Los resultados de las recientes elecciones parlamentarias tienen a varios en la centroderecha con cara de cumpleaños. Y razones hay de sobra. Se auguraban resultados más bien pesimistas y la realidad demostró todo lo contrario: las fuerzas políticas en el Senado quedaron casi equiparadas y en la Cámara se aseguró el famoso y anhelado tercio. Si bien estos resultados son alentadores y tranquilizadores en términos de gobernabilidad y estabilidad institucional, no debemos cantar victoria. “Una golondrina no hace el verano”, dice el refrán.

Los buenos resultados de la centroderecha no deben leerse, como algunos dirigentes ya han adelantado, como una señal de aprobación hacia los partidos políticos de Chile Vamos. Al contrario, parecen ser más bien una respuesta del sector frente a la amenaza real de que Boric, el Frente Amplio y el Partido Comunista lleguen al gobierno, fundidos en un solo abrazo. Como quedó demostrado en estas elecciones, se privilegió como nunca el voto de personas y coaliciones por sobre los partidos. Los resultados de los candidatos del Partido Republicano así lo relevan. Sin ir más lejos, los partidos de Chile Vamos, en especial Renovación Nacional, fueron duramente castigados en el distrito 11, donde tenían 3 diputados.

Los partidos de Chile Vamos siguen al debe. Muy poco ha cambiado desde las elecciones de mayo pasado, donde la centroderecha resultó duramente derrotada en las elecciones de alcaldes, gobernadores y convencionales. En ese momento, se habló insistentemente de la necesidad de refundar o rescatar los valores y principios del sector, pero sintonizándolos con la nueva realidad política del país. Los partidos de Chile Vamos hicieron una forzada autocrítica por los magros resultados electorales, y había plena conciencia de que el camino para volver a sintonizar con sus electores iba a ser largo y difícil. ¿Hemos terminado ese periplo refundacional antes de haber iniciado el recorrido? ¡Cuidado con los espejismos electorales!

El desencanto y desconfianza hacia los partidos políticos sigue ahí latente. Los partidos de Chile Vamos no son la excepción. De ahí a afirmar que “Chile Vamos es una marca consolidada”, como lo hizo recientemente el presidente de la UDI, es un error. A los electores de centroderecha el nombre de su coalición política les es irrelevante. Lo que privilegian es la capacidad, consecuencia y consistencia de los parlamentarios para defender las ideas del sector en el Congreso. No desean ver nuevamente a una coalición política dispersa, fragmentada y débil para abordar y defender sus ideas ante una izquierda radical. El principal atributo de una marca es la confianza y la marca “Chile Vamos” no la genera.

No olvidemos que el principal legado de Chile Vamos será su renuncia y capitulación de la Constitución de 1980 (o 2005) y la adhesión entusiasta a proyectos inconstitucionales y populistas, bailando al ritmo de la izquierda. No será fácil olvidarlo. Lejos de decir que la marca “Chile Vamos” está consolidada, más bien se podría decir dicha marca se encuentra depreciada y desgastada. A muchos de los parlamentarios populistas e irresponsables que se presentaron a la reelección, el electorado los sancionó sin dolor. Y, de paso, castigó la marca. Bien saben los expertos en marketing lo que cuesta reposicionar una marca caída en desgracia. No se logra de un día para otro.

¿A dónde va Chile Vamos? Aún está por verse si estos buenos resultados electorales, se traducen en señales de una buena gestión política y legislativa de los nuevos parlamentarios. Se presentan desafíos importantes si Chile Vamos quiere mantenerse como una coalición relevante en la política nacional. Un humilde consejo: no se encariñen con el nombre. No es lo más relevante. Enamórense de sus ideas. Han probado ser las correctas.

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