La rememoración del medio siglo trascurrido desde el golpe de Estado de 1973 ha provocado un inusitado interés por conocer la verdad de lo ocurrido y ese interés se ha exacerbado por la conciencia de que el régimen ultra-izquierdista de Gabriel Boric prepara un coordinado esfuerzo por imponer su absurda verdad en relación con ese trascendental acontecimiento. Como somos ya muy pocos los sobrevivientes testigos activos de lo entonces ocurrido, hemos estado sometidos a muchos apremios para atestiguar lo que hicimos, vimos y oímos en aquellos turbulentos días de 1973.

En lo que a mí respecta, una pregunta muy recurrente que se me hace es la de si el gobierno de Boric es una réplica del de Allende y que eso permite vaticinar algo de lo que puede ser el destino final de aquel. Es evidente que existen grandes semejanzas entre el gobierno de la Unidad Popular (UP) de 1971-73 y el de Boric entre 2022 y 23.

Conviene revisar someramente lo que son esas semejanzas: En primer lugar, ambos gobiernos se sustentan en bloques políticos muy similares, por no decir iguales: un núcleo más fuerte y organizado, formado por el Partido Socialista y el Partido Comunista, apoyados por una constelación de fuerzas de menor consistencia, como son el Frente Amplio y lo que queda de lo que fue la Izquierda Democrática. En segundo lugar, ambos gobiernos alcanzaron el poder con el apoyo de un tercio del electorado y debido principalmente a circunstancias muy excepcionales: en 1970, por la absurda campaña de Radomiro Tomic que fue la que hizo posible el triunfo estrechísimo de Salvador Allende; en 2022, la no menos absurda división de la derecha y la consecuencia de enfrentar el balotaje con el candidato más extremo como era Juan Antonio Kast. En tercer lugar, ambos regímenes se propusieron una política refundacional del país, ajena a sus tradiciones y a sus mayoritarias convicciones. En cuarto lugar, ambos regímenes se atuvieron a la convicción de que el Poder Ejecutivo lo es sólo para parte de la ciudadanía y en ningún caso el Presidente lo es para todos los chilenos. En quinto lugar, ambos regímenes practicaron el clientelismo político que situó en puestos claves de la administración pública a gente cuya única acreditación era la de partidarios del régimen.

Pareciera ser que la descripción de las semejanzas basta para concluir que el régimen de Allende y el de Boric son continuidad y calco, lo que permitiría predecir con alguna seguridad lo que será el destino de este último. Pero esa sería una conclusión falsa y precipitada, porque son más y pesan más las diferencias entre ambos regímenes que conviene que ahora repasemos.

En primerísimo lugar, está la diferencia de envergadura y de experiencia entre ambos mandatarios. Salvador Allende era un experimentado y maduro político, con gran trayectoria parlamentaria. Estaba acostumbrado a negociar acuerdos y tenía la presteza y el don de convicción que se requiere para ello. Tenía clara conciencia de la majestad y del peso específico del cargo que ocupaba y jamás habría hecho algo que mancillara esas cualidades. Poseía a raudales ese misterioso don de liderazgo para embelesar multitudes y se le podría haber acusado de muchas cosas pero no de prolongadas indecisiones. Creo que basta esa semblanza para contrastarla con lo que todos vemos en Gabriel Boric.

En segundo término, el mundo político que rodeó a Allende también ofrece acusado contraste, en tonelaje y capacidad, con el que rodea a Boric. El Partido Socialista tenía, además del propio Presidente, a figuras tan relevantes como José Tohá, Clodomiro Almeida,  Raúl Ampuero, etc. El Partido Comunista contaba en sus filas con Pablo Neruda, Luis Corvalán, Gladys Marín, etc. Contaba ese gobierno con tecnócratas muy capaces y prestigiosos, como fue el caso de José Antonio Viera-Gallo, Sergio Bitar, Fernando Flores, etc. Si se compara eso con el círculo que rodea a Boric, no se necesita nada más para tomarle el peso a esa diferencia.

En tercer término, y como consecuencia de lo anterior, el régimen de Allende contó con una capacidad de gestión que no tiene siquiera comparación con el gobierno actual. Eso le permitió avanzar en su programa mediante los poderes administrativos de la presidencia mucho más allá de lo que ha podido hacer Boric.

Allende montó una oficina de gran peso sólo para investigarle los poderes administrativos del Poder Ejecutivo y que fue el que encontró los famosos “resquicios legales” que le permitieron al régimen usurpar 836 empresas tan sólo en el sector manufacturero y afines (entre estos, la banca y los servicios domiciliarios como el gas y el agua potable). Creo que tampoco es necesario enfatizar la diferencia que existe entre ese ayer y este hoy en lo que respecta a esa capacidad administrativa del Estado.

En cuarto lugar, el plazo de que dispuso Allende para avanzar en su propósito totalitario antes de que se le tornara imposible seguir a raíz del gigantesco para de octubre de 1972, excedió en mucho el corto tiempo en que Boric dispuso de su apoyo popular intacto.  Cometió el enorme error de jugarse el todo por el todo al “Apruebo” del absurdo proyecto constitucional elaborado por los más locos de sus partidarios en la Convención Constitucional. Esa fatal decisión, que asumió al punto de convertirse en el portavoz de la campaña, lo convirtió en lo que los norteamericanos llaman un “pato cojo” a los seis meses de asunción de su cargo. Tal vez sea esta la diferencia más relevante entre su régimen y el de Allende, pero al mismo tiempo puede ser más salvadora porque el golpe de 1973 fue, para Allende, la consecuencia de los desbordes incontenibles que provocó entre su asunción en marzo de 1971 y el paro de octubre de 1972.

En quinto lugar, Allende gozó de un apoyo parlamentario inicial muy superior y mejor estructurado que el que sostiene al gobierno de Boric. Además, sus fisuras internas fueron mucho menos notorias y comenzaron por afectar a sus partidos menores, como ser los radicales y afines. Boric, en cambio, tiene una coalición mal avenida desde el primer momento y por eso se ha hecho popular hablar de las “dos almas” del régimen, nombre bastante inapropiado para aplicárselo a gente que mayoritariamente no cree en la existencia de las almas.

En sexto lugar, el gobierno de Allende nunca sufrió un escándalo de corrupción como el que ha sufrido el de Boric con el asunto de las fundaciones diseñadas para robarle al estado con la complicidad evidente de funcionarios públicos. Si bien las investigaciones del régimen militar que sucedió a aquel dicen haber encontrado numerosas irregularidades, ni siquiera entonces el tema de la corrupción económica integro significativamente las razones de su derrocamiento.

Pienso que con esta sucinta síntesis he demostrado que son muchas más pesadas las diferencias entre el gobierno de Allende y el gobierno de Boric que las semejanzas que pudieran tener. Queda al criterio de mis lectores decidir cuál de los regímenes resulta favorecido, a la luz de la historia, por esa apreciable diferencia.

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