Después del episodio de Mauricio Rojas y su ministerio de fin de semana, muchos se preguntan cómo pudo tomarse una decisión tan desacertada. No sólo por sus desatinados dichos sobre el Museo de la Memoria y su supuesto “montaje”, sino principalmente por la previsible reacción que despertaría en el mundo de la cultura la figura de un converso. Su designación fue tan absurda como nombrar un pacifista en el Ministerio de Defensa o un crítico del empresariado en Hacienda. A ello se suma ahora la polémica por el nombramiento de Luis Castillo como Subsecretario de Redes Asistenciales de Salud, sin prever la reacción de la DC por su conducta cuando dirigía el Hospital de la UC en relación con la investigación judicial para esclarecer el asesinato de Eduardo Frei, siendo que el Gobierno necesita los votos DC en el Parlamento. Resulta, pues, legítimo preguntarse cómo se toman las decisiones en la Moneda.

 

La crítica de RN apunta a un tema más de fondo: la ausencia de una estrategia política clara.

 

Algo no funciona bien en palacio. En la derecha los dardos no apuntan ni al Presidente, ni al Ministro del Interior, sino al segundo piso y, específicamente, al equipo liderado por Cristián Larroulet. Así lo expresó el diputado Gonzalo Fuenzalida, Vicepresidente de RN. Sus asesores exponen al Presidente, dijo. En todos los gobiernos el funcionamiento del centro neurálgico en La Moneda provoca cortocircuitos y desentendimientos. No cabe duda que no se están procesando bien los antecedentes que deben permitir al Primer Mandatario tomar las decisiones. Y más que al análisis de los currículos, me refiero a las consecuencias que las decisiones van a tener.

 

Nadie sabe a ciencia cierta lo que el Gobierno pretende más allá de proponer un salto del país al desarrollo.

 

Pero la crítica de RN apunta a un tema más de fondo: la ausencia de una estrategia política clara. A veces hay falta de iniciativas, otras en cambio se multiplican los anuncios de cambios sin que la opinión pública y el propio mundo político puedan aquilatar su importancia y sentido. Surge, entonces, la interrogante sobre los ejes principales de acción del Gobierno. Si se hiciera una encuesta entre sus partidarios, es probable que hubiera una dispersión de respuestas. Nadie sabe a ciencia cierta lo que el Gobierno pretende más allá de proponer un salto del país al desarrollo, que dada la situación económica internacional aparece cada vez más distante. ¿Es un Gobierno social o va ajustar el déficit fiscal? ¿Va a reducir los impuestos y flexibilizar las relaciones laborales? ¿Cuidará el medio ambiente o simplificará los resguardos frente a grandes proyectos de inversión? ¿Reforzará la seguridad en la Araucanía o buscará el diálogo y la paz? ¿Un Gobierno que define a los derechos humanos como una prioridad de política exterior y que se entrampa en debates internos sobre la memoria y el cumplimiento efectivo de las penas de los responsables de sus violaciones?

 

Es evidente que no se puede hacer todo y lo contrario de todo al mismo tiempo. La retórica no es suficiente.
El arte del buen gobierno presupone la definición de objetivos claros capaces de orientar el quehacer colectivo y ordenar el debate público. Sobre todo cuando las demandas tienden a multiplicarse según los intereses de los diversos grupos debilitando los lazos de convivencia y solidaridad. Por ejemplo, algunas exigencias empresariales por reformas estructurales no coinciden con la agenda de otros grupos de la sociedad como los trabajadores, los consumidores y los más preocupados por el medio ambiente. El desafío es mayor para el Gobierno, cuya acción no puede ser reactiva a las exigencias sectoriales, sino que debe gobernar para todos definiendo un norte compartido, lo que exige un esfuerzo por perfilar un proyecto y una estrategia políticos para luego comunicarlos en forma reiterada. Algunos dicen que la Moneda necesita una brújula y un GPS.

 

Los problemas mayores del Gobierno provienen de su propio actuar. No de la oposición.

 

En el campo de la política exterior, por ejemplo, se dice que la prioridad está en América Latina. Sin embargo, el Presidente no asiste a la toma de posesión del nuevo Presidente de Paraguay Mario Abdo Benítez, la próxima reunión binacional entre los gobiernos de Argentina y Chile – según ha trascendido – no contará con la presencia del Presidente M. Macri y la ratificación del tratado de libre comercio con el país vecino no avanza en el Congreso. El Canciller Ampuero, siguiendo el ejemplo colombiano, consulta un posible retiro concordado de varios países de UNASUR. Es evidente que ese organismo está en crisis, hoy presidido por Bolivia, desde hace tiempo sin Secretario General por el veto de Venezuela. Me pregunto si el abandono de la organización sea lo más adecuado, teniendo en cuenta que pronto habrán elecciones en Brasil (octubre 2018), Argentina, Uruguay y Bolivia (octubre 2019). ¿No sería más prudente esperar su resultado, manteniendo los programas de UNASUR que funcionan – los planes para mejorar la conectividad y la infraestructura y algunas iniciativas en materia de defensa -, sobre todo cuando estamos ad portas del fallo de La Haya?

 

Los problemas mayores del Gobierno provienen de su propio actuar. No de la oposición. Al final lo que está en juego es su capacidad para conducir una sociedad compleja, informada y cada día más dispuesta a exigir y hacer respetar sus derechos.

 

FOTO: SEBASTIAN BELTRAN GAETE/AGENCIAUNO