Nos unía la Doctrina Social de la Iglesia, la economía social de mercado, el comunitarismo, la defensa por una mirada integral del ser humano, el fomento al emprendimiento, entre tantos pilares que representan a la Democracia Cristiana. Sí, la DC que se reveló al conservadurismo y al latifundista de su tiempo y planteó la necesidad de una revolución en libertad, que veló por la dignidad de las personas del campo, y que además impulsó mejoras salariales y laborales para los trabajadores y asalariados. Esa es la corriente de pensamiento que representó a una mayoría de chilenos, a los que brindaba certezas de ser un puente entre los extremos políticos.

Hoy, en un contexto de crisis y decadencia, pareciera que se nos olvida qué nos une. En efecto, no se aprecian los consensos mínimos para dibujar una visión de país, y ello se evidencia en que el único elemento de juicio que han esgrimido algunos parlamentarios de la DC para fijar su posición en materia de política de alianzas en el Congreso ha sido una disputa por espacios de poder o influencia.

La Democracia Cristiana está aceleradamente  diluyendo sus contenidos originarios, los ha licuado, y de algunos ha renegado. Su rasgo más evidente en la actualidad es la negociación por espacios políticos. En efecto, no se presenta coherencia en un ideario político y social que se asocie a la DC de hoy. Evidentemente existen propuestas y acciones en distintas áreas por parte de diferentes actores políticos del partido, pero no se percibe unidad en la acción.

 Tras la polémica por la nominación del senador Andrés Zaldívar en el Consejo de Asignaciones del Congreso, los parlamentarios de la DC fijaron su política de alianzas en contra de los obstructores (Frente Amplio y algunos parlamentarios de la Nueva Mayoría). Con ello, queda aún más de manifiesto que el partido no encuentra razones para la unidad, más que el mero ejercicio del poder. ¿No habrá otros motivos por los cuales unirse? ¿No habrá razones ideológicas que justifiquen una política de alianzas en el Congreso? ¿O será que la DC pasó de ser un partido de vanguardia a uno pragmático sin contenido?

Desde el realismo político entendemos que la razón última de los partidos políticos es la administración del poder, porque sólo así se consigue transformar la sociedad según el ideario. Pero, ¿y si no hay ideario?

Intentemos mirar el lado amable de lo sucedido, ya que antes del episodio por el cargo en comento las distintas corrientes o lotes del partido no habían podido aunar una posición política respecto a las alianzas en el Congreso (sin embargo, ese optimismo sería cómplice de una unidad frágil). La solidaridad de los camaradas en defensa del presidente del Senado no conmueve, porque más que fraternidad o acción conjunta, simplemente devela el instinto más básico de la política: la mantención, y si es posible, el aumento de la administración de poder.  Con este tipo de unidad pareciera más evidente la vacuidad ideológica que vive el partido, ya que las defensas corporativas están lejos de conseguir una mística propicia para regenerar confianzas.  ¿Por qué no intentamos reponer el sueño político desde el personalismo comunitario, el trabajo bien hecho  y la opción por los que sufren?

 

Jaime Abedrapo, profesor UDP y militante DC

 

 

FOTO: PABLO OVALLE ISASMENDI/AGENCIAUNO

 

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