El 18 de septiembre de 1810 comenzó un proceso que terminaría con la construcción de un Estado independiente. Uno que defendió sus derechos, generó un sentimiento patrio profundo y que se ha transformado en el Chile que conocemos hoy. Ese Chile que se une frente a la adversidad y donde la solidaridad es una de las características fundamentales. Sin embargo, 213 años después de ese momento, nos encontramos nuevamente discutiendo lo que es Chile y lo que debería ser en el futuro.

Hoy comienza la votación del primer capítulo del segundo borrador del texto constitucional, iniciándose así la recta final de este proceso que ha estado marcado por la violencia y el desorden. Nace de un estallido social, la polarización política marcó el primer intento y el cansancio ciudadano el segundo.

Hay asuntos más importantes, podrían decir algunos. ¡Y cómo no! En la encuesta sobre seguridad ciudadana publicada por la Universidad San Sebastián, el 70% dice que la delincuencia aumentará en el futuro, el 65% afirma lo mismo sobre los delitos violentos, el 69,9% expresa sentir temor y el 78% de las personas cambiaron sus hábitos. No hay duda de la importancia de aquello, pero eso no significa que el proceso constitucional deja de tener relevancia.

La Carta Magna es la Ley fundamental del Estado, el marco de acción que aporta los pesos y contrapesos entregando mandatos clave a las instituciones ahí definidas. Lo clave es que el resultado nazca de amplios consensos donde una mayoría apruebe el documento propuesto. Sólo así tendrá la legitimidad necesaria.

En el encuentro Icare de esta semana, los ex Presidentes acordaron en la importancia de los acuerdos, sin embargo, cabe mencionar el final del discurso de la ex Presidenta Bachelet, donde afirma que puede “vivir” con el proyecto presentado por los expertos y luego dice esperar una Constitución que nos permita avanzar hacia un país más digno y justo, de lo contrario, estará “marchando”.

No es posible que un ex Mandatario afirme que desfilará por las calles para protestar por un texto con el que no esté de acuerdo. Su rol como ex líder de gobierno debe generar unidad, tender puentes y contribuir a que el proceso político detrás del diseño de la Constitución alcance esos acuerdos, no advertir que saldrá a protestar para “defender derechos”. Lo único que consigue es generar más polarización.

Gestos como este nos alejan de ese cabildo de Santiago de 1810, donde los miembros de la primera Junta de Gobierno fueron elegidos para mantener un equilibrio, algo que no se aprecia hoy. Tradición y reforma marcaron ese histórico proceso, algo que no puede ser olvidado en la actualidad.

Una reforma sin tradición perderá el patriotismo del 1800, sin los equilibrios no generará unidad y sin la habilidad de transmitir preocupación por los chilenos, los líderes políticos podrán perder la oportunidad que este proceso les ofrece. La política debe superar a la politiquería, por los chilenos y por ese país que tiene su origen en 1810 y que en los próximos días celebrará un nuevo aniversario.

Investigadora Athenalab. Experta en seguridad, narcotráfico y defensa

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