El Índice de la Democracia elaborado por la Unidad de Inteligencia de la revista The Economist (UIE), el más completo y reputado de su clase, nos ilustra recurrentemente sobre el estado de la democracia en el mundo, que viene experimentando lo que algunos autores consideran una preocupante recesión, cuyos primeros síntomas comenzaron a manifestarse con fuerza a partir de 2016.

El último informe de la UIE, publicado en días recientes, revela que menos de la mitad de los 167 países estudiados (un 45% de ellos) se gobiernan a través de alguna forma de democracia, y que apenas 24 naciones gozan de una “democracia plena”. Contrario a lo que solemos creer aquí, la libertad y el estado de derecho -los más preciados bienes de la modernidad- escasean en una humanidad donde campean las autocracias y las democracias fallidas.

¿Dónde se ubica Chile en este sombrío panorama mundial? Como ya es habitual en la mayoría de los estudios comparativos de este tipo, nuestro país se clasifica en la parte alta de la tabla, en el selecto grupo de naciones que gozan de una democracia plena, ubicándose en la posición número 19, una de las mejores que ocupa en estudios comparativos de este tipo.

Seguramente causará sorpresa a no pocos chilenos saber que nuestra democracia se encuentra mejor evaluada que la de naciones desarrolladas como Estados Unidos, Francia, Italia, España y apenas por debajo de la del Reino Unido, la cuna de la democracia. Y es que nuestra autopercepción, influida por la condición de país subdesarrollado y sobre todo entre los jóvenes, tiende a menospreciar la calidad de nuestra democracia o a ignorar los valores democráticos que hemos cultivado por décadas.

No es posible exagerar el mérito de ser una democracia plena, no sólo porque son pocos los países que gozan de ella, sino por tratarse de una forma de gobierno que es determinante para la calidad de vida y bienestar de los ciudadanos.

Pero si acaso lo que aquí tenemos es una “democracia plena”, según la clasificación de la UIE, o somos un país de “muy alto desarrollo”, según la clasificación de desarrollo humano de la ONU, ¿cómo es que en amplios sectores políticos ha prevalecido la idea de un país más bien fallido, donde la mediocridad sería la norma y para algunos la revolución -y no el reformismo– sería la estrategia política más adecuada?, ¿cómo fue que en un país de estas características se intentó el año pasado una refundación en toda la línea? Por cierto, que esa propuesta fuera finalmente rechazada por los electores en un acto impecablemente democrático es una prueba palmaria de la meritoria clasificación en comento.

La respuesta a esas interrogantes podría estar en el hecho de que la insatisfacción con la democracia, que se ha vuelto una inquietante tendencia mundial, ha tocado también a nuestras puertas. La apreciable baja en la adhesión a la democracia en la última encuesta CEP así parece sugerirlo.

Por otra parte, datos publicados en 2020 muestran que entre los aproximadamente 1900 millones de habitantes que viven bajo alguna forma de democracia, menos de una cuarta parte lo hace en países donde la mayoría de los votantes se sienten satisfechos con este sistema de gobierno.

Notablemente, los tres países de América Latina clasificados en el grupo de las democracias plenas –a Chile se suman Uruguay y Costa Rica- son también los de mejor desempeño económico (medido por el PIB per cápita). Se cumpliría en nuestro continente la tesis de Martin Wolf, expuesta en su reciente libro ‘La crisis del capitalismo democrático’, según la cual el desarrollo económico y la democracia representativa van indisolublemente de la mano.

Resulta llamativo, en cambio, que la izquierda chilena tenga (o haya tenido hasta tiempos recientes) como referentes a los países más autoritarios y menos desarrollados de América Latina, entre ellos Cuba y Venezuela –que se ubican en las posiciones 139 y 147 en el estudio de la UIE, respectivamente–. No lo hacen mejor otras naciones de la región en las que suele encontrar afinidades ideológicas, como México (situada en la posición número 89) y Bolivia (que ocupa el puesto número 100).

Si por momentos a usted le parece que nuestra democracia flaquea o que incluso desmerece, será mejor que lo piense dos veces. Nuestro problemas no son menores y los desafíos que tenemos por delante son formidables, pero solo le bastaría viajar a países vecinos para constatar que allí las bondades de la democracia escasean y sus caminos hacia el desarrollo son mucho más empinados y pedregosos. Y si viaja a Estados Unidos o a España recuerde que arribará a una nación cuya calidad democrática clasifica por debajo de la nuestra en el estudio de la Unidad de Inteligencia de la revista The Economist, por más que su intuición le insista en creer lo contrario.

*Claudio Hohmann es ingeniero civil y ex ministro de Transportes y Telecomunicaciones.

Ingeniero civil y exministro de Transportes y Telecomunicaciones

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