El subsecretario de interior Manuel Monsalve anunció, hace algo más de una semana, que se instalará una base militar en Traiguén, Región de La Araucanía. Informó también que se modificará la base que actualmente existe en la zona de Lumaco y que se está considerando hacer mejoras en la base militar de Victoria. Señaló igualmente que durante el presente mes se espera hacer llegar dieciséis vehículos blindados a la zona. Y aquí debo detenerme y preguntarme ¿es este el mismo gobierno que llegó al poder hace apenas algo más de un año, proclamando “no a la militarización del Wallmapu”?
Es el mismo y no es el mismo. Es desde luego el mismo Presidente, pero no es el mismo gabinete ministerial: el de entonces estaba escorado por un ánimo refundacional, anidado en los espíritus y las mentes de jóvenes ministros y ministras que en la mayoría de los casos probablemente no terminaban de creerse el rol -y el poder- que les había sido concedido. En ese gabinete personas como Mario Marcel parecían -y probablemente eran- la excepcional gota de seriedad y experiencia que un gobierno recién instalado quería mostrar a inversionistas y otros actores inevitables.
El gabinete de hoy es exactamente el inverso de aquel. En él las figuras que dominan, ocupando los principales ministerios (Interior, Relaciones Exteriores, Hacienda, Defensa, Secretaría General de la Presidencia, Subsecretaría de Interior), son personas que se parecen más a Mario Marcel que a aquella ministra del Interior que quiso inaugurarse como tal con la “performance” de visitar Temucuicui sin protección policial.
Esta diferencia en el gabinete no ocurrió de manera espontánea. Fue decidida conscientemente por el Presidente Boric y se inició el 10 de septiembre del año pasado, seis días después de la primera de las derrotas que ha sufrido en los pocos meses que lleva su gobierno. Y su significado es trascendente: no sólo cambió la edad y la experiencia de los ministros y ministras, sino que su impronta política es totalmente otra; ninguno de ellos alienta aspiraciones refundacionales y militan en partidos del ala reformista del gobierno.
Es, pues, el mismo gobierno, pero ya no es el mismo. El Presidente sí es el mismo, con su mismo carácter y peculiaridades. Nadie cambia de carácter en unos pocos meses, aunque sí se puede aprender mucho en pocos meses. Boric ha aprendido y así lo demuestran los cambios que ha realizado en su gabinete y sus continuos llamados a la oposición clamando por negociaciones que le permitan sacar adelante las únicas dos reformas que está en su mano iniciar: fiscal y pensiones.
No ha cambiado su carácter y, con la asombrosa regularidad de dos veces por mes, nos ofrece, de palabra o de obra, muestras de lo que le queda de su espíritu juvenil y trasgresor, diciendo o haciendo cosas que su parte madura y ahora más sabia seguramente le reprochará. Pero, qué se le va a hacer y lo he dicho varias veces, tenemos un presidente que, como el vizconde de Italo Calvino, está demediado y sus dos mitades van por el mundo sin entenderse mucho entre ellas o, como el personaje de Calvino, más bien enfrentándose entre sí.
Lo positivo es que la mitad que gobierna es la mitad positiva de Gabriel Boric y no creo que haya que preocuparse mucho de su otra mitad, aunque la oposición de derecha sufra de la tendencia a hacer lo contrario. Una actitud opositora intransigente sólo se la merece un gobierno intransigente, pero ese no es el caso. Ya está dicho: el gobierno no ha hecho más que cambiar desde el 10 de septiembre.
Un ejemplo. El 4 de mayo pasado la prensa daba cuenta de las declaraciones del subsecretario de Previsión Social, Cristián Larraín, en el sentido que el gobierno no insistiría con las cuentas nocionales del seguro social que había propuesto originalmente en su proyecto de reforma de pensiones. Esta concesión gratuita, previa a cualquier diálogo, sólo podría entenderse como una muestra de la disposición del gobierno a ceder puntos en una negociación sobre esa reforma. Sin embargo no fue considerada de esa ni de ninguna otra manera por la oposición, que más adelante decidió incluso retirarse de todo diálogo técnico sobre la materia exigiendo la salida del ministro Jackson, lo que también fue concedido por el gobierno. La prensa, por su parte, no insistió en el tema y más adelante dio mucha más publicidad a las acusaciones de acoso que afectaron al subsecretario y terminaron condicionando su salida del ministerio.
Otro ejemplo. El portal “Minería Chilena” publicó el pasado 5 de junio una entrevista a la entonces ministra de Minería, Marcela Hernando, quien contestando a la pregunta relativa a si el Estado estaba a decidido a mantener el 51% de la propiedad de cualquier sociedad que estableciera con empresas privadas, contestó que no era así y que el Estado sólo insistiría en ese porcentaje en los casos de salares que considerara estratégicos para el país, pero que estaba dispuesto a aceptar una posición minoritaria en otros casos. La afirmación abría la posibilidad a un diálogo gobierno-oposición buscando una definición transparente y aceptable por todos del concepto “carácter estratégico” aplicable en este caso. Sin embargo, la oposición se ha mostrado impermeable a ese gesto y ha seguido insistiendo exclusivamente en la cuestión de la mayoría del control que el gobierno enunció originalmente al dar a conocer su Estrategia Nacional del Litio.
Cada una de esas concesiones o gestos por parte del gobierno, aleja a Gabriel Boric no sólo de sus aspiraciones iniciales como gobernante, sino también de su ya muy golpeada ala izquierda. La oposición y me refiero a la oposición de centroderecha, debe comprender que esa situación tiene un límite. Desde luego puede insistir en su actitud refractaria al diálogo y la negociación pretextando, como hasta ahora, que es el gobierno el que actúa de esa manera. Así habrá condenado al gobierno de Boric a la impotencia, pero también habrá postergado por años alguna solución a problemas que afligen a la mayoría de las chilenas y chilenos.
Se trata de una actitud no sólo mezquina, sino que probablemente ineficaz para sus propias aspiraciones electorales futuras, pues la extrema intransigencia y dureza tiende a ser rechazada por un electorado progresista, pero conciliador como es una buena parte del electorado chileno.
En este escenario, sin embargo, se presentan iniciativas que hacen abrigar esperanzas en un futuro de diálogo y quizás de consensos que permitan llegar a acuerdos sobre cuestiones esenciales. Uno de ellos es la presentación conjunta realizada por Joaquín Lavín y Alberto Mayol en el encuentro de Icare “Dos miradas para un futuro común”, en la que propusieron respeto y aceptación mutua entre quienes piensan diferente, como vía para alcanzar acuerdos que permitan sacar al país de su situación actual. Ojalá a ellos sí los escuchen.