Ahora que el proceso constituyente entra en tierra derecha, va quedando claro que las opciones del pleno serán entre propuestas que dañarán la fortaleza institucional y el crecimiento futuro del país y aquellas que, lisa y llanamente, destruirán la reputación de seriedad y responsabilidad que ha construido Chile en estas tres décadas de democracia. Aunque es evidente que siempre es mejor escoger lo malo por sobre lo muy malo, no hay razón para festejar ni para sentirse aliviado de que el pleno de la convención evite el peor escenario posible. En el mejor de los casos, la nueva constitución igual tendrá muchos artículos y principios que debilitarán el buen funcionamiento de las instituciones y que desincentivarán la inversión, dañando el potencial de desarrollo futuro del país.
Mientras el resto del país toma sus vacaciones y se despreocupa de lo que ocurre en la arena política, la convención constitucional ha estado avanzando decididamente hacia la redacción de una nueva constitución maximalista, excesiva en adjetivos e innovación de preceptos constitucionales. Aprovechando el vacío político que se produce por un gobierno saliente que ya no tiene fuerzas ni ganas de seguir haciendo su trabajo y las altas expectativas que ha alimentado el gobierno entrante, las comisiones de la constituyente han dejado libre a su creatividad para proponer normas y conceptos que mezclan una ingenua originalidad con una preocupante indiferencia por lo que tienen que decir los expertos y por lo que nos enseña la evidencia comparada sobre lo que ha funcionado y no ha funcionado en otros procesos constituyentes en el mundo.
Aunque hasta ahora el pleno todavía no ha ratificado esas normas, va quedando claro que las comisiones no se caracterizan por un trabajo serio, responsable y basado en la evidencia internacional. Las advertencias y sugerencias de los expertos son sistemáticamente ignoradas precisamente porque las comisiones están marcadas por un sentimiento anti-élite.
Muchos candorosamente llaman a la calma asegurando que el pleno de la convención frenará las normas más descabelladas gracias a que, para quedar dentro de la constitución, se necesita el apoyo de una mayoría de dos tercios. Pero es irresponsable apostar a que el pleno logrará frenar todas las insensateces que han sido propuestas por las comisiones. Otros, algo más avezados, recuerdan que el congreso podrá modificar falencias evidentes en la nueva constitución después de que ésta entre en vigencia. Algo similar, por cierto, ocurrió en los casos de Brasil y Colombia, después de que esos países promulgaron sus constituciones en 1988 y 1991 respectivamente. Si bien habrá oportunidades para arreglar la carga en el camino, no tiene sentido desperdiciar la oportunidad de hacer las cosas bien ahora que se está redactando el nuevo texto constitucional. ¿Para que esperar hasta después de construir la casa para arreglar los problemas, si esos problemas se pueden evitar mejorando el diseño de la casa?
Otros buscan minimizar el mal camino por el que va la convención destacando que algunas de las propuestas más descabelladas han sido bloqueadas incluso en las comisiones. Pero es insólito celebrar esos logros menores cuando hay decenas de propuestas también descabelladas que han sido aprobadas con cómodas mayorías por las distintas comisiones. Igual que una persona que acaba de chocar el auto en estado de ebriedad y celebra que el daño material solo ocurrió por un lado y no por el otro, los que destacan las malas iniciativas que fueron frenadas están aplicando la cuestionable estrategia de celebrar que su irresponsable accionar solo les produjo un mal resultado y no uno todavía peor. La actitud responsable sería enmendar rumbo y no volver a manejar bajo el estado de ebriedad.
Es verdad que a estas alturas es poco probable que la convención constitucional muestre seriedad, madurez y responsabilidad. Algunos ilusamente aspiran a que milagrosamente, una mayoría de los chilenos lea con calma el texto de la constitución y entienda las nefastas consecuencias que tendrá, en el largo plazo, el mal diseño de las instituciones. Pero los chilenos ya dan por hecho que se va a reemplazar la constitución de la dictadura y la gente está esperanzada en que el nuevo texto incorpore sus diversas prioridades y preferencias. La constitución “arbolito de pascua” tendrá regalos para todos y, por lo tanto, será difícil montar una campaña exitosa que llame a votar rechazo. Incluso aquellos que rechazan el comportamiento de la convención constitucional ven a la constitución igual que los suegros que no soportan a la nuera, pero están felices con el embarazo que traerá al mundo a su primer nieto.
Parece evidente que el rango de escenarios posibles respecto al texto de la nueva constitución va desde malo a muy malo. Es lógico querer el mejor desenlace, por lo que lo malo siempre será mejor que muy malo. Pero no parece haber razones que justifiquen el optimismo ni que alimenten la confianza sobre el futuro de Chile, ahora que la convención constitucional entra en tierra derecha y comienza a delinear el texto de la nueva constitución.