La galería de arte de Manchester ha retirado de su exhibición el cuadro Hylas y las ninfas con el fin de “iniciar un debate”, según explicó la coordinadora de la institución. Al parecer, la obra de John William Waterhouse expone de modo decorativo el cuerpo de la mujer, así como muchas otras piezas que cuelgan en una sala llamada En busca de la belleza y que ya están en el punto de mira.

Mientras, el mundo de la Formula 1 sigue recibiendo los coletazos de la eliminación de las tradicionales azafatas de parrilla, principalmente porque la decisión no consideró la opinión de las involucradas.  Lauren-Jade, Rebecca Cooper y Hannah Louise son tres modelos que han liderado la ofensiva en contra de esta decisión, argumentando, básicamente, que nunca se han sentido incómodas ejerciendo un trabajo como cualquier otro que, al final de cuentas, fue censurado por incomodar a otro grupo de mujeres.

En Argentina, en tanto, Moria Casán, abeja reina de las vedettes trasandinas, ha disparado con su característica lengua karateca y dicho que “me gusta que me acosen. Si alguien rompe tabúes para acercarse a mí lo tomo como un cortejo”. Un golpe directo a la campaña internacional #MeToo, que viene a complementar la elegante discrepancia contra ese mismo movimiento que hace semanas manifestó la actriz francesa Catherine Deneuve junto a un nutrido grupo de intelectuales (mujeres) de su país.

Chile no ha estado ajeno a la polémica. Hace algunos días, los organizadores del tradicional concurso de belleza Miss Reef han decidido suspenderlo indefinidamente con la arenosa declaración según la cual “el mundo cambia y tenemos que adaptarnos a las nuevas necesidades de la sociedad”.

Lo ocurrido en Inglaterra, Argentina, Chile y la Fórmula 1, por poner sólo algunos ejemplos, es el resultado de un discurso feminista que, llegando al extremo de lo políticamente correcto, termina pisándose la cola argumentativa.

Hasta hace algunos años, el feminismo chic —ese de Sex and the city— invitaba a las mujeres a empoderarse a cualquier precio. Hoy, el feminismo pop paga los platos rotos y se encuentra en la disyuntiva de censurar espectáculos que cosifican el cuerpo humano o seguir respetando el derecho de la mujer a hacer lo que quiera con su cuerpo.  

El asunto, al menos en Chile, siempre ha sido más sencillo, hasta que se le inyectó de ideología barata. La cancelación del Miss Reef  parece acertada porque, más que un concurso de belleza, se había convertido en los últimos años en una exhibición de ganado y una competencia de traseros en medio de la algarabía del público principalmente masculino, el que, cámara en manos, se llevaba suculento material para la casa.

En ese sentido y bajo el mismo lente, no se entiende, pues, cómo en pocos días más se estará celebrando el piscinazo de quien sea electa reina del Festival de Viña. Dicho concurso de belleza parece correcto y hasta cierto punto parte ya de la tradición festivalera, pero su culminación es una ceremonia en la que la monarca compite implícitamente en ir osadamente a la piscina del hotel O`Higgins para —a la vista, paciencia y aliento de una horda de periodistas con sus lentes— desvestirse y lanzarse al agua.

Lo mismo ocurre en nuestra mayor cruzada de solidaridad. Bajo la excusa de hacerlo en horas de la madrugada, la Vedettón exhibió este año la competición de tríos. En todos y cada uno de ellos la mujer, por empoderada que pareciera, era utilizada para el placer de sus compañeros.

En definitiva, ¿por qué terminar con el Miss Reef y no con el Piscinazo de Viña y la Vedettón?

La belleza hay que celebrarla, pero es urgente recuperar el cómo saber hacerlo.

La ideología, desde luego, no colabora en ello, sino más bien entorpece.

 

Alberto López-Hermida, doctor en Comunicación Pública

 

 

FOTO: FRANCISCO LONGA/AGENCIAUNO

 

Periodista. Director de la Escuela de Periodismo de la U. Finis Terrae

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