De acuerdo con el estudio Icreo de 2020, en los últimos años ha disminuido progresivamente la confianza en el Gobierno y sus instituciones, así como en los medios de comunicación, el metro, las Fuerzas Armadas, Carabineros, entre otros. Lo anterior nos lleva a la siguiente pregunta: si tenemos tan poca confianza en las instituciones y en los políticos, ¿cómo esperamos confiar en el proceso constituyente que se nos avecina?

Sin duda que la violencia y la falta de diálogo desatada en el estallido social y meses siguientes no es el camino. Para que el proceso constitucional efectivamente genere confianza necesitamos de paz, de participación ciudadana, y de una nueva forma de hacer política.

Por ende, para reconciliarnos y que este proceso sea viable, urge que todos los sectores políticos condenen la violencia y promuevan el diálogo como solución de los problemas. Es difícil imaginar que los constituyentes (quienes supuestamente representarán el sentir de la ciudadanía) puedan tener algo de libertad en la votación de cada norma si es que siguen produciéndose desmanes en Plaza Italia todos los viernes.

En cuanto a la participación ciudadana, durante el último tiempo han surgido distintas iniciativas destinadas a generar espacios de encuentro, tales como Tenemos que hablar de Chile, los diálogos 3xi y las mesas de trabajo de Compromiso País. Estas instancias logran generar diálogos improbables entre personas de distintas realidades.

En esta misma línea, es fundamental que las modalidades de participación que se establezcan en el reglamento de la Convención Constitucional sean dadas a conocer y sean ampliamente ocupadas por la ciudadanía. Lamentablemente, si no se dan estas instancias de participación, y si éstas no son debidamente promocionadas (como ocurre con el Congreso Nacional), el origen de la Constitución volverá a ser cuestionado.

Igualmente, los ciudadanos exigimos representantes que estén en terreno y comprendan la realidad de los chilenos. Ya no basta con pancartas, papelitos, aparecer en los medios, ni con ser el familiar de otro político conocido. Para “ser y parecer”, es forzoso que quien se presenta a un cargo de representación haya vivido lo que predica y esté dispuesto a tomar las decisiones –no ya desde el escritorio– sino que desde la calle (que irónicamente es el lugar dónde se inició el estallido social). Solo así, con políticos que vivan la realidad de las personas que representan, es que podremos sanar las heridas y avanzar hacia la verdadera reconciliación de las confianzas.

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