Luego de un par de días de bastante confusión, la Convención Constitucional ha empezado su trabajo. ¿Donde terminará? No lo sabemos, pero el origen de ella, su composición y los primeros movimientos de las fuerzas que están en su interior permiten aventurar algunas hipótesis.

El origen insurgente de la Convención es importante, pues pone sobre ella, como una nube cargada, la amenaza de la violencia. Sin desconocer que la mayoría de la población ha aceptado este estado de cosas y mira con esperanza lo que salga de allí, lo cierto es que la violencia jugará algún rol durante todo el proceso. Aunque por conveniencia ese origen violento se calle entre los políticos y otros actores, condiciona la Convención dada la forma en que esto comenzó. Quienes querían provocar cambios profundos en la sociedad chilena se hacen los lesos sobre esta ilegitimidad de origen, que tanto criticaron a la Constitución que nos rige; a quienes en el gobierno no fueron capaces de defender la institucionalidad, también les conviene callar.

Pero este origen pesará durante todo el proceso y perseguirá a la Convención. Ello, porque, como ya lo hemos visto estos días, al validarse el uso de la violencia en la política, el riesgo del descontrol y la incoherencia estará siempre presente. Quienes, como varios de los integrantes de la Lista del Pueblo, llegaron allí blandiendo palos y arrojando piedras, no abandonarán fácilmente esa lógica. Paradojalmente, fue la actuación de la magistrada Carmen Gloria Valladares, que representaba la institucionalidad que nos rige, aquella que supuestamente no sirve y se desea reemplazar, la que salvó a la Convención de su primer fracaso con su atinada actuación. El descontrol y la incoherencia conspiran contra el éxito de aquellos que quieren cambiar radicalmente nuestra institucionalidad; ellos buscan otra cosa: una nueva hegemonía sobre lo que es aceptable y posible en la sociedad chilena.

El conflicto entre estos dos caminos, descontrol e incoherencia versus nueva hegemonía, se asomó en las votaciones para elegir presidente y vicepresidente de la convención. El Frente Amplio se inclinó por la nueva hegemonía, el Partido Comunista por el descontrol. Este último, mantiene el comportamiento que ha tenido siempre, está adentro, pero también está afuera. Juega a agudizar las contradicciones, a correr el límite. Una vez definido lo posible, intenta apropiarse del proceso. Su aliado natural en esta ocasión era la Lista del Pueblo, sumando a representantes de algunas etnias del norte del país.

El Frente Amplio aprovechó bien su ventaja numérica sobre los comunistas en la convención e hizo la alianza adecuada, con los representantes de la etnia mapuche y los socialistas, eligiendo así a Elisa Loncón como Presidenta y a Jaime Bassa como Vicepresidente. Instala así a uno de los suyos en una posición estratégica. Jaime Bassa ha jugado desde hace tiempo un rol clave en el camino para cambiar la Constitución. Como lo detallo en el libro de mi autoría, “El Otro Golpe: 18 de octubre de 2019”, Bassa reveló su estrategia a través de Twitter. Su breve tweet decía: “propuesta de proceso constituyente en tres pasos: movilización social, plebiscito y asamblea constituyente”. Lo que Bassa planteó allí, y la oposición recogió, era un camino para eludir el capítulo 15 de la Constitución, en particular en sus mecanismos para reformarla que exigían dos tercios de los votos parlamentarios. La llave maestra que se usó fue lo que Bassa llamó “movilización social”, un eufemismo para decir violencia política, hasta obligar al Presidente Piñera a enviar al Congreso un proyecto de ley que autorizara un plebiscito que hiciera posible una asamblea constituyente. Esto se consumó en el acuerdo del 15 de noviembre de 2019 que estableció el itinerario que nos tiene aquí.

Así las cosas, el rol principal en la convención lo tiene el Frente Amplio y su cometido no es fácil. Ello porque estará siempre latente el conflicto entre el descontrol e incoherencia versus la hegemonía con que se quiere llevar a puerto una Constitución para modelar una nueva sociedad para Chile. Conspira contra este último objetivo la pretensión de la mayoría de los constituyentes, incluida su Presidenta Elisa Loncón, de obtener la liberación de “los presos de la revuelta”. Como bien se ha hecho ver por el gobierno y otros sectores, esa es una materia que está fuera de las competencias de la Convención. También lo dificultan los intentos de desconocer las reglas que rigen la convención, como la aprobación por dos tercios. No respetar las reglas transforma automáticamente a los convencionales en ilegítimos. El éxito del proceso constituyente está determinado por su coherencia y si carece de ella porque intenta exceder su mandato, fracasará. El Frente Amplio tendrá que apreciar esto si tiene algún sentido de realidad y el Partido Socialista también. El Partido Comunista estará, como siempre, con un pie adentro y otro afuera.

Los demás sectores representados en la Convención, la centroderecha y la centroizquierda, tienen un rol limitado, pero importante. Dado el número de constituyentes que eligieron, sólo pueden a estas alturas sumarse a conformar mayorías con los otros actores. Serán importantes su argumentación, su coherencia y su respeto a la institucionalidad, atributos que pueden llevarlos a ser exitosos en su afán de convencer a las mayorías de izquierda dominantes en la convención que la ausencia de coherencia en el trabajo de ésta hará que el proceso constituyente sea un fracaso. Si la centroizquierda no se suma a este esfuerzo de la derecha, desaparecerá de la política chilena.

Por último, cabe preguntarse hasta que punto este proceso tendrá influencia en las elecciones primarias y en las parlamentarias y presidenciales a realizarse este año. Las encuestas indicarían que la izquierda está sobrerepresentada en la convención, pero un manejo inteligente de ésta podría llevarlos a traspasar parte de esa ventaja a sus candidatos. Por el contrario, un proceso caótico que pierda el respeto de la ciudadanía tendrá el efecto contrario y los perjudicaría en su votación. Una derecha cohesionada y sobria puede verse favorecida.

El gran enemigo de la izquierda será, como siempre, el infantilismo revolucionario. Las prácticas habituales del Frente Amplio, su asambleísmo y tendencia al fraccionamiento no lo liberan de esa posibilidad. Pero lo más difícil para ellos será controlar la violencia, una tentación siempre presente en quienes tienen ideales revolucionarios. Ninguno de los sueños de mayor justicia que hay en quienes respaldan este proceso se cumplirá si Chile vive un caos, y la amenaza de la violencia contra otros chilenos sigue presente. La única manera en que esto puede terminar bien es si lo hace de manera muy distinta a como comenzó.

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