Pasternak, el escritor 

El 30 de mayo de 1960 murió en Peredélkino, cerca de Moscú, el escritor ruso Boris Leonídovich Pasternak, en su momento de mayor fama mundial. El poeta y novelista había nacido el 10 de febrero de 1890, es decir, había cumplido poco antes los 70 años. Sin embargo, lo más importante de todo es que en 1958 había recibido el máximo galardón de las letras universales: el Premio Nobel de Literatura.

En la práctica, como suele ocurrir con hombres de su generación, su vida pasó a confundirse con la historia de Rusia, marcada por la Revolución Bolchevique de octubre de 1917 y posteriormente por la creación del régimen de la Unión Soviética. El sistema comunista influyó en las más diversas áreas de la sociedad, desde la política y la economía a la ciencia y la literatura. Pasternak no estuvo ajeno al desarrollo de ese proceso, si bien su actividad literaria se había iniciado antes del triunfo de Lenin: sus primeras obras fueron El gemelo entre las nubes (1914) y Por encima de las barreras (1917), ambas de poesía.

De hecho, toda la primera etapa de desarrollo intelectual y creativo se expresó precisamente en el ámbito poético, hasta avanzada la década de 1940. Pronto se convirtió en una de las figuras fundamentales de la literatura rusa, poeta reconocido y citado, admirado en dentro de los amplios límites del territorio soviético y también en el extranjero. Además, como otra parte de su actividad intelectual, tradujo al ruso obras de Shakespeare, el Fausto de Goethe y la poesía de Paul Verlaine.

Sin embargo, su mayor fama universal llegaría tardíamente –e incluso de manera póstuma–, muy poco antes de su Premio Nobel y de su muerte, con la publicación de su novela El doctor Zhivago (hay una excelente edición reciente, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2016, con traducción del ruso de Marta Rebón). La obra se convirtió muy rápido en uno de los favoritos del público, con ediciones de miles de ejemplares que se agotaron muy luego, generando una dinámica que tenía su base tanto en el contenido de la obra como en el contexto político en el cual nació, marcado por la lógica de la Guerra Fría, con movimientos de la CIA norteamericana y de la KGB soviética, que entendían el contenido profundo del libro, más allá del valor literario que se le asignaba. De esta manera, su libro fue una obra literaria, pero también un verdadero thriller propio de años tormentosos, narrado de manera completa y bien documentada por Iván Tolstói en La novela blanqueada. El doctor Zhivago de Pasternak entre el KGB y la CIA (Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2014).

Eso mismo constituía un problema en un país como la Unión Soviética, donde la ciencia y la literatura estaban controladas por el Estado, no gozaban de libertad de investigación o de creación y en modo alguno podía aceptarse que amenazaran el desarrollo del régimen socialista. Los resultados prácticos habían sido lamentables: Peter Watson, en su Historia intelectual del siglo XX (Barcelona, Crítica, 2002), señala que se estima que en las purgas habrían perdido la vida entre 600 y 1.300/1.500 autores, “brutalidad… obsesión por el control y paranoia [que] tuvo como resultado una gran esterilidad”.

Pasternak pudo sustraerse a esa decadencia porque se negó al servilismo, si bien tuvo momentos de ambigüedad frente al sistema, cercanía hacia sus líderes Lenin y Stalin, e incluso tiene la particularidad de no ser perseguido en la década de 1930, lo que mostraría una decisión personal del propio Stalin de protegerlo. Se comentaba por esos días que el autócrata habría dicho: “No toquéis a este habitante de los cielos”, lo cual contribuyó a la pervivencia del escritor, que en la segunda mitad de la década tomó la determinación de marchar por un camino diferente, concibe su nuevo proyecto de vida, al que seguirá fiel hasta su muerte, como señala Tzvetan Todorov en Insumisos (Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2016), que incluye a Pasternak junto a Solzhenitsyn como dos figuras emblemáticas de la literatura que supieron enfrentarse a la revolución en dos generaciones sucesivas. Y eso significaba al menos dos cosas: vivir de una manera diferente y también desafiar las convenciones literarias del comunismo gobernante.

