En estos días aciagos para el país, hemos visto y presenciado una tiranía de las palabras vacías, que nos tiene en el incivismo. Es sorprendente que a un año de la pandemia la carencia de ideas azote a los dirigentes políticos y no se hayan podido presentar varias propuestas, colaborativas y consensuadas transversalmente, que permitieran discutir un programa nacional de recuperación y de reactivación social y económica del país, con generosidad y mirada larga.

Ha pasado el tiempo, en una gris medianía y el mérito de este tiempo es el haber conseguido un colchón asfixiante de palabras vacías, repetidas hasta la saciedad, capciosas, falaces, frenéticas, rimbombantes, que hipnotizan a los nietitos y nostálgicos de izquierda. Incluso hay algunas que llegan a fanatizar a sectores de la centro izquierda y derecha -palabras que han robado el acerbo general de la democracia y han retorcido al país, hasta el punto de hacerlas irreconocibles y ambiguas.

El debate público se ha empobrecido y ha sido reemplazado por un desprecio a la evidencia que se ha tomado el amplio espectro del quehacer político. En este sentido, la pretensión de acusar constitucionalmente al Presidente de la Republica, sin causa justificada, no sólo supone un uso abusivo de esta facultad, sino que polariza aún más el clima enervado y desvía las energías, justo en el peor momento de la pandemia.

En general, los chilenos presenciamos y sufrimos el desencanto de este incivismo agobiante y agotador que se rige por la “ley del más fuerte”, la captura del voto fácil y la amenza discursiva, muchas veces atenuada por los partidos de la centroizquierda en citas emocionales a la historia, descontextualizadas y distorsionadas. Ha sido paradojal escuchar que si no se logra llevar adelante una mala política pública -como es el retiro de fondos previsionales del 10%- se pone en riesgo la paz social. En este cuento dantesco miramos a la izquierda y sectores del oficialismo en el “buenismo social” rodearse de eslóganes que sólo empobrecen a la clase media, amparados en la frase: «Votaré a favor de esta mala política pública».

Ante problemas tan serios como los que enfrentamos, recuerdo al Ex Presidente de la República Aníbal Pinto, que enfrentó una de las mayores crisis económicas junto a la Guerra del Pacífico y se caracterizó por sus rasgos morales, quién en un discurso, preguntó: «¿Quiénes son los amigos de Estado? No quienes lo recargan de funciones que exceden su capacidad».

El civismo es parte de la significación que tenemos por nuestra historia, la valoración de la gobernabilidad y la democracia. Un modo populista de hacer políticas públicas es la no consideración de la eficacia de ellas y relativizar la capacidad de gobernar. Hipólito Taine con ironía decía «nada tan peligroso como una idea amplia en cerebros estrechos».

El verdadero poder del Estado está en su efectividad y esta se mide por la calidad y coherencia de la acción pública, más que por la cantidad de acción del Estado. En definitiva, sin gobernabilidad política y social no hay gobernabilidad económica. Entonces, resulta absurdo y simplista que la narrativa -como dice Douglas Murray- sea «yo tengo razón y tú eres malo» y sea esto lo que impida abordar con seriedad y responsabilidad los temas sociales, porque una parte de la izquierda nostálgica de la dictadura intente crear a un “enemigo imaginario”, para suplir las carencias de ideas y la escasez de un proyecto político.

Superar la tiranía de las palabras vacías, sólo será posible cuando impere un proceso deliberativo desapasionado, elevado y respetuoso, que convoque a los problemas de Chile y se reestablezca la credibilidad en las instituciones.

Deja un comentario

Debes ser miembro Red Líbero para poder comentar. Inicia sesión o hazte miembro aquí.