¿Qué nos deja la historia de “Ina”? Una narco que evidencia las vulnerabilidades del sistema penitenciario nacional. “Vamos a la playa” es una de las maneras con que los delincuentes se refieren a la cárcel ¡y qué manera!
El asunto es que los penales no son ni para vacaciones ni para transmitir lives. La cárcel es el último eslabón de la cadena de seguridad pública y uno muy importante. Allí se cumplen las penas que dictamina las justicia, allí también se encuentran aquellas personas que han sido definidas como un peligro para la sociedad y, allí, habitan dos mundos opuestos: El Estado y el crimen.
A septiembre de este año la población penal privada de libertad era de 52.754 presos, al mismo mes del año pasado se contabilizaban 44.826, es decir un 17,6% de incremento para la misma infraestructura.
El aumento de la población penal respecto a la disponibilidad de espacio sin duda es una materia que debería preocupar al Estado, pero no es la única. ¿Qué pasa con la convivencia entre reos ligados al crimen organizado transnacional y aquellos presos de menor peligrosidad? Primerizos y reincidentes cohabitan recintos penitenciarios que se han ido transformando en centros de operaciones de bandas criminales que controlan territorio, generan lazos entre sí y siguen administrando su negocio delictual.
Actualmente Chile cuenta con 164 unidades penales, de las cuales 80 están destinadas al subsistema cerrado, el que se encuentra en un nivel crítico de ocupación. En este sentido, la agenda de seguridad incorpora un proyecto que busca contribuir a la construcción de cárceles, sin embargo, la solución no solamente pasa por una mayor disponibilidad de plazas. Si el gobierno tiene una verdadera voluntad de abordar el tema de la seguridad, debe diseñar una política carcelaria que permita avanzar en esa línea.
De nada servirá este proyecto si no cuenta con una estrategia que segregue población penal para interrumpir las relaciones entre presos más y menos peligrosos, que mantenga aislado a todos quienes pertenecen a grupos del crimen organizado con el fin de interrumpir sus conexiones criminales y el manejo del negocio desde dentro, que busque la rehabilitación y reinserción de aquellos presos con opciones reales de ello, que proteja a los gendarmes de las amenazas, que combata la corrupción dentro de los penales y, que desarrolle un sistema de inteligencia penitenciaria que se integre al sistema nacional de inteligencia.
Las medidas preventivas e investigativas deben, necesariamente, estar alineadas con una política carcelaria, de lo contrario no se conseguirá el efecto deseado. La cárcel debe dejar de ser el lugar donde los líderes narco generen relaciones. La cárcel existe porque esas personas no hacen un bien a la sociedad y deben cumplir condena por ello. El debate público debe considerar a este eslabón de la seguridad con el fin de analizar el panorama en su conjunto, de principio a fin, para que ese lugar donde el Estado convive con el crimen sea realmente el último eslabón.
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