Por estos días deberían estarse festejando con bombos y platillos los 30 años de Mercosur. Sin embargo, ello no ocurre, y, como diría un corredor de bolsa de Nueva York o Frankfurt, las acciones de este bloque han bajado al nivel de pennystock. Es decir, lo más bajo del mercado bursátil.

¿Qué le ocurrió al principal proyecto de integración regional para llegar a este nivel, ser blanco de tantas críticas y recibir incluso la calificación de “lastre” por el presidente uruguayo?

La verdad es que en sus tres décadas de existencia, Mercosur ha vivido suficientes altibajos, vaivenes, e incluso zozobras, como para pensar que algo muy esencial no funciona. Y aquí se divisan opiniones e hipótesis muy diversas. Unos creen que el proyecto se desvió de lo soñado por sus precursores, el brasileño José Sarney y el argentino Raúl Alfonsín. Otros sostienen que Menem, Collor, Rodríguez y Lacalle (los presidentes firmantes) acordaron un esquema libremercadista, donde las medidas proteccionistas serían sólo temporales. Por otra parte, la trayectoria del bloque da sustento también a la hipótesis de haber caído, por influencia del populismo, en lógicas y prácticas des-naturalizadoras de cualquier proyecto integracionista. Lo concreto es que Mercosur ha devenido en un ente difícilmente clasificable, sin una efectiva utilitatis communio entre sus miembros.

Parece sugerente entonces recordar algunas ideas del agudo ensayista estadounidense -periodista y cientista político- Mark Lilla, quien sostiene que la característica principal de nuestro tiempo es la carencia de conceptos para comprender lo que ocurre. En el espíritu de Lilla cabe preguntarse, ¿qué es Mercosur en la actualidad?

La respuesta no es tan evidente como pareciera, y los indicios apuntan a que sobrevive básicamente por inercia. Al día de hoy, sus integrantes exhiben problemas tan disímiles y su historia de rencillas intestinas es tan larga, que la confianza intra-bloque es el bien más deteriorado. La ofuscada respuesta del presidente argentino a su contraparte uruguayo (“que se baje del barco”) lo grafica todo.

Al desmenuzar algunos de estos complejos asuntos, emerge la peregrina idea, levantada como figura totémica por muchos partidarios irreflexivos de Mercosur, en orden a que la cercanía geográfica es determinante. Sin embargo, la experiencia mundial no es en absoluto concluyente a este respecto. Aún más, numerosos son los casos de éxito de países que prosperaron a espaldas a sus vecinos.

A mayor abundamiento, la experiencia histórica refuerza la variable geográfica sólo en ciertos casos donde la configuración integrativa se sostiene en la atracción gravitacional completa (económica, militar y cultural) del país más poderoso. Debe admitirse que esta tendencia se observa sólo parcialmente en Mercosur, donde existe efectivamente un Gulliver, mas sólo en lo económico, pero en ningún caso en las dimensiones militar y cultural. El caso más ilustrativo de este tipo de configuración integrativa fue el Comecon, surgido en torno a la fuerza gravitacional soviética, palpable en todos y cada uno de los ámbitos relevantes.

En tal contexto, cualquier propuesta de re-formulación de Mercosur pasa por un mínimo de autocrítica, especialmente en cuanto al daño ocasionado por los gobiernos populistas. Un capítulo de Mercosur, aún no analizado suficientemente, es el de la irresistible tentación a la injerencia abierta en asuntos internos de sus miembros y a la demonización de los países poco dóciles. La exclusión de Paraguay en 2012, luego de la destitución del presidente Lugo, constituye quizás el ejemplo más dramático.

Un punto necesario para cualquier proyecto de integración hoy en día es el impacto de la reformulación de fronteras.

El impulso intrusivo de un Mercosur en manos populistas sirvió para demostrar que los procesos integrativos incardinan a veces en las facetas más pérfidas del poder. Una de ellas fue descritas por George Orwell como la “capacidad para infligir daño”. Por lo tanto, al haberse apoderado de los destinos de Mercosur, el populismo demostró esa abyecta variante de la integración llamada multilateralismo beligerante. Este provocó un daño de tal calibre, que terminó sepultando a otro bloque regional, el Unasur.

Quizás en un arranque de entusiasmo, e imbuido por aquel inconfesable deseo de que cada arista de su gestión lo remita a algún Olimpo imaginario, el presidente argentino, Alberto Fernández, intentó organizar una cumbre presidencial este 26 de marzo para celebrar los 30 años del bloque. El pretexto era óptimo. Argentina ejerce hasta mediados de año su presidencia pro tempore.

Planificó festejar en grande. Aprovecharía la ocasión para respingar la nariz ante el presidente brasileño y “relanzar” las relaciones bilaterales. Presentaría en sociedad a su gran aliado en materias externas, el boliviano Luis Arce, y anunciaría la propuesta de hacer ingresar a Bolivia como miembro pleno. Ideas no faltaban.

Sin embargo, los hechos fueron más fuertes. De partida, no hubo respuestas claras a la invitación, salvo un tibio mensaje vía Facebook de Bolsonaro. Luego, la situación epidemiológica regional se deterioró, prefiriéndose un breve encuentro telemático. Salpicado de contradicciones sobre el futuro del grupo, la cita dejó en evidencia que Mercosur, en su actual formulación, no genera entusiasmo. O, como diría más crudamente el corredor de bolsa, mantiene sus acciones en pennystock.

Pese a todo, el bloque aún no muere y sus fragmentos podrían recomponerse. Para ello, se exige una mirada de largo plazo, donde las metas sean necesariamente la apertura arancelaria, la adopción efectiva del libremercadismo y la suscripción de acuerdos con otros bloques. Exigiría, además, cambios de corto plazo, para distender la relación brasileño-argentina mediante gestos palpables. En tal sentido, suena a lo menos impropio esa desmedida alegría expresada por la “liberación” de Lula da Silva de sus procesos judiciales. Peor aún hubiese sido invitarlo a Buenos Aires a festejar su nueva situación, como alguien propuso al interior del gobierno.

Ahora bien, mirado con real perspectiva de futuro, un punto necesario para cualquier proyecto de integración hoy en día es el impacto de la reformulación de fronteras. Es del todo evidente que los países, guste o no guste, están abocándose cuestiones verdaderamente importantes como la definición y monitoreo del nuevo tipo de fronteras en gestación. Hay una muy acuciante, como es la virológica. Hay otra, con enormes repercusiones hacia un futuro cada vez más cercano, como son las nuevas fronteras digitales. Son temas ineludibles para cualquier país y determinantes para un proyecto de integración del siglo 21.

En síntesis, la experiencia indica que las tareas integrativas requieren personalidades del calibre de Robert Schuman o Jean Monnet, símbolos de la integración europea, o bien demandan el pragmatismo de George Bush padre, Carlos Salinas de Gortari y Brian Mulroney, los líderes de EE.UU., México y Canadá, cuya convicción dio pie al NAFTA. Por eso, mientras no aparezcan líderes capaces de identificar desafíos comunes, el Mercosur no adquirirá un sentido de orientación fundamental, quedando atrapado en una atmósfera de inmovilidad. Enrique Krauze denomina estas situaciones, una orfandad inhabitable.

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