En 1933, en el Primer Congreso de Escritores Soviéticos, Stalin había calificado a los escritores como “ingenieros de almas”. En esa misma ocasión Pasternak fue reconocido como uno de los maestros de la poesía, y pasó a ser miembro de la Unión de Escritores Soviéticos, extraña mezcla de organización corporativa de los creadores literarios y de organismo del régimen comunista para el control del modo de hacer literatura dentro de la URSS.

Sin embargo, el camino de Pasternak fue diferente. A mediados de la década de 1940 afirmaba en carta a Nadezhda Mandelstam (viuda de Ósip, el escritor), que su vida se había activado, con especial influencia de sus amistades y contactos con amigos occidentales: “Mi destino está determinado y no tengo elección” (citado en La novela blanqueada, de Iván Tolstói). A fines de 1945 comenzaba a escribir El doctor Zhivago. 

El difícil nacimiento de El doctor Zhivago

Escribir una obra que no se podía publicar fue una decisión valiente y torpe a la vez, interesante vitalmente, pero también absurda para la vida de un escritor que quiere ver su creación en letras de molde. En esa misma línea hubo otros autores relevantes, como el mencionado Solzhenitsyn y uno que no alcanzó a ver publicada su obra durante su vida: Vasili Grossman, el autor de Vida y destino.

Cuando una pariente le reprochó su especie de retiro afectivo en la década de 1950, el escritor le contestó la regla de vida que se había fijado, sobre el libro que estaba escribiendo: “Es una obra que solo escribo para mi satisfacción personal, que jamás verá la luz, o solo en un futuro lejano… solo puedes cumplir este sueño recurriendo a forzosas medidas de desconexión temporal de todo lo que te rodea”. En otra carta agrega: “En general, lo único que podríamos hacer respecto de todos los casos que nos son queridos y de toda la vida valiosa y condenada que perdemos es volcar todo nuestro amor en la creación y la elaboración de lo vivo, en una obra útil, en un trabajo creador” (citadas en Insumisos, de Todorov).

La escritura de la novela El doctor Zhivago representó un cambio en la vida de Pasternak, por cuanto se había destacado como poeta y traductor, pero no había incursionado en la novela. Además, porque significó consagrar gran parte de su existencia a una tarea que estimaba necesaria, hermosa e inexcusable, y que lo ubicaría en la gran tradición literaria rusa, que tenía a Fiodor Dostoievski y Lev Tolstói, quien lo marcó para toda la vida, como señala en Yo recuerdo (Santiago, Editorial Andrés Bello, 1992).

El doctor Zhivago es una obra de amor, entre el protagonista Yuri Andréyevich –el propio Zhivago– y Larisa Fiódorovna, Lara, a quien conoció en un hotel y con la que posteriormente se vincularía con un amor intenso y difícil. El contexto histórico de la obra, que ciertamente tiene elementos autobiográficos de Pasternak, se ambienta en la historia de Rusia en las tres primeras décadas del siglo XX, aunque el centro de la novela no es la historia rusa de aquellos años. Una de las ideas que subyacían en la narración era la inconformidad con la situación que se había producido en Rusia tras la revolución, porque en la práctica se había cambiado un zar por otro. Mario Vargas Llosa, en un lúcido comentario sobre esta obra, sintetiza: “En las antípodas de la visión optimista y grandiosa del hombre, de Tolstoi, El doctor Zhivago es un libro antiheroico, ensimismado y pesimista. Su héroe es el hombre común, sin cualidades excepcionales, básicamente decente, de instintos sanos, que carece de aptitud y vocación para la grandeza, al que la revolución, fuerza transformadora y destructiva, aplasta sin misericordia” (en La verdad de las mentiras, Madrid, Alfaguara, 2002).

Según el autor, en el libro expresaría sus concepciones sobre el arte y la religión, la vida del hombre dentro de la historia, que le llevaron a exclamar tras diez años de trabajo, en 1955: “¡No puede imaginarse lo que he alcanzado con esta obra!”, escribía en una carta a Nina Tabidze. En la misma carta agregaba: “He hallado y dado nombre a toda esta hechicería que ha atormentado y generado perplejidad, disputas, aturdimiento y desdicha durante tantos decenios… Todo se ha refrescado de un modo nuevo y se ha definido lo más preciado e importante, la tierra y el cielo, los grandes sentimientos, el espíritu del trabajo creador, la vida y la muerte” (citado en Iván Tolstói, La novela blanqueada).

Una vez concluido el trabajo, correspondía pasar al proceso de edición y publicación, por lo que Pasternak envío los manuscritos a dos revistas de Moscú: Novy Mir y Znami. Sin embargo, en la Unión Soviética existían problemas particulares para llevar adelante los procesos de creación artística, por razones políticas. La obra debía pasar la censura oficial, ser aceptada por el régimen a través de una de las editoriales permitidas o de la Unión de Escritores. Esto mismo llevó al autor a iniciar un proceso paralelo, arriesgado pero necesario, de entregar otras copias de su obra.

Una de ellas se la entregó a Sergio D’Angelo, periodista italiano que haría llegar el ejemplar a Giangiocomo Feltrinelli, editor de Milán y además comunista, que sería el primero en publicar El doctor Zhivago, en 1957, en lengua italiana. Sin embargo, Pasternak fue más lejos, y entregó otra copia a Jacqueline de Proyart, quien había estudiado Lenguas Orientales y era traductora, y se convirtió en la persona de mayor confianza del escritor, que tenía además la ventaja del conocimiento idiomático: los dos volúmenes de la novelas, gruesos y difíciles de esconder, viajaron a París a través del correo diplomático de la embajada de Francia –donde Jacqueline tenía una amiga– que la KGB no controlaba, agregando un condimento más a la historia de suspenso que se estaba tejiendo.

Paralelamente, la Guerra Fría comenzaba a ser uno de los escenarios de fondo de la novela. En primer lugar, porque la Unión Soviética decidió censurar (o postergar o no publicar la obra que previamente había anunciado). Posteriormente, porque Estados Unidos, a través de la CIA, vio una buena oportunidad para dar un golpe a su enemigo, a través de la promoción del libro en Occidente, incluso promoviendo su eventual publicación en ruso, a través de intermediarios que no siempre sabían para quién estaban trabajando. Todos esos procesos de edición y de censura, de intentos de publicación y de evitar que la obra viera la luz, se desarrollaron tanto en la Unión Soviética como en Occidente, con conocimiento de Pasternak (quien otorgó poderes paralelos a sus colaboradores) o con su desconocimiento, y avanzaban por el amor a la literatura o por el peso firme de la lucha política.

Finalmente, en 1957 el libro fue publicado en Italia, como señalamos, con gran éxito editorial y económico, que convirtió a su autor en una figura destacada pero que le provocó un problema legal (por los derechos de publicación) y político (por las interpretaciones del caso). No era los más relevante después de todo. Pasternak sabía que sufriría con la publicidad de su obra, pero “la no publicación sin duda alguna me supondrá un suplicio aún más terrible”, dijo a comienzos de 1958 (sobre la edición francesa). En otra ocasión ese mismo año señaló que El doctor Zhivago suponía su “linchamiento, pero no tenía palabras para expresar su “felicidad” (Iván Tolstói, La novela blanqueada).

El Premio Nobel: consagración, debates y vergüenzas

En 1958, la Academia Sueca entregó el Premio Nobel de Literatura al escritor ruso Boris Pasternak.

¿Por qué recibió el máximo galardón? El argumento señalado en esa oportunidad fue el siguiente: “por su importante logro, tanto en la poesía lírica contemporánea como en el campo de la gran tradición épica rusa”. Por lo tanto, hay que considerar dos factores: la poesía, a la que había dedicado toda su vida, y la novela que lo consagró y aceleró la distinción. La nota de la Academia Sueca no incluye, como era evidente en la historia de la institución, ninguna consideración de carácter político, porque su función era de carácter literario, aunque no se escapaba a los jurados y al mundo que circulaba en torno al Premio Nobel las evidentes connotaciones políticas que podría  tener la distinción, en un mundo sobrecargado de conspiraciones, presiones y luchas de poder, como era el de la Guerra Fría. Más aún si la distinción recaía en un ciudadano de la Unión Soviética que no era servil a la dictadura.

El libro de Kjell Espmark, El Premio Nobel de Literatura. Cien años con la misión (Palencia, Nórdica Libros, 2008), es una excelente introducción a la historia del galardón, y afirma enfáticamente que “la política no entra en juego en los Nobel”. De hecho, el tenor primordial de su libro es claramente literario, y corresponde a un autor que además fue presidente del Comité encargado de la entrega del Premio. Sin embargo, el capítulo “La integridad política” entrega luces sobre el ambiente y las consecuencias en la entrega de los Premios Nobel durante muchas décadas, cuyas implicancias políticas eran inevitables: Pasternak fue una de las mayores manifestaciones de politización en aquellos años febriles.

La verdad es que Pasternak había estado en las listas de candidatos al menos desde 1946, propuesto por profesores universitarios que valoraban su poesía y la literatura rusa. Sin embargo, siempre había una buena razón para dejarlo afuera, posponer su victoria o bien para reconocer a otro escritor como el galardonado. La situación cambió con la publicación de su obra más reconocida: El doctor Zhivago. Ahí su postulación llegó a ser incuestionable y le dio un título más legítimo para obtener el reconocimiento. Al principio hubo una discusión particular, porque no existía la edición en ruso sino en italiano, pero finalmente la tendencia se fue decantando en favor de Pasternak, tanto por su poesía como por su novela, e incluso por sus traducciones, como señalaron algunos promotores de su obra. Anders Österling pronunció un discurso en la Academia Sueca el 1 de septiembre de 1958, recomendando “encarecidamente esta candidatura [de Pasternak] y considero que si obtiene mayoría de votos, la Academia Sueca habrá tomado en este caso una decisión con la conciencia limpia, a pesar de las dificultades pasajeras que representa que la novela aún no se haya publicado en la URSS” (en Iván Tolstói, La novela blanqueada). La última frase, con sus “dificultades pasajeras”, dejaba instalado el tema político, pero no representaba el centro de la argumentación –la integridad artística del escritor–, que permitió finalmente comunicar a fines de octubre, que Boris Pasternak había recibido en 1958 el Premio Nobel de Literatura.

Rápidamente hubo reacciones en distintos lugares del mundo, y desde su dacha en Peredélkino el laureado señaló que viajaría gustosamente a Estocolmo, agregando que estaba “muy contento”. Hasta su hogar se trasladaron muchos corresponsales, que en la prensa comunista comenzaron a sostener que Pasternak era un hombre ajeno a su propio pueblo y a la lucha por el socialismo, en una muestra del tenor que tendría la discusión en los días siguientes, más política que poética o novelística. Era el comienzo de una “violenta reacción soviética”, que había sido imprevisible para el jurado (Kjell Espmark), y de una torpeza que solo explica la ceguera totalitaria y la incomprensión del contenido literario del Premio Nobel y de la obra de Pasternak.

Una revista soviética, Literatúrnaya Gazeta, sostuvo que la Academia Sueca, “al elegir esa obra insignificante, empapada de odio al socialismo, ha demostrado hasta qué punto es un instrumento del reaccionarismo internacional”. La Unión de Escritores, siempre rápida en sus juicios –en este caso en ausencia de Pasternak– acordó expulsar al autor de El doctor Zhivago, sin que nadie lo defendiera: “les perdono de antemano”, alcanzó a decir el escritor en una carta que envió a sus acusadores unos días antes. La Unión incluso pidió retirar la ciudadanía y expulsar del país a Pasternak, quien para entonces, y tras fuertes presiones de la autoridad, había renunciado al Premio. Además lo conminaron a renunciar al dinero que recibía en el extranjero (sin poder disfrutarlo) por sus derechos de autor, transferirlo a Moscú y donarlo al Consejo Mundial de la Paz.

Desde Chile, el gran poeta Pablo Neruda –comunista y también futuro Premio Nobel en 1971– reconoció la calidad de la poesía de Pasternak a través de las páginas de El Siglo, aunque lo consideraba un hombre aislado mientras la guerra había llenado de sangre la tierra soviética invadida, agregando: “La reacción de los escritores soviéticos, que debiera parecernos dolorosa e intolerante, se explica, porque los escritores como los demás ciudadanos soviéticos, no aceptan nada que pueda amenazar al mundo nuevo que constituyen el patrimonio de Lenin y el pueblo soviético. En esta violenta polémica está en juego el patrimonio y la defensa del socialismo, pero no está en juego la poesía” (citado por Marcelo Coddou, “Los Nobel latinoamericanos y sus apreciaciones de un Nobel ruso: Neruda, García Márquez, Octavio Paz y Vargas Llosa refiriéndose a Pasternak”, en crítica.cl).

Sin perjuicio de ello, con el paso de las décadas, la figura del escritor sería reivindicada en su patria a fines de siglo, cuando su obra pudo ser publicada. Además, en 1965 El doctor Zhivago se trasladó al cine, lo que Pasternak no pudo ver, pues había fallecido cinco años antes. Rusia, país de grandes novelistas, vería a dos de los suyos obtener el Premio Nobel en muy pocos años: Mijaíl Shójolov en 1965 y Aleksandr Solzhenitsyn en 1970. La historia marcharía en una dirección contraria a la que predecían los censuradores de Pasternak y a quienes lo expulsaron de la Unión de Escritores. Como suele ocurrir en la vida, si el primer tercio del siglo XX había sido extraordinario y lleno de acontecimientos, el último tercio se mostraría también lleno de vida y de sucesos relevantes.

Es interesante que las últimas páginas del libro clásico de Francois Furet, El pasado de una ilusión (México, Fondo de Cultura Económica, 1995), estén dedicados a la desestalinización y al discurso de Nikita Kruschev de 1956, cuando condenó el “culto a la personalidad”, eufemismo que escondía los crímenes comunistas en la época de Stalin. Furet se concentra en el caso Pasternak, y si bien señala que en esa ocasión salió a flote “lo siniestro del mundo soviético”, también advierte tres diferencias entre 1958 y la década de 1930: para comenzar, Pasternak estaba vivo, mientras un par de décadas atrás quizá habría sido enviado a la cárcel o la deportación y a la muerte; en segundo lugar su libro se publicó, antes habría sido confiscado e destrozado; finalmente, el caso se ventiló públicamente, cuando antes todo ocurría de manera soterrada.

Al finalizar sus memorias de niñez y juventud, Pasternak afirma que las sensaciones de su primera infancia “se componían de dos elementos: el miedo y la euforia” (en Yo recuerdo). Fueron dos aspectos que volvieron al final de su vida: la euforia, parcialmente contenida, por obtener el Premio Nobel, y el miedo, frente a la persecución que sufrió de parte de la dictadura soviética. Era la historia de un hombre y de un pueblo, de una obra específica y de una tradición literaria, de un Premio internacional y de un siglo extraordinario, lleno de contradicciones.