La fecha de entrega de esta columna me sorprende recorriendo las regiones del norte argentino vecinas a Chile, en auto, por diez días. Provincias autónomas de un Estado federal, que son muy distintas de la pequeña parte de Buenos Aires que habitualmente visitamos los chilenos. No escribiré sobre quién ganará la elección presidencial. Sólo comentaré que en estas provincias hay mucha más propaganda de Massa, el candidato, Ministro de Hacienda en ejercicio del actual gobierno peronista. La Constitución y la ley lo permiten, ¿será lo adecuado?
Muchas veces me han preguntado los últimos cuatro años, “tú que eres economista, dime ¿qué crees que va a pasar en Chile en los próximos 5 a 10 años, así como va nuestra economía y nuestra sociedad? Mi respuesta ha sido que con las políticas seguidas desde Bachelet 2 y el Gobierno de Boric, Frente Amplio y Comunistas vamos a transformarnos en la Argentina de hoy en lo económico-social. Ahora lo he visto confirmado en vivo y en directo. Intentaré explicar qué veo y por qué.
Es ostensible la decadencia argentina para cualquiera persona que la conoció hace 40, 30 o incluso 5 años atrás. No me refiero a la gente de este gran país que aprecio mucho, ni a todas sus instituciones, incluido el fútbol y otras, tan admirables.
¿Con qué se encuentra uno hoy al visitar la Argentina profunda? Tengo que decirlo crudamente, aunque me cueste, y espero que me comprendan bien: Argentina es el rostro que puede tomar la decadencia de un país. Es triste y lamentable, pero debemos reconocerlo con claridad para que en Chile tomemos consciencia de dónde podemos llegar, cómo, y corregir a tiempo.
Solemos hablar de estos temas en términos abstractos y estadísticos: aumento de tasa de pobreza, caídas del PIB (en 7 de los últimos 14 años), reducción de las exportaciones, etc. etc. Pero en dimensiones más concretas y humanas, ¿qué se observa? Diría que se ve deterioro material y atraso evidente. “Poblaciones callampas” a la salida de algunas ciudades, mucha basura en ellas, deterioro de las viviendas y edificios, fachadas descascaradas, escuelas antiguas sin pintar. En ciudades como Salta y Tucumán (600 mil y más de un millón de habitantes) no se encuentra casi ningún edificio nuevo (i.e. que se haya construido en los últimos 40 años). Además carreteras en mal estado, pocas con doble pista, con semáforos en rutas que conectan Buenos Aires con Bolivia (la 9 y 34), donde circulan inmensos camiones.
Finalmente, es lamentable observar el campo y la agricultura de provincias con inmenso potencial. Superficies sin explotar, máquinas y tractores viejos, bodegas derruidas. Pero lo peor son algunos pueblos chicos polvorientos, sin pavimento y casas chicas de ladrillos de cemento enrejadas como en las poblaciones chilenas invadidas por el narcotráfico. Allí viven los operarios de las plantaciones azucareras e ingenios mecanizados que antaño eran la excepción de una América Latina en donde predominaban los latifundios y el trabajo manual de los inquilinos. En ese país donde nunca hubo inquilinazgo, hoy los campesinos parecen vivir peor que los de Chile. Insólito.
¿Qué pasó? ¿Cómo llegaron a eso?
Pocos economistas serios deben tener dudas de las causas de la lamentable decadencia de la economía y la situación social de Argentina. Estimo que son, primero, la creencia, teoría, o ideología de que las dificultades económicas o los mejoramientos en distribución del ingreso se enfrentan mejor a través del Estado y, más en particular, a través de controles de precios y de que el Estado se haga cargo de proveer directamente la mayoría de los servicios públicos (salud, etc.).
Pareciera que no importa mucho que el Estado crezca demasiado ocupando cientos de miles de personas. Total, es cosa de subir los impuestos o imprimir dinero para pagarle a los empleados públicos. Especialmente si se diseñan los impuestos “para que paguen más los ricos”.
¿Qué sería lo que no ven quienes tienen esa visión simplista de la economía, aunque puedan estar tan bien intencionados? Primero, no ven que el crecimiento sostenido de los ingresos y de la producción importan mucho. Por dos razones: es la manera de que la gente por sí sola progrese y no requiera pedir y depender tanto del Estado. Y además, el crecimiento per se genera al Estado más recursos para ejecutar bien sus funciones en que es insustituible (seguridad, obras públicas, justicia, etc.).
En segundo lugar, que todo aumento desmesurado del Estado achica el espacio para que el sector privado se desarrolle, incluyendo los emprendedores jóvenes y las pymes. Por eso se reduce inevitablemente el crecimiento económico en general.
Tercero, que la ampliación del Estado y de su número de empleados necesariamente genera un grupo de poder para influir en que ese Estado les conserve sus ingresos realizando un mínimo trabajo. Eso lo consiguen incorporándose a los partidos políticos estatistas para así influir en los Gobiernos (el peronismo argentino). Y los gobernantes pasan a gobernar para sus partidarios y no para la gran mayoría de los ciudadanos. Los dirigentes políticos, a su vez, reclutan partidarios empleando en el Estado personas afines a sus sectores, con beneficios económicos especiales a cambio de su lealtad. Así se crea un círculo vicioso de la economía con la política que paraliza al país e instala la corrupción a todos los niveles. Si a este cóctel se le agrega el control de precios y del tipo de cambio, se añade una nueva fuente de corrupción, y paralización, al desalentar la producción (agrícola en el caso argentino). Resultado: decadencia económica.
Que el lector o lectora juzgue si observa o no la infección del virus argentino en nuestras políticas económicas de los últimos diez años. Alzas de impuestos, aumentos del tamaño y empleo del Estado, corrupción, y desprecio por el crecimiento económico. Nos hemos salvado de la inflación por haber conservado un Banco Central autónomo y profesional, y políticas fiscales responsables, sin caer en controles de precios. Pero así y todo el ingreso per cápita de Chile no ha crecido desde hace tiempo. Miremos al otro lado de la cordillera para ver a dónde podemos llegar si seguimos la tendencia actual y no corregimos a tiempo.
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