La palabra diálogo perdió valor en Venezuela. Desde 2014 a la fecha, los intentos por sentar al oficialismo y la oposición a la mesa han resultado infértiles en cuanto a alcanzar un acuerdo que termine de una vez por todas con la devastadora crisis institucional que se vive en el país.
Aun así, el pasado miércoles 20 de septiembre ambas partes se embarcaron en un enésimo intento de diálogo, esta vez en República Dominicana. Pero, ¿por qué esta vez será distinto? ¿Qué hace pensar que esta nueva negociación apaciguará las turbulentas relaciones? La postura de la oposición y del oficialismo sigue estando indiscutiblemente polarizada. Los primeros, en voz del representante de Nicolás Maduro, Jorge Rodríguez, manifestaron que “estamos en un momento estelar para acercarnos a un acuerdo definitivo”; mientras que Julio Borges, de la MUD, aseguró: “Reitero a Venezuela y al mundo que hoy no hay diálogo y no lo habrá hasta que se cumplan condiciones dichas en comunicado”.
Si bien agotar las vías para lograr una reconciliación viable y permanente es loable, resulta necesario interiorizar el hecho de que no se puede construir un diálogo si nadie cede en su postura. Y por añadidura, resulta absurda la idea de querer reconstruir un país y una democracia pisoteada sin haber reconstituido primero las bases de una verdadera justicia o el normal desenvolvimiento de las instituciones y, ciertamente, de las bases mínimas de la propia democracia.
Según la oposición, los presos políticos son casi 600, y la penosa lista de fallecidos desde que comenzó el conflicto llegaría a más de 130. Estos son algunos de los aspectos que pusieron la etiqueta de “dictadura” al gobierno de Nicolás Maduro en numerosas naciones del orbe, y que lo hicieron también uno de los protagonistas de las críticas del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en la reciente Asamblea Nacional de las Naciones Unidas. El mandatario se refirió en duros términos a la situación que vive Venezuela, calificando al gobierno de Maduro como una “dictadura socialista” que es “inaceptable”. Trump aseguró que “el dictador Nicolás Maduro ha infligido un terrible dolor y sufrimiento a la gente buena de su pueblo. Su régimen corrupto ha destruido la prosperidad de su nación, imponiendo ideologías fallidas que crean pobreza y miseria”. Agregó que “no podemos quedarnos parados y mirar”, y de paso, anunció que EE.UU. prepara “acciones adicionales” en contra del gobierno chavista.
Si bien este nuevo llamado de atención con sabor a amenaza puede molestar al chavismo y a su cúpula gubernamental, mientras no se materialice será interpretado como otro “intento imperialista para desestabilizar a Venezuela”. Mientras tanto, las peticiones de elecciones libres y democráticas para fines de 2018, la liberación de presos políticos y el levantamiento de las inhabilitaciones parlamentarias, siguen siendo puntos álgidos en un desacuerdo que parece no tener fin.
¿Alguien cederá? La respuesta es difícil de vislumbrar, pero mientras ello ocurre, una aletargada y cada vez más silenciosa MUD pierde protagonismo y regala tiempo valioso al gobierno de Nicolás Maduro. Después de todo, la mayor concesión la debe hacer el gobierno, y es permitir elecciones libres y que democráticamente el pueblo venezolano resuelva su futuro.
Existe recelo en cuanto a una nueva negociación producto de los fracasos en los experimentos anteriores. La falta de vocación conciliadora que han demostrado tanto la oposición como el gobierno, recuerdan que un proceso de diálogo no llega a buen puerto si se excluye la opinión de alguno de los participantes. Cualquier proceso que procure una paz verdadera, debe descansar en la aplicación legítima y transparente de la conciliación, de la justicia y la democracia, evitando los cenáculos que hasta hoy no han hecho más que desilusionar, fragmentar y matar poco a poco al país.
Venezuela continúa atravesando por tiempos lúgubres en momentos en que la oratoria política se desgasta y no convence ni a quienes pretenden propiciar una conversación. Es aquí cuando recordamos la vida de inocentes que perecen en barricadas, enfrentando odios y metralletas cargadas de ideologías retrógradas.
Natalia Farías G., investigadora Centro de Estudios Bicentenario