Las declaraciones de Boric por el asesinato de la carabinera Rita Olivares, aunque sentidas, no parecen mover a los chilenos. Sus alusiones a “nuestros carabineros”, esta “nueva mártir” y “perseguir con todo el peso de la ley” suenan a frase hechas, a palabra gastada. No hay por qué pensar que quiera engañar, pero sus palabras no conectan, no son creíbles. El paralelismo con Piñera, pese a las diferencias, salta a la vista. 

Los motivos de la desconexión de ambos mandatarios con la ciudadanía son, obviamente, distintos. En el caso de Piñera, la raíz se encontraba en su incapacidad de reconocer lo que estaba ocurriendo en el país en un momento de crisis social particularmente aguda. Su discurso continuó con el tono tecnocrático y gerencial de siempre, tratando la violencia y el descontento como si fueran desastres naturales que no requieren interpretación y cuyos efectos adversos pueden ser directamente controlados. Esa incapacidad de captar el fenómeno hizo que sus palabras se volvieran particularmente vacías. Nada de lo que dijera podía incidir en el curso de los acontecimientos. 

En el caso de Boric, las razones son otras. Probablemente es capaz de leer el clima político que se ha consolidado a partir del 4 de septiembre. Comprende que la cuestión de la seguridad y el orden se ha vuelto crucial para la ciudadanía. Pero su palabra ha perdido fuerza porque no logra dar cuenta de su propio giro ni reconocer, con eso, sus responsabilidades.

El dolor del Presidente por Rita Olivares puede ser sincero, pero no es creíble. Quien ha jugueteado con la violencia e indultado a los que han puesto en jaque la convivencia democrática no puede luego solidarizar con las víctimas sin mediar explicación alguna. 

La incapacidad de Piñera de ver la situación del país y la incapacidad de Boric de ver su propia situación han tendido a esterilizar el discurso de ambos.

Sus palabras no hablan de lo real. Y el costo para Chile de tener presidentes que ya no dicen algo a la ciudadanía es demasiado alto. Si en la raíz de nuestra crisis se encuentra una inmensa desconfianza en la clase política, esta ineficacia de la palabra no puede sino agudizarla. Porque la palabra no es un mero accesorio, que acompaña a los hechos. En política, la palabra es también acción, fuerza, actividad. Se gobierna, en buena medida, con palabras y cuando se vuelven estériles, simplemente no se gobierna. 

Tomarse en serio la palabra política implicaría para Boric hablar de lo real: reconocer ese vacío discursivo que bloquea su comunicación con los chilenos, hacerse cargo del silencio provocado que le impide consolidar su nueva identidad política.

Sinceramente espero que consiga hacerlo. Después de años, Chile se merece un Presidente que no huya de la verdad sobre el país o sobre sí mismo, un Presidente que tenga la valentía de hablar desde esa verdad.

Investigadora de Signos, Universidad de los Andes.

Deja un comentario