Escribo estas líneas desde Sucre, la capital de Bolivia (La Paz es la sede del gobierno), en el “Día del mar”. Hace un par de días presencié el famoso “Desfile de las teas”, en el que muchos miles de sucrenses marchan frente a la Casa de la Libertad, donde se declaró la independencia de este país. No sólo desfilaban militares, sino todas las organizaciones de la sociedad civil y muchos, incontables, estudiantes. El tema de los himnos no era sólo el mar; también cantaban con nostalgia por las ciudades hoy perdidas: Antofagasta, Tocopilla, Mejillones.

Un espectáculo así es importante para un chileno, aunque dudo que hubiera muchos durante el acto en esta ciudad. Más allá de las diferencias, hay que tratar de entender a nuestros vecinos. A esos jóvenes estudiantes de pelo corto, impecable uniforme y aire marcial, no les hacen mella los argumentos habituales de nuestras autoridades. Para ellos resulta indiferente el cúmulo de ventajas tributarias y administrativas de las que gozan los productos bolivianos en los puertos chilenos. Lo suyo no está en el plano de los gráficos y las estadísticas, sino en un nivel mucho más profundo y vital, el de la identidad.

Tampoco resulta justo nuestro análisis cuando decimos que el tema del mar es sólo un recurso que emplean los gobiernos para distraer a la opinión pública en momentos de crisis. Ciertamente, Evo Morales le ha sacado rentabilidad política al conflicto con Chile, pero eso lo saben Carlos Mesa y cada uno de los opositores al actual Presidente. También lo saben quienes marcharon durante horas en el “Desfile de las teas”, portando unos velones que iluminaban la noche de Sucre. Y sin embargo estaban allí, y este año fueron más que nunca, porque el juicio en La Haya les ha dado un poco de esperanza.

Para enfrentar el tema de Bolivia debemos saber que la pérdida del mar es una herida que no deja de sangrar. No se crea que estas actividades están impulsadas por el sentimiento anti chileno. El solo hecho de pensar que la invasión de Antofagasta y el desenlace de la guerra fueron injustos no los transforma en xenófobos. En Chile, mis amigos me decían que estaba loco al viajar a Bolivia precisamente en estas fechas. Sin embargo, todas las personas con la que he estado, también las que observaban esos desfiles, me trataron con gran amabilidad. Me preguntaban con interés por nuestros argumentos, y en ningún momento las diferencias hicieron que aflorara la más mínima falta de respeto. Puede haber excepciones, o que nos incomode la retórica de Morales, pero en general no es el odio lo que los mueve, sino el dolor, un dolor que para nosotros resulta inimaginable.

Me quedé pensando muchas cosas. La primera y más elemental es que esos jóvenes bolivianos que desfilaban sin cometer un error (se nota que han ensayado mucho), tienen seguramente muchos problemas, y sin embargo sólo el 6% de ellos ha elegido a la marihuana como compañera de vida, no el 40%, como sucede entre nosotros. Ellos no gozan de nuestras escuelas ni de nuestra salud, aunque llaman la atención sus deseos de salir adelante. No es casual que la economía boliviana sea actualmente la que más crece en Latinoamérica. Me dirán que se debe a que parte desde muy abajo. De acuerdo, pero está marcando una tendencia que nuestras autoridades y empresarios harían bien en observar.

Lo segundo que he pensado estos días, mientras escucho sonar marchas militares, es: ¿Qué pasará después de La Haya? ¿Qué entregaremos a las generaciones futuras? ¿Seguirá siendo el tema marítimo el único que se nos viene a la cabeza cuando pensamos en Bolivia? ¿Será capaz el nuevo gobierno de encontrar otros modos de acercamiento, o seguiremos vinculándonos con ese país a través de juicios y abogados? ¿Qué podremos hacer las universidades y el resto de la sociedad civil para acercar un poco a nuestras vidas una nación que parece tan lejana?

Por último, el hecho de constatar la cantidad y profundidad de nuestras diferencias, ¿no debería indicanos que, precisamente ahora, resulta urgente reanudar nuestras relaciones diplomáticas?

 

Joaquín García-Huidobro, Instituto de Filosofía Universidad de los Andes

 

 

FOTO: JOAN PUYOL/AGENCIAUNO

 

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