamericana en Nicaragua y Venezuela.

Y, sin embargo, la izquierda, en vez de reconocer los horrores y errores de los “socialismos reales” frente al hombre libre, ha terminado apoderándose del concepto. O es lo que intenta al menos. Criticar la falta de contexto del Museo de la Memoria no significa ser negacionista de las violaciones a los DDHH. Los dos argumentos no se contradicen, pero por segunda vez la izquierda logró inhabilitar, esta vez a Carlos Willianson, para asumir un cargo de gobierno por una opinión de diez años atrás  que mostraba su desacuerdo con que el museo no explicara el contexto histórico que originó el golpe militar y las subsecuentes violaciones a los DDHH. El académico no negó o justificó las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura, pero apenas se conoció que asumiría como subsecretario de Educación Superior, el director del mismo museo, Francisco Estévez, lo acusó de negacionista, “niega lo que ocurrió en Chile”. Y lo mismo hizo la diputada socialista Emilia Nuyado, presidenta de la Comisión de DDHH de la Cámara, solicitándole directamente al Presidente Sebastián Piñera dejar sin efecto el nombramiento.

Esa “superioridad moral” que les permite su apropiación volvió a quedar al descubierto esta semana cuando desde la izquierda calificaron de “políticamente reprochable” que fuera electo el abogado DC Sergio Miccocomo director del INDH en vez de reelegir por un nuevo período a Consuelo Contreras.

Sus deseos fueron escuchados, porque aunque esta censura restringe la libertad de expresión y empobrece el debate, el gobierno no puede aparecer en contradicción con los dueños de los DDHH, aunque ellos los conciban sólo como expresión de la izquierda. Porque por un lado aseguran que sólo se violan desde el Estado, pero cuando es Nicolás Maduro quien lo hace (y con todo el garrote de la violencia desde el poder y la miseria), allí lo que se impone como causa del desastre no es la dictadura, sino que las tardías sanciones comerciales de Estados Unidos, y no se ponen ni rojos para salir a desmentir, como lo hizo el PC en un comunicado oficial, el lapidario informe de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas, aunque lo elaborara otra socialista.

Williamson fue vetado para el cargo por la ex Nueva Mayoría, la que sin embargo está de acuerdo con que Alejandro Navarro siga presidiendo la Comisión de DDHH del Senado, aunque celebre con Maduro, diga que “la Constitución chilena es mal oliente” y califique la de Venezuela como “la mejor de América Latina y una de las mejores del mundo”. Junto a la representación del PC y del Frente Amplio, Navarro viajó a Caracas a una nueva versión del Foro de Sao Paulo, el mentor chavista de los fracasados socialismos del siglo 21, que emite una declaración donde, entre otras cosas, califica de discriminatoria la política migratoria chilena. Nadie de la izquierda planteó que ese juicio era una actitud negacionista con los 5 millones de venezolanos expulsados por el hambre, la persecución política y la crisis humanitaria de su patria.

Es que los derechos humanos son patrimonio del mal llamado progresismo. Y esa “superioridad moral” que les permite su apropiación volvió a quedar al descubierto esta semana cuando desde la izquierda calificaron de “políticamente reprochable” que fuera electo el abogado DC Sergio Micco como director del INDH en vez de reelegir por un nuevo período a Consuelo Contreras. Su actuación a la cabeza del organismo fue reparada por la propia policía, que criticó que funcionarios indujeran a inmigrantes venezolanos a engañar a las autoridades chilenas para poder ingresar como refugiados políticos al territorio nacional. Parte de la política del INDH ha sido disculparse de no poder intervenir frente a las víctimas de la violencia en la Araucanía, porque nuestro mandato nos obliga a actuar sólo cuando hay agentes del Estado involucrados”. Pero no se hace problemas en tuitear minutos antes en un conflicto privado, el de Matías Pérez Cruz, por el acceso a la playa del lago Ranco, calificando de lamentable “la discriminación” del empresario con un bien nacional de uso público.

No hay ojos para la inconsecuencia, sino que la convicción que el cancerbero de los derechos humanos y los organismos que los representan es la izquierda. Las palabras crean ideas y estas, realidad. ¡Cuidado con ellas!