La Cuenta Pública del Presidente Boric, como casi todas las que la precedieron desde 1990, ha sido objeto de copiosos comentarios y análisis, que en su caso van desde quienes alabaron un tono mesurado y de no poca autocrítica, hasta los que criticaron su larguísima duración y la escasez de anuncios de mayor calado. Hubo incluso quienes, como el diputado Gonzalo Winter, quizás más por la cercanía con el Jefe de Estado que por su contenido, vieron una orientación moral y un liderazgo espiritual en el discurso presidencial.

Pero nadie ha desconocido la notable ejecución comunicacional del joven gobernante, una habilidad que ha ido perfeccionando con el correr del gobierno. Desde el mandato de Ricardo Lagos que no había en La Moneda un comunicador de sus cualidades, que aún en tiempos de redes sociales continúan siendo un apreciable activo para quien las posee.

Tanto es así que su efecto se dejó sentir en los estudios de opinión pública -su aprobación subió diez puntos en la última encuesta Cadem-, repitiéndose el efecto positivo que produjo su primera Cuenta Pública hace un año, cuando esas habilidades discursivas ya quedaron de manifiesto.

Pero no es la única causa de la considerable alza en la aprobación del Mandatario. En la misma semana de la cuenta pública, en su visita a Brasil, refiriéndose a la situación de Venezuela, contradijo sin vacilaciones al Presidente Lula da Silva, anfitrión de una fallida cumbre de presidentes sudamericanos a la que asistió el venezolano Nicolás Maduro. La destemplada reacción de Diosdado Cabello, el vicepresidente de Venezuela, ampliamente difundida en los medios masivos y en redes sociales locales, no pudo menos que favorecer la estatura presidencial de Boric, enfrentado a un personaje de indudable gravitación política como Lula, y a dirigentes chavistas que gozan de una abierta antipatía entre los chilenos.

Con todo, no es improbable que, tal como sucedió hace un año, el alza referida sea pasajera y que más temprano que tarde la aprobación presidencial regrese a los niveles más modestos en que se ha situado después del plebiscito de septiembre. Simplemente no es posible exhibir las virtudes discursivas con la suficiente frecuencia como para mantener niveles de aprobación que, por lo demás, son amagados incesantemente por la contingencia -por ejemplo, la grave crisis a punto de estallar en el sector salud. Aunque de seguro, el Gobierno no escatimará esfuerzos para movilizar al Presidente allí donde sea posible desplegar ventajosamente sus cualidades comunicacionales.

Ya en la Enade, semanas antes de su Cuenta Pública, Boric había dado muestras de sus dotes ante una nutrida audiencia de hombres de negocios.

En cualquier caso, bien haría la oposición en tomar nota de la evolución de Boric, que va convirtiéndose en un storyteller de fuste. Si hay un ámbito donde esa habilidad recibe generosa recompensa es precisamente en la política, sobre todo cuando lo que se puede contar es una historia a medias o incluso una remendada, con cambios de última hora -como le ocurre a un Gobierno que ha debido dejar de lado sus convicciones y programa político, o que llama a aprobar una Constitución radicalmente distinta a la que apoyó decididamente hace menos de un año. Un gobernante que es capaz de sobrellevar contradicciones de esa magnitud, echando mano a los atributos que desplegó en su segunda Cuenta Pública, tiene un potencial político que no cabe ignorar.

No debe olvidarse que la nueva Constitución, si se aprueba la propuesta del Consejo Constitucional en diciembre, llevará su firma. Sería una fuente inagotable de nuevos ingredientes para dotar de contenidos al relato de la segunda parte del Gobierno, cuando tendrán lugar importantes elecciones de autoridades después de las durísimas derrotas electorales del oficialismo en lo que va de su mandato.

No estaba en los cálculos de nadie que las habilidades comunicaciones del Presidente Boric podrían devenir en un inesperado activo discursivo para el Gobierno, cuando todo indicaba que la inconsistencia narrativa y el travestismo político lo harían imposible. Después de la reciente Cuenta Pública, más allá de su discutible contenido, un nuevo factor deberá ser tomado en cuenta por todos los actores del sistema político: el storyteller que habita el cargo en La Moneda.

Ingeniero civil y exministro de Transportes y Telecomunicaciones

